Evodio Escalante: “Soy un crítico literario que a ratos perdidos se atreve con la poesía”

10/11/2018 - 12:03 am

“Me considero más crítico que poeta”, dice Evodio Escalante en la conversación que tiene con nuestro colaborador, Roberto Feregrino. Se agarra la cabeza con un “ejercicio de intertextualidad” de un poeta que usa a Ramón López Velarde y su Triángulo de las Bermudas está conformado por Octavio Paz, Efraín Huerta y José Revueltas.

Ciudad de México, 10 de noviembre (SinEmbargo).- Dice Octavio Paz en El arco y la lira que el “poema se nutre del lenguaje vivo de una comunidad, de sus mitos, de sus sueños y sus pasiones, esto es, de sus tendencias más secretas y poderosas”. Tal afirmación podría ser una defensa sobre lo que se escribe actualmente aunque haya muchos en desacuerdo.

Ahora, el lenguaje no es algo que en la actualidad se abone satisfactoriamente, Hugo Hiriart dice en Cómo escribir y leer poesía que es “de la opinión de que la poesía es una delicia de la que cada día menos gente disfruta y que es en ella en la que un idioma, cualquiera, alcanza su máximo poder expresivo”, una vez más se alude al lenguaje, al instrumento que lastima, genera imágenes, edifica pensamientos y hoy pareciera que no es incluyente, que acepta palabras nuevas al por mayor, olvidando la beldad de un vocabulario que otrora nutrió a poetas para expresar los más dignos versos a sus lectores. No podemos menos que soslayar la convergencia generacional tendrá pugnas constantes en esta y otras artes: cine, danza, teatro, la crítica. Es justo en esta última de la que nos ocuparemos, porque conversamos con el poeta y crítico (o crítico que en ocasiones escribe poesía) Evodio Escalante (Durango, 1946), quien actualmente es profesor en la UAM Iztapalapa. Su obra oscila entre la investigación, la crítica y la creación poética, temas que serán de gran importancia en su labor docente. Ha escrito Nacionalismo y vanguardia en Silvestre Revueltas (2002), Elevación y caída del Estridentismo (2003) y Las sendas perdidas de Octavio Paz (2013) entre otros libros de crítica. En la poesía destacan Relámpago a la izquierda (1998) y Crápula (2013).

Cuenta con el “Premio de Crítica Literaria Guillermo Rousset Banda” (2007) y el “Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde” (2009). Admirador confeso de José Revueltas, Octavio Paz, Efraín Huerta, José Gorostiza y Manuel Maples Arce, ha escrito sobre ellos y sus contemporáneos. Las críticas a veces le han llevado a enemistarse con otros escritores, sin embargo, para él es básico que en este país ocurra la polémica entre pensadores, porque será la única forma en que la gente haga suyos los comentarios y determine un juicio razonable que en algo ayude a la posteridad. El crítico no tiene la verdad absoluta, emite un juicio parcial y subjetivo con el que intentará construir una visión periférica (siempre que haya una contraparte) en aras del lector.

–¿Qué lo llevó a la Literatura?

–Me recuerdo como un chavo preadolescente de 12 años, me gustaba mucho la música y sobre todo la literatura, de hecho tenía un cuaderno donde escribía mis poemas y cuentos. Había leído algo de Julio Verne y escribí un texto que se llamaba “Su ciencia me mató”. Es decir, sí había una vocación literaria que en medio de la desorientación fui dejando, pero que por fortuna retomé años después.

–¿Qué buscas como poeta?

–No sé qué busco, la verdad. Quizá en la poesía lo que menos importa es el tú personal. Si escribes un poema tienes que respetar lo que el propio poema te está dictando y tienes que tener la sensación de que va por buen camino, de otro modo, lo abandonas. Es una tarea dura escribir un buen poema, pues es el leguaje el que reina: debe haber una especie de coherencia interna, más allá de lo que tú quieras decir, que todo esté propiciado por los mismos versos, que no haya salidas de tono, de tema, de lenguaje. Lastimosamente se escriben muchos malos poemas. Pienso, porque acabo de revisar dos de sus libros recientes, en Christian Peña (México, 1985) donde se asume como Xavier Villaurrutia en su libro Expediente X. V., y no está tan mal, pero tiene otro que se llama Veladora donde se “apropia” de la voz de Ramón López Velarde, cosa que sería interesante, pero desafortunadamente lo echa todo a perder. En “Mi prima Águeda”, aparece un verso que dice: “yo era rapaz y conocía la o por lo redondo”, con un rasgo de picardía sexual; Peña lo retoma y lo transforma de modo que lo hace decir “yo era rapaz y conocía la o por lo redondo y oscuro de tu recto”, ¡una horrenda vulgaridad! Se trata supuestamente de un homenaje, de un ejercicio de intertextualidad, pero creo que en este caso el resultado es deplorable.

–¿Te consideras más poeta que crítico?

Al revés: me considero más crítico que poeta. Me asumo como un profesor que también hace investigación literaria y mucho de mi tiempo —cuando escribo— lo dedico al artículo, al ensayo, a un proyecto de libro. Soy un crítico literario que a ratos perdidos se atreve con la poesía. La poesía es un poquito voluble porque llega o no llega. Hay temporadas donde empieza a fluir y luego vienen largos periodos de sequía donde no se te ocurre un sólo verso. Mi relación con la poesía ha sido un poco tangencial en ese sentido. Quizá esto lo he propiciado yo mismo y no me he atrevido a considerarme un poeta full time, porque sé que no basta esperar a que la musa  llegue a darte de patadas a medianoche, sino que también juega un enorme papel la inspiración, una inspiración que paradójicamente (según lo explica Octavio Paz en El arco y la lira), puede programarse, como si fuera una especie de preconocimiento, de provocación.

–¿Quién te marcó en la Crítica Literaria?

–Octavio Paz en primer lugar y después toda su generación, la de Taller. Ellos son de 1914. Yo nazco treinta años más tarde. Acaso por ello es la generación que de modo inmediato más me toca y me influye. Me recuerdo a los veinte años, deslumbrado por los libros de Huerta, Revueltas y Octavio Paz. No puede negarse que hay otras generaciones igualmente potentes: la de los Ateneístas, la de los llamados Contemporáneos, con figuras de primer nivel, como Vasconcelos, como Reyes, como Martín Luis Guzmán, como Villaurrutia y Gorostiza, pero de manera entrañable quienes mejor embonaban con la idea que yo me había formado del escritor eran figuras como las de Octavio Paz, Efraín Huerta y José Revueltas. Ellos eran, y lo siguen siendo, mi Triángulo de las Bermudas. El techo y el límite de mis admiraciones. Tengo la convicción de que el ejercicio de la crítica tiene que ver con un componente de carácter, no cualquier persona tiene aptitud para la crítica —no porque le falte inteligencia ni en su caso sensibilidad—, pero la tarea del crítico tiene que ver con un asunto de carácter, es una tipología, una especie de actitud ante la vida. Hay algo de ese componente en mí, de otra manera hubiera disfrutado la literatura de otro modo o me hubiera peleado con ella pero en la soledad, sin hacer públicos mi disensos.

–¿Te generó conflictos ser crítico?

–Si haces crítica literaria estás sujeto a ello. Si te metes con un escritor, éste bien puede contestarte (me ha sucedido y claro que es lo normal), pero también puede optar simplemente por retirarte el saludo. Es algo muy frecuente en este terreno. Un día me pasó con un profesor de filosofía de la UAM Iztapalapa que acababa de publicar un libro y me pidió que le hiciera una crítica en el extinto suplemento Sábado, me dijo que él a su vez me contestaría con el fin de armar una polémica y llamar la atención acerca de su libro. Me pareció una idea aceptable porque siempre he pensado que en México lo que hace falta es la crítica, más crítica y si viene acompañada de polémica, mucho mejor. Cumplí con la tarea pactada, escribí mi reseña y pasaban los días y no había la anunciada contestación. Luego me crucé en los pasillos de la Universidad con el profesor y para mi sorpresa me negó el saludo, sí, por haber criticado su libro, que es precisamente lo que él mismo me había pedido. ¿Cómo entiendes esto? El crítico está expuesto a este tipo de situaciones, a una especie de maledicencia y un caudal de opiniones preformadas. Según esto, los críticos somos escritores frustrados, amargados o simplemente tenemos envidia de las personas que criticamos. A las primeras de cambio, se desvirtúa nuestro trabajo.

–En general, ¿cómo percibes la Historia de la Literatura?

–Percibo una especie de visión conflictiva. Sabemos que hay capas generacionales; generaciones que ocupan el escenario literario, pero luego son sustituidas por una generación nueva y así se va construyendo una especie de tradición. La generación nueva retoma muchas cosas de la generación anterior, eso le da una continuidad, aunque al mismo tiempo también aparece el conflicto, la lucha, que puede ser entre miembros de la misma generación que luchan por el poder o por el reconocimiento o también la lucha entre distintas generaciones: una generación quiere aplastar a la otra, no la quiere dejar crecer o al revés. Para crecer la nueva generación tiene que lanzar sus espadas en contra de la vieja generación. Hay un conflicto permanente en la literatura y eso es muy atractivo. Quizá es el aspecto que más me atrae, me gustan los personajes que le llevan la contra a las hegemonías, eso explica mi interés por el Estridentismo.

LA PASIÓN POR EL ESTRIDENTISMO

–¿Cómo llegaste al estridentismo?

–Una vez en la biblioteca de la universidad me encontré un Diccionario de la Literatura Mexicana publicado por la UNAM, era un tomo como de mil páginas. Busqué el nombre de Maples Arce y encontré una ficha que decía: “incurrió en una pretendida vanguardia llamada Estridentismo”. Me asombró que estuviera redactada en términos muy negativos, un desprecio absoluto, como si organizar una vanguardia fuese como cometer un delito. Eso me hizo preguntarme: ¿De veras son tan malos? Así me interesé en la vanguardia mexicana. En esa época tenía amistad con Rubén Salazar Mallén, quien a su vez era amigo de Manuel Maples Arce. Sabía del interés que tenía en este grupo de jóvenes irreverentes, por ello me invitó a conocerlo y nos reunimos en un café. Después el mismo Maples Arce me invitó a su casa, se portó muy amable conmigo, me obsequió una serie de libros sobre el tema (entre ellos un ejemplar de la Antología de la poesía mexicana moderna que publicó en Roma en 1940, que no era otra cosa que una respuesta biliosa a la antología que habían publicado los Contemporáneos en 1928). Desafortunadamente no lo volví a ver, no porque no me interesara, sino porque al poco tiempo le dio un infarto del que ya no se recuperó.

–¿Qué recuerdo tienes de Manuel Maples Arce?

–Su expresión de auténtico asombro de que alguien se interesara en el estridentismo. Por una coincidencia, el día en que estuve por primera y única vez en su casa, mientras platicábamos, recibió una llamada telefónica de Veracruz. Supongo que quien le hablaba era la investigadora y crítica literaria Esther Hernández Palacios, amiga mía y gran conocedora de José Juan Tablada, y que se preparaba para organizar un primer congreso acerca del estridentismo. Esa llamada era para informarle del mismo y para invitarlo a que asistiera a él. Maples estaba francamente sorprendido porque había personas que comenzaban a interesarse en su movimiento. Un poco después, por esos meses, la revista Plural, en manos entonces de Jaime Labastida, propició sendas entrevistas a Manuel Maples Arce, Arqueles Vela y Germán List Arzubide. Lo menciono porque uno de los entrevistadores era un joven escritor (entonces desconocido), Roberto Bolaño, quien años después convertirá a Maples Arce en un personaje de Los detectives salvajes, la novela que sin duda contribuye a poner de moda al Estridentismo. Aunque la novela está centrada en los infrarrealistas (o vicerorrealistas), estos reconocen que hay un antecedente de ellos en el Estridentismo y por eso aparece como personaje el autor del manifiesto Actual No 1. Los infrarrealistas se reconocen también en la figura siempre rebelde de José Revueltas, así como en la de Efraín Huerta, cuyo departamento en Polanco solían frecuentar. De tal modo surgió mi interés por la vanguardia mexicana. Por supuesto que escribí varias cosas, me di cuenta que con el material podía hacer un libro y ha sido el que más satisfacciones me ha dado porque coincidió de algún modo con la aparición de Los detectives salvajes, la gran novela de Bolaño. Ahora hay mucha gente que está trabajando esta vanguardia, Yanna Hadatty en la UNAM, Elissa Rashkin en la Universidad Veracruzana, Rodolfo Mata, Cesar Núñez en la UAM. Yo voy de salida, pero hay otra gente que aporta nuevas miradas, nuevas herramientas y una nueva sensibilidad también.

–¿Te preocupa el plagio?

–La palabra me produce desazón, no me gusta. Para mí es una palabra que tiene que ver con las leyes y con el derecho de propiedad intelectual. Está asociado a campañas de descalificación que se vuelven muy irracionales. Tengo mucho cuidado con usar esa palabra, pues tiene mucho de carroñero. En los fenómenos literarios contemporáneos más que nunca hay una especie de aceptación del plagio, pero que no lo es propiamente, sino la parodia intertextual, hay formas de retomar algo que dijo alguien y cambiarlo. El plagio burdo es el copy paste, es algo que los estudiantes hacen mucho y en el que incluso algunos escritores respetables han incurrido. Con graves consecuencias, por cierto.

–¿Qué sinsabores te dejó la polémica con Antonio Alatorre?

–Yo no diría sinsabores. Una cosa habitual como crítico literario es que publicas algo y no sabes quién te leyó, ni si en verdad te leyeron; nunca hay la menor retroalimentación. Parece que los textos que escribes caen en el vacío, pero fue todo lo contrario con esta polémica, intercambio o como quiera llamársele. De pronto sentí que tenía lectores en todos lados, porque ese intercambio realmente llamó la atención de muchos lectores. Me acuerdo que por esa época (1988) fui a Guanajuato a una mesa redonda y al final las preguntas eran sobre lo que nos escribimos Alatorre y yo. Ahí te das cuenta de que sí tuvo una enorme resonancia, es de los momentos que dan gusto y que me refuerza la idea de que la crítica y la polémica son sanas y dan lugar a cosas lindas. Claro, yo perdí mi amistad con Alatorre. Ni modo.

–¿Cómo era tu relación con Antonio Alatorre antes de la polémica?

–Fue mi maestro, aprendí muchas cosas de él, quizás no se me notan y fui un mal alumno, lo acepto, pero le llegué a tener una admiración casi paterna. Lo admiraba mucho. Después hubo malentendidos. La actitud de él tampoco ayudó, porque solía tener desplantes muy fuertes, de reto al mundo intelectual. El inicio de esta polémica se gestó varios años antes, a partir de su discurso de ingreso al Colegio Nacional en un texto precioso, muy bien escrito, pero que al mismo tiempo descalifica trabajos críticos de la modernidad. Me pareció raro que no pusiera sus nombres. Se refería a José Pascual Buxó, Margit Frenk, Noé Jitrik. Nadie le contestó en esa época. Pasaron tres años y escribió un artículo donde ridiculizaba otra vez el trabajo de los nuevos críticos literarios. Decidí contestarle, fue una rabieta mía en gran parte, pero pensé que era necesario defender el estructuralismo, las nuevas corrientes de la teoría y la crítica literaria, porque es parte de esa renovación que se tiene que dar.

–En la controversia que sostuviste con Antonio Alatorre decías qué hay males necesarios, ¿sigues pensando eso?

–Alatorre tenía una formación muy rigurosa porque había estudiado en el seminario, sabía griego, latín, alemán, era un verdadero erudito. Desde los años cincuenta en las Revista de la Universidad se referían a él como “el sabio Alatorre”. Pero en su visión del mundo, bastante conservadora, no entraba lo nuevo. En esto él mismo decía apoyarse en la Biblia, en el Libro de la Sabiduría que se atribuye a Salomón en el que se dice “no hay nada nuevo bajo el sol”. Algo de razón tenía, pero al mismo tiempo pienso que sí, que hay cambios que se imponen, rupturas y que estos cambios con la parte más viva de la historia. Creo que esas modas en la literatura son males necesarios porque obligan a una especie de renovación o transformación. Se pone de moda la lingüística, luego, asociado con ella, surge el estructuralismo, después viene el posestructuralismo, todavía más rico, con figuras como Barthes, Derrida, Kristeva e incluso Foucault. Hay quien no quiere saber nada de eso, pero yo pienso que esa moda tiene una explicación racional debido a que los tiempos van cambiando, el espíritu de la época cambia. Entonces estas modas son una necesidad de nuevas perspectivas.

Un crítico de hoy, con sus pilares del ayer: Revueltas, Paz y Efraín Huerta. Foto: Especial

–Con Javier Sicilia sostuviste otra polémica, ¿qué piensas de ella después de algunos años?

–Ese fue otro momento de polémica que también tuvo mucho impacto. Sigo pensando que su libro de poemas, con todo y que fue premiado, no es bueno. Está lleno de resonancias de Hölderlin, Paul Celan, Rainer Maria Rilke, pero no es para bien. La intertextualidad bien entendida consiste en saber que no hay originalidad absoluta; es decir, estás escribiendo siempre a partir de tus lecturas. La idea misma de poema viene de que has leído poemas, sino no tendrías la idea de poema en la cabeza. No puedes escribir un poema sin que haya lecturas implícitas. Ahora, hay formas de manejarla, si te acercas a un verso de Celan para mejorarlo (o alumbrar un nuevo aspecto), está bien, pero si echas a perder ese verso y pones algo así como “masticamos la noche”, se escucha horrible. Remite a un poema del poeta alemán, pero lo está echando  a perder. En esa controversia tuve cuidado de no emplear la palabra plagio, porque es una palabra muy venenosa, pero lo insinué. En el fondo el crítico literario responde a sus gustos personales que pueden ser equivocados.

–¿Cómo percibes la universidad y los estudios?

Siempre he tenido una actitud ambivalente ante la universidad. Por un lado, qué bueno que haya universidades porque la universidad cumple un papel formativo, pero, por otro lado también hay que pensar que la universidad siempre tiende a ser cuadrada, tiende a adiestrarte. La academia tiene esa doble cara: creativa y formativa, pero también puede tener esquemas y bloqueos mentales, por culpa de los profesores o de la cultura… no lo sé, a veces se trata de movimientos que responden al espíritu de una época. En Europa la academia está muy deprimida ¿qué gran filósofo o literato hay ahora? En otra época estaban Jean Paul Sartre o Martin Heidegger enseñando, ahora no hay figuras comparables a ellos en Francia o Alemania. Son épocas. Estamos viviendo una decadencia, ¿cómo diagnosticarla y cómo resolverla? Cómo profesor trato de hacer lo mejor posible.

–¿Cómo despertar el interés para la lectura?

–Me interesa ver que el texto no es solo un texto, sino que puede crear consecuencias sociales. Por ejemplo, José Juan Tablada publicó, en un periódico porfirista de la época, el poema de “Misa negra”. Resulta que algún enemigo político le arma una intriga, va con la esposa del presidente para decirle que ese poema es una incitación al pecado carnal. Entonces Carmelita de Díaz le llamó al director del periódico, le expresó su malestar y el editor le asegura que no volverá a suceder. Esa llamada les cierra la puerta a los modernistas; de momento les hacen un mal, pero también fue el parteaguas y un estímulo para fundar la Revista Moderna. Todo lo ocasionó un poema, gracias a ello surgió una de las revistas más extraordinarias de nuestra historia literaria. El texto aparentemente es inofensivo, confinado a que lo lea el intelectual, pero no, también el texto puede tener consecuencias en la vida real.

–¿Qué proyectos tienes?

–Acaricio en la actualidad un par de proyectos en los que se requiere valentía y tiempo, mucha dedicación: uno de ellos es escribir una especie de historia de la poesía mexicana del siglo xx. El otro es hacer una antología, y un estudio, de la recepción mexicana de Nietzsche; es decir, cómo lo hemos leído, cómo han reaccionado nuestros escritores y pensadores tras su lectura. Un hallazgo inesperado es que José Revueltas lo leyó, pero también descubrí que sus primeros lectores fueron los modernistas. En una rápida revisión de los ejemplares de la Revista Moderna encontré que está Nietzsche en el segundo número en la portada de la revista es su rostro dibujado por Ruelas, quien estuvo en 1891en Alemania en la Escuela de Arte de la Universidad de Karlsruhe, estudiando dibujo. Otra muestra de esto es el poema de Amado Nervo, “Implacable” donde la voz de una mujer nos sorprende con una frase como ésta: “Dios ha muerto lo matamos Nietzsche y yo / en el azur y en las conciencias”.

–¿Qué conflictos vislumbras en los días por venir?

–Toda época es conflictiva. No nos damos cuenta porque lo estamos viviendo. Creo que el México de los últimos 15 años ha entrado en un proceso evidente de descomposición en todos los niveles. La presencia de los narcos, la capacidad de captar gente, la corrupción policiaca, la cantidad de asaltos que hay y se quedan impunes. Hay un nivel de descomposición social acompañado del cinismo de los políticos. Veo una situación muy difícil porque vamos en picada. El paquete en esta nueva administración de Andrés López Obrador es muy fuerte, ¿podrá establecer el Estado de Derecho, que las leyes valgan en este país? Esperemos que sí.

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