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Pedro Mellado Rodríguez

11/02/2023 - 12:05 am

El precio de la verdad

Muchos de esos funcionarios que públicamente se conduelen de los males que aquejan a los comunicadores, son los mismos que amagan o amenazan a los periodistas con agredirlos físicamente, demandarlos judicialmente o inclusive, asesinarlos, si no cierran la boca y dejan de publicar lo que tanto les incomoda.

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El juicio en contra de Genaro García Luna, exsecretario de Seguridad Pública durante el Gobierno del panista Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, que se lleva a cabo en la ciudad de Nueva York, además de exhibir los presuntos vínculos entre poderes formales y fácticos, entre políticos y delincuentes, también pone en severo cuestionamiento el papel de muchos medios de comunicación como cómplices dúctiles en la construcción perversa de una narrativa que favorece al gobierno y partícipes de las corruptelas que solapan las omisiones, las distorsiones y el silencio sobre delicados asuntos de interés público, a cambio de jugosas remuneraciones o negocios vinculados a las instituciones públicas y al dinero del erario.

Aunque los perros y los lobos se parecen mucho, no andan juntos. Y aunque suelen confundirse los intereses y la actuación de los periodistas de tropa, con las conductas y decisiones de los directivos y dueños de medios de comunicación, no caminan por la misma vía y en la mayoría de los casos están en permanente conflicto, entre quienes censuran, inhiben, amenazan y castigan, frente a quienes defienden su libertad de expresión y el derecho de la sociedad a estar bien informada.

Hay preguntas que son recurrentes, cíclicas, inquietantes, en el gremio periodístico: ¿Está en crisis el periodismo? ¿Vale la pena una profesión cuyas recompensas son principalmente simbólicas en el reconocimiento a la trascendente labor social que realizan periodistas y medios de comunicación que se conducen con profesionalismo, honradez y valentía, pero ingratas en los aspectos laboral y salarial?

¿Tiene sentido una profesión determinada por sus precariedades laborales y salariales, cuyo ingreso mínimo por ley está tasado, para 2023, en 13 mil 935 pesos mensuales y representa un monto anual de 167 mil 223 pesos?

El cumplimiento estricto de los deberes no implica mérito relevante o extraordinario, que obligue a reconocimiento alguno. Al asumir los imperativos vocacionales y éticos de su profesión, el periodista sólo debe aspirar al reconocimiento de la utilidad social de su trabajo, comprometido con la verdad, que se reafirma y se legitima cotidianamente por su independencia, rigor, veracidad, honradez y valor, más allá de conmemoraciones, homenajes, premios o reconocimientos, aún en el supuesto de que estos se expresen en forma sincera y desinteresada.

El periodismo es, por su propia naturaleza, eminentemente crítico, así como riguroso y tenaz en la búsqueda de la verdad, para poner luz en los rincones oscuros de la vida pública. Comprometido con la gente en la preservación de valores superiores, contribuye a una saludable vida democrática y republicana.

La libertad de expresión y el derecho a la información no se negocian: se exigen, se conquistan, se ejercen y se defienden, hasta con la vida misma, si es necesario. Un periodista no es un académico ni un intelectual, ni aspira a la erudición; se guía por los impulsos de su corazón y de su conciencia. Su tarea está más determinada por las dudas que por las certezas.

Hay poderes formales y fácticos que pretenden conculcar estos derechos, porque saben o intuyen que la fragilidad de un sistema de medios de comunicación sometido por los intereses económicos, los amagos, las amenazas, las demandas o las agresiones físicas y hasta mortales, fortalece a un régimen de privilegios, en el que no hay lugar para los pobres, los desvalidos y los marginados, pues en las sombras y en la ignorancia se incuban los más deleznables abusos y la más agraviante impunidad.

La realidad es cruda y terriblemente simple: frente a los acosos, las amenazas y los ataques de poderes formales o fácticos estrechamente vinculados en la defensa de sus privilegios-, que atentan contra el derecho a la información y la libertad de expresión, los periodistas que trabajan al servicio de la verdad y de la gente, están solos.

Ninguna autoridad, ni sus propias empresas, los defenderán en un país donde es muy frágil el Estado de Derecho y donde la justicia está fracturada, sometida a las fuerzas del mercado, del dinero, de la corrupción y de la violencia. A los periodistas sólo les queda el abrigo y el respaldo generoso de la sociedad, de sus lectores, de sus audiencias.

Sobran funcionarios públicos, de todos los niveles de Gobierno, que llaman a los jefes de información o de redacción, a los editores, a los directivos y a los dueños de los medios de comunicación -prensa, radio, televisión y ahora digitales- para quejarse de los periodistas rebeldes que no aplauden y son corrosivamente críticos de las conductas ligeras, abusivas o corruptas de esos poderosos circunstanciales enquistados parasitariamente en amplios espacios de la vida pública.

Muchos de esos funcionarios que públicamente se conduelen de los males que aquejan a los comunicadores, son los mismos que amagan o amenazan a los periodistas con agredirlos físicamente, demandarlos judicialmente o inclusive, asesinarlos, si no cierran la boca y dejan de publicar lo que tanto les incomoda.

Es muy amplia la hipócrita cofradía que desde el poder dice defender la libertad de expresión, mientras le pone precio a la cabeza de los periodistas incómodos y ofrece jugosas pautas publicitarias a medios de comunicación sumisos, dúctiles, de muy dudosa ética y calidad editorial, ineficientes, que viven subsidiados por el dinero público, debido a que son incapaces de generar ingresos legítimos que les hagan sustentables, independientes y libres.

El periodista investiga, sustenta, argumenta, observa con profunda curiosidad los asuntos públicos, descorriendo el velo en los espacios opacos o sombríos y llevando luz a los rincones más oscuros, donde se refugian las alimañas que envenenan la vida pública y la pudren.

El periodista tiene derecho a condiciones laborales y salariales dignas, decorosas, que le garanticen seguridad personal y familiar, para resolver necesidades básicas de supervivencia y resistir las tentaciones de poderes, de la más diversa naturaleza, que seducen y corrompen con la intención de inhibir o conjurar los mejores frutos de una profesión que por su propia naturaleza debe ser eminentemente ética, crítica, independiente y libre, aunque en ello vaya implícito el riesgo de sufrir amenazas, incluso extremas.

Sin embargo, la realidad es muy diferente y en ocasiones, cruel. Un amplio segmento del gremio periodístico sobrevive en condiciones laborales y salariales precarias, y en algunos casos, infames.

Es común que el periodista trabaje por honorarios, en un régimen laboral ajeno a cualquier garantía o posibilidad de reclamo legal, sin derecho a servicios de salud, a fondos de ahorro y de retiro, aguinaldos o compensaciones mínimas que le garanticen un nivel digno de bienestar y certidumbre.

El periodista también está expuesto a la contratación a través de intermediarios (outsourcing), que le escamotea derechos laborales y humanos esenciales, mientras privilegian las ventajas de los patrones.

Igual puede el periodista resignarse a la precariedad de quienes laboran de forma independiente y realizan trabajos de manera autónoma, sin jefes, pero también sin garantías, casi siempre expuestos a la buena voluntad o al mezquino manipuleo de sus buenos, regulares o malos patrones circunstanciales.

La calidad de una democracia es proporcional a la calidad de su sistema de medios de comunicación.

Un sistema de medios de comunicación autosustentables, independientes, que puedan aspirar a ejercer plenamente su libertad, nutre y fortalece a la sociedad, generando contenidos informativos para la comprensión y el entendimiento.

Las nuevas plataformas de la comunicación y el periodismo ofrecen una perspectiva de cambio profundo, en el cual la publicidad de gobierno dejaría de ser el factor determinante para la supervivencia o naufragio de un medio de comunicación, que podría buscar en nuevos modelos de negocio la oportunidad de ser autosustentable, independiente y libre en el ejercicio de sus deberes profesionales, en favor de la verdad y de los intereses de sus lectores y audiencias.

En el preámbulo del cambio más profundo de la historia en los medios de comunicación y el periodismo, este es el complejo escenario al que todos los días se enfrentan la sociedad, los periodistas y los medios de comunicación comprometidos con la gente. Nadie dijo que la lucha por construir un mundo mejor fuera fácil, porque nunca lo ha sido.

Hay circunstancias que son cíclicas en la historia de la humanidad. Al recibir el Premio Nobel de literatura, Albert Camus pronunció su discurso de aceptación de tan distinguido reconocimiento, en Estocolmo, Suecia, el 10 de diciembre de 1957 y sus palabras, de hace 66 años siguen vigentes.

Reflexionó Camus: “Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga”.

“Heredera de una historia corrompida —en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos, y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión—, esa generación ha debido, en sí misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir”, agregó el célebre escritor.

“Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que se corre el riesgo de que nuestros grandes inquisidores establezcan para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de la servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura, y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la Alianza”, propuso Camus.

“No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado el momento, sabe morir sin odio por ella. Es esta generación la que debe ser saludada y alentada dondequiera que se halle y, sobre todo, donde se sacrifica”, concluye la cita de Albert Camus.

En estos tiempos oscuros y de canallas, de ideologías extraviadas e irreconocibles, es esencial el trabajo profesional, inteligente, sereno y valiente de los periodistas, para que la gente pueda aspirar a conocer la verdad sobre los hechos y las circunstancias que afectan su vida cotidiana.

Pedro Mellado Rodríguez
Periodista que durante más de cuatro décadas ha sido un acucioso y crítico observador de la vida pública en el país. Ha cubierto todas las fuentes informativas y ha desempeñado todas las responsabilidades posibles en medios de comunicación. Ha trabajado en prensa, radio, televisión y medios digitales. Su columna Puntos y Contrapuntos se ha publicado desde hace casi cuatro décadas, en periódicos como El Occidental, Siglo 21 y Mural, en Guadalajara, Jalisco. Tiene estudios de derecho por la Universidad de Guadalajara y durante una década fue profesor de periodismo en el ITESO, la Universidad jesuita de Guadalajara.

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