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Tomás Calvillo Unna

09/09/2020 - 12:05 am

El presagio intuye el olvido

Si hubiera un diagnóstico serio sobre el estado de la nación se tomaría conciencia que estamos en condiciones semejantes a las de una guerra

El día después de la batalla. Pintura de Tomás Calvillo Unna.

En este infinito que nos contiene

qué fácil es extraviarnos en nuestras sombras.

El lugar se ha trastocado,

su transferencia al llamado espacio cibernético,

replantea la propia naturaleza de nuestros quehaceres.

El mundo político no es ajeno a todo ello,

al contrario, su resquebrajamiento, expresado en la crisis de su lenguaje,

en la manera de organizar sus términos, es en gran parte consecuencia,

de esta transfusión a lo virtual de la experiencia misma de nuestra vida diaria.

 

La fortaleza de los corporativos vinculados a esa hegemonía tecnológica,

advierte de los ejes de poder que irrumpen en el balance social

y lo modifican velozmente;

la minería de la mente y su riqueza,

la ecología de la psique, su erosión;

los algoritmos de la opinión pública,

los electores cautivos, las representaciones vaciadas…

 

 

El idioma de la política se encuentra fragmentado,

disperso e incapaz de construir cohesión social,

ni siquiera conceptualmente.

El dilema de las exigencias reales se agudiza

con la incapacidad de entender lo que sucede

en términos sistémicos;

la tragedia de un sistema político enajenado

por el crimen y la impunidad rampante

que se degrada en las mismas minucias de la vida diaria.

 

No se entiende y se ignora esta realidad,

los esquemas ideológicos y los intereses más elementales

deciden el abordaje de una cotidianidad

que se comienza a destazar por dentro.

 

La incapacidad de todos los actores principales,

económicos, políticos, culturales, de los que formamos parte,

exhiben una condición dramática

por el nivel de violencia, indiferencia e impotencia

que se expanden por todos los rincones del territorio.

 

Si la palabra es un espejo del alma,

la palabra que circula públicamente es una vergüenza:

¿cuál alma?

 

Si hubiera un diagnóstico serio sobre el estado de la nación

se tomaría conciencia que estamos en condiciones semejantes
a las de una guerra.

lo que obligaría a los principales actores políticos económicos y sociales

a actuar en sentido opuesto al que observamos.

 

La cohesión de la República exige un replanteamiento

de las directrices del estado y la sociedad;

estamos al umbral de una fractura mayor,

desde hace meses se señala,

y está observación se interpreta como alarmista,

o sesgada en el mejor de los casos.

 

No tenemos ni siquiera una pizca de paciencia

para escucharnos,

para detenernos,

para compartir,

algo del silencio que nos permita

hablarnos unos a otros.

 

Este mismo texto es banal, se pierde en el ruido,

como muchos otros que tratan de alumbrar

la pequeña parcela que corresponde a cada uno.

Es una pena, al menos hay que intentarlo

desde nuestro lugar,

desde nuestro pequeño círculo;

abrir esos vasos comunicantes,

que permitan que fluya la creatividad y el acompañamiento.

 

Veamos qué tiempos son estos,

que nos exigen redoblar la voluntad humana

para reconocernos como prójimos

ante la amenaza sistémica que vivimos;

pareciera que no entendemos nada

y el desastre que se avecina

fuera solo un accidente más,

algo inesperado.

 

Bájenle a su guerra

la Nación demanda acuerdos

y fin a la simbiosis del crimen y la política.

Fin a los odios, prejuicios, soberbia,

mezquindad, miedo y enojo

que contaminan la atmósfera social del país.

 

La calidad humana existe

y no es un producto del mercado ni un bien del estado,

y no es propiedad de nadie,

ni prerrogativa de un grupo,

de un partido o de alguien en particular:

es fundamentalmente la savia de un pueblo:

el mismo que aprende a nombrarse
con libertad y responsabilidad.

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