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Alma Delia Murillo

10/01/2015 - 12:00 am

Dios, la prótesis asesina

Este es mi punto de partida y lo quiero dejar claro desde ahora porque sé que será también el punto de abandono de muchos lectores: la idea de un Dios monoteísta es un mecanismo artificioso, un dispositivo conceptual creado para reemplazar la conciencia que, se supone, todos tenemos pero no todos queremos entrarle a la […]

Fotografía tomada de la red
Fotografía tomada de la red

Este es mi punto de partida y lo quiero dejar claro desde ahora porque sé que será también el punto de abandono de muchos lectores: la idea de un Dios monoteísta es un mecanismo artificioso, un dispositivo conceptual creado para reemplazar la conciencia que, se supone, todos tenemos pero no todos queremos entrarle a la retadora, ardua y descarnada tarea de desarrollarla.

Dios es una prótesis del Yo, un sustituto psíquico del conocimiento interior.

¿Por qué necesitamos sustitutos del yo? Pues porque mirar y comprender de qué estamos hechos los seres humanos puede ser aterrador, imposible de digerir para el entendimiento.

Todos los seres humanos, usted, yo, su mejor amigo, su vecino, su marido, su novia y cualquiera cuyo ADN testifique que pertenece a esta especie, somos capaces de matar a quien no piense como nosotros, somos capaces de torturar, de vejar, de cometer las peores atrocidades en contra de otras personas que nos resulten amenazantes por ser diferentes a nosotros; sólo hace falta sumar tres elementos para que ocurra: la circunstancia es el primero, el carácter el segundo y en tercer lugar está la convicción, ideología, fe o fanatismo que son todas variantes de una misma cosa llamada creencia.

Nos aferramos a Dios como nos aferramos a la Familia o a la Democracia (y en tiempos posmodernos a las causas sociales del momento) para no pensar, para no atentar contra lo que asumimos son las instituciones que le dan estructura a la existencia y sobrevivencia de la raza humana. ¿Y es de verdad el orden actual de las cosas el que queremos perpetuar para seguir siendo esto que somos?

No pretendo ser provocadora, pero tampoco estoy dispuesta a hacer concesiones políticamente correctas o complacientes para hablar de la matanza ocurrida este miércoles 7 de enero en la redacción de Charlie Hebdo cuyas tiras satíricas e irreverentes no son Kaláshnikov que disparan balas ni han matado a nadie. Las obviedades como la que acabo de decir se hacen necesarias cuando escucho juicios que me dejan el corazón congelado, me refiero a juicios del tipo “es que sí son muy irrespetuosos y el sentido del humor tiene límites”, o “si te metes con el Dios de alguien, te atienes a las consecuencias”; en esencia un mensaje para helarle el alma a cualquiera y volar de un disparo toda esperanza: “ellos se lo buscaron”.

Me cuesta creer que haya quienes consideren que un acto y otro son equivalentes. Sí, en Charlie Hebdo las críticas al islamismo han sido brutales como brutales han sido los actos del estado islámico cuyos atentados, guerras y masacres parecen no tener fin; pero igual de mordaz ha sido Charlie Hebdo para criticar a la iglesia católica, al Papado y las prácticas criminales del cristianismo empezando por la protección de los sacerdotes pederastas y pasando por la laberíntica e infinita historia de invasiones, asesinatos, abusos sexuales, extorsiones y manipulaciones con cargo a la religión.

Todas estas barbaridades han sido cometidas en el nombre de un Dios que no importa si se llama Jehová, Jesucristo o Mahoma, es igual de dañino.

Pero abrir un diario y ver una tira cómica incómoda no ha matado a nadie.

El sentido del humor es una irreverencia, un acto de rebeldía, un levantamiento de la conciencia que nos permite saber que estamos listos para evolucionar el pensamiento y la identidad. El sentido del humor cuestiona el statu quo de los arquetipos “intocables” de una persona o sociedad; de ahí que los chistes donde la figura de la Madre, el Padre, Dios o la Muerte son bajados del trono y puestos al tú por tú para el ojo de la conciencia humana, resulten tan perturbadores.

Entonces Dios y el sentido del humor son la antítesis uno del otro porque el primero existe para evadir la conciencia y el segundo precisamente para lo contrario, para llegar a ella y evolucionarla.

Sé que el argumento de que los actos terribles que los seres humanos cometen en el nombre de Dios no tienen nada que ver con Dios resuena en el pecho de muchos pero tengo que decir que me parece una absoluta falacia. Tienen todo que ver con él en tanto concepto contradictorio que aniquila el desarrollo de la conciencia y de la verdadera aceptación de los semejantes.

Porque en el nombre de Dios matan y en el nombre de Dios perdonan. Eso sí que es la tremenda Corte: juez y parte, condena y absolución, asesinato y experiencia mística al mismo tiempo.

Por eso sostengo que el verdadero amor al prójimo se sustenta en el ateísmo y en la comprensión, (ni siquiera en la aceptación) de las diferencias. Y la posibilidad de comprender al diferente es infinitamente mayor cuando no se tiene la rígida idea de un Dios absolutista en el centro de la identidad.

Me voy a atrever a ir más lejos con una última reflexión y los dejo en paz. He escuchado incontables veces este razonamiento: que debería ver el lado positivo de ese ser creador que es todo amor, bondad y belleza. Pero yo estoy convencida de que cuando vivenciamos el amor, la bondad y la belleza solo a través de nuestra maravillosa y terrible humanidad, sin prótesis divinas; es una experiencia transformadora mucho más potente y profunda que la otra, la de prestado en el nombre de algún ser superior.

Yo creo que ya es tiempo de que soltemos las muletas y tratemos de ponernos en pie sobre la condición humana en estado puro, ya va siendo hora de que hagamos un “solito” como les dicen los padres a sus críos cuando están aprendiendo a caminar.

Dios ha muerto, dijo Nietzsche; y perdónenme pero no puedo evitar la ironía porque este 7 de enero me pareció que los diarios decían otra cosa: Dios ha matado, otra vez.

@CompaAlmaDelia

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