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Pablo Ruíz Galindo Covarrubias

10/03/2014 - 12:00 am

Compartiendo Tiempo

Están sentados en la mesa del fondo, él tiene su celular en la mano. Ella se paró al baño, me imagino que él aprovechó la oportunidad para contestar ese mensaje que ella no le deja contestar en su presencia. No por controladora, sino por querer su atención. Unos minutos después, ella está sentada en la […]

Están sentados en la mesa del fondo, él tiene su celular en la mano. Ella se paró al baño, me imagino que él aprovechó la oportunidad para contestar ese mensaje que ella no le deja contestar en su presencia. No por controladora, sino por querer su atención. Unos minutos después, ella está sentada en la mesa y la hipótesis anterior era equivocada. Él sigue con su celular, pero no importa, porque ella ya agarró el suyo. No están comparando celulares, porque tienen el mismo. Mismo modelo, mismo color, y si me permiten, hasta podrían tener la misma foto de fondo de pantalla. Sí, son pareja, porque venían de la mano, y a la amiga no la toma de la mano. No están hablando de celulares, porque él no sabe nada y a ella no le interesa el tema. No sólo no están hablando de celulares, sino que no están hablando. Bueno, el uno con el otro. Seguramente con otra persona si están hablando, hasta quizás con más de una. Claro, esa persona o esas personas no están ahí, al menos no en la mesa, no en el restaurant, a lo mejor ni siquiera en la ciudad. Son las ventajas de la tecnología, te permite estar cerca de los que están lejos, pero a veces te aleja del que tienes enfrente. Es el Siglo XXI. Es el 2014. Es la era del ahorita, porque creemos que todo puede y debe solucionarse ahorita.

En ese momento, para la pareja, el único consuelo, si es que lo hay, es que cuando no estuvieron juntos durante el día él le mandaba mensajes a ella y ella le mandaba mensajes a él. La conversación fluía. Mucho más que en ese momento en el restaurante, por más fácil que eso suene. Pero no todo es el celular, a veces sí se voltean a ver, se sonríen, intercambian algunas palabras, y regresan a lo suyo. Porque eso es lo suyo. Lo otro parece ser solamente un pasa tiempo.

Les traen las cartas y dejan los aparatos por un momento. ¡Increible! Pero lo hicieron. Ahora la atención la tiene la lista de platillos que ofrece el restaurante para cenar. El menú logró lo que no logró el de enfrente. Decidieron pedir unos platillos al centro para compartir, porque si no es el tiempo, que por lo menos sea la comida. Llega el momento interesante, esperar un tiempo a que llegue lo que ordenaron.

Suena el teléfono de ella. “¡Perdón! Le tengo que contestar a Ana porque tuvo un muy mal día. No me tardo nada”. Él piensa que ella siempre tiene que contestar todas las llamada, no puede vivir sin su celular. Aprovecha ese momento para revisar twitter, instagram, el grupo de sus amigos o perder el tiempo, si es que no es lo mismo. Saber qué pasó durante estos últimos 10 minutos se vuelve trascendental. Ella cuelga y piensa que él no pudo aguantar ni 2 minutos para agarrar su teléfono. Siempre ellos, siempre el otro.

Le pregunta cómo le fue en el día.

 – “Bien. Lo mismo que te escribí en la mañana. Nada nuevo. ¿Tu?”.

 – “Igual. No mucho más de lo que te conté.”

Palabras más, palabras menos esa fue la conversación. Llegan los platillos y disfrutan, porque la comida sí estaba para disfrutarse. Comen rápido. La cena se desarrolla sin el menor contratiempo. ¿Cómo lo va a haber? Ni siquiera hay oportunidad. No existe un intercambio serio de pensamientos, ideas o cuestionamientos. No es necesario, la fija concentración en un aparato que trae todo en el momento y en la forma que el usuario quiere, nubla cualquier tipo de interrupción que pueda cruzarse. Sí, también la de la persona de enfrente.

Piden la cuenta y como ya es costumbre, él paga y ella agradece nuevamente esa cortesía. Están caminando a la salida cuando la voz del mesero los detiene unos segundos. – “Disculpe, su celular.”

La advertencia del mesero lo hace sentir como si le acabaran de dar una segunda oportunidad de seguir viviendo. Claro, los celulares, que siempre estuvieron sobre la mesa, excepto cuando estuvieron en sus manos, se van junto con ellos, y uno casi se queda. Esperan el coche y regresan a sus casas. Parece, actúan y se recuerdan que la pasaron muy bien. En contra del sentido común, para ellos fue un momento agradable y hasta divertido. Pero lo mejor viene ahora, cuando se despiden, cada quien se va a su casa y, entonces sí, podrán regresar a platicar entre ellos por mensajes o llamadas, como no lo hacen cuando están cerca, pero sí aprovechan cuando están lejos. A partir de este momento, la relación sigue su camino, como siempre, y ahora es la persona que está enfrente de cada uno de ellos la que estará lejos y con la que lo único que comparten en ese tiempo es el espacio.

Pablo Ruíz Galindo Covarrubias
Licenciado en Derecho por la Universidad Iberoamericana. Abogado practicante y Escritor.

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