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Jorge Alberto Gudiño Hernández

10/08/2019 - 12:05 am

Blaceras y Toni Morrison

Sí, debe haber un mayor control de armas en Estados Unidos. Sí, su Presidente debe dejar de lado el discurso del odio. Sí, debe humanizarse el trato a los migrantes.

“No más armas”. Foto: AP

La matanza de El Paso es una más de las tantas que un loco ha perpetrado contra enemigos imaginarios. Si bien es cierto que la culpa se le puede imputar a la facilidad que tienen los norteamericanos para portar armas y a un discurso del odio cada vez más estridente, también existe una falta de empatía y de respeto por la vida humana. El simple hecho de sentirse superior a otra persona por la vía de cualquier discriminante (raza, religión, orientación sexual, ideología, lugar de nacimiento y cualquier otro) es un síntoma inequívoco de la nula comprensión de lo que significa ser humano. En ocasiones querría sumarme a ciertas tendencias para argumentar que es un signo de nuestros tiempos pero no soy tan ingenuo. Es, si acaso, un signo de cómo ciertas formas perversas del poder son capaces de convencer a alguien de una superioridad de la que carece. Pero esto no es nada nuevo. A lo largo de la historia hemos sido testigos de genocidios y largos periodos de esclavitud que envilecen la idea de que los seres humanos seamos unos privilegiados dentro de la naturaleza.

Toni Morrison murió esta semana, a los ochenta y ocho años. Como suele suceder con la muerte de alguno de los grandes de la literatura, volví a uno de sus libros como una forma de homenaje póstumo. “Beloved” cayó, de nuevo, en mis manos. No tengo el afán de contar de qué se trata. Me limitaré a decir que, en esa novela (como en otras de la autora), están escritas varias de las escenas más terribles que he leído. Terribles por lo dolorosas y, también, porque son capaces de retratar toda la vileza que hay en la condición humana.

No es un secreto que Morrison centró gran parte de su literatura en la esclavitud de los negros en Estados Unidos. “Beloved” no es la excepción. Cuenta la historia de una familia que consiguió manumitirse. Fueron libres cuando lograron pasar al otro lado del río, ya fuera por un pago, ya por un doloroso escape. La frontera era tan geográfica como simbólica. La libertad, un ente agazapado que los obligaba a los recuerdos. Para quien no conoce la historia de esa división, podría resultar ridículo que la esclavitud existiera sólo de un lado del río. Ridículo y perverso.

Lo mismo sucede con la frontera que nos separa, ahora, de Estados Unidos. La idea de que un río, un muro o algunos metros nos convierten en mejores personas es absurda. Que alguien busque defender ese absurdo puede ser comprensible, pese a todo. Que lo haga con un arma de fuego y su consecuente matanza es un atentado contra la humanidad entera.

Sabemos que los discursos del odio tienen semillas muy resistentes. Algunas, incluso, se esparcen a nuestro alrededor todos los días, cuando nos mostramos intolerantes frente a los otros, cuando los atacamos aunque no sea con armas.

Se me ocurre que una de las mejores formas de diluir este odio es considerar a las personas como lo que son: seres humanos de la misma valía que la nuestra. Para ello, es necesario conocerlas, comprenderlas, respetar sus formas de ver la vida. Y, para conseguirlo, la literatura es una herramienta como pocas. Sin pecar de ingenuo, me gusta pensar en la posibilidad de un asesino en potencia, enajenado por los discursos de odio que, en un arrebato de lucidez, decide leer un libro como los de Toni Morrison para terminar postrado con esas escenas dolorosas. No sólo son esclavos recibiendo el castigo del patrón. Son hombres y mujeres dispuestos a dejar la vida a cambio de proteger a los suyos en el más heroico de los actos, aunque éste no siempre consiga convencernos. Tal vez entonces, tras esos pocos centenares de cuartillas, el asesino potencial decida guardar su arma y pensar que sus impulsos no están bien, que el odio no es la única salida válida al falso poder que ostenta con el dedo en el gatillo.

Sí, debe haber un mayor control de armas en Estados Unidos. Sí, su Presidente debe dejar de lado el discurso del odio. Sí, debe humanizarse el trato a los migrantes. Todo eso sí y, al mismo tiempo, debemos darnos la oportunidad de leer el horror para escapar del impulso hacia éste. En ese sentido, la literatura bien pu

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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