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María Rivera

11/05/2022 - 12:03 am

Decisiones

“Las vacunas no son iguales todas, por ejemplo, ni da lo mismo cuáles se compren y a quiénes se inoculen con ellas. Las vacunas no se definen por su origen, ni por razones prejuiciosas, sino por su eficacia y seguridad”.

“Las autoridades de salud, lo sabemos, más que especialistas son facilitadores de las decisiones arbitrarias de López Obrador”. Foto: AP

Durante los últimos meses del año pasado, advertí aquí, en esta columna sobre la determinación del Presidente López Obrador de no comprar más vacunas de Pfizer, que son las únicas vacunas estudiadas en el mundo en población infantil. Era muy previsible que el Gobierno intentaría vacunarlos con cualquier otra vacuna que fuera más barata porque López Obrador mismo explicó que concebía a las vacunas como un gasto superfluo e innecesario. Asimismo, dejó muy en claro que no cedería a los intereses oscuros de las farmacéuticas que solo buscan enriquecerse. Digamos, es claro como el agua, el motivo por el cual el Presidente decidió adquirir la vacuna cubana Abdala para inmunizar a adolescentes, como anunció hace poco, aunque ésta no tenga ningún tipo de arbitraje, no haya sido aprobada por la OMS, ni tenga estudios publicados y no se pueda garantizar ni su eficacia, ni su seguridad. El motivo es a todas luces ideológico, político y económico, no tiene nada que ver con la ciencia.

La decisión de usar la vacuna cubana, sin embargo, significa una doble ganancia para el Presidente, porque se ahorra dinero y al mismo tiempo apoya al régimen cubano, con el que tiene sobradas simpatías, como casi toda la izquierda latinoamericana tuvo durante décadas, a pesar de las sistemáticas violaciones a los derechos humanos de la dictadura castrista. Una vergüenza, sin duda, que la izquierda no haya logrado deshacerse de ese lastre, siga anclada a la ficción paradisiaca de la revolución cubana.

El capítulo Abdala es una desgracia más en la campaña de vacunación de nuestro país, que ha estado muy lejos de ser coherente, oportuna y universal. Basta con recordar que al día de hoy los niños mexicanos no han sido inmunizados y miles han muerto por el virus. Muertes que eran, desde el año pasado, prevenibles. Lo repito: miles de niños y adolescentes murieron por la decisión de no vacunarlos cuando ya había biológicos disponibles para ellos en el mundo. Eso no lo hace un Gobierno humanista, que prioriza la salud de la gente, no sobra decir. Tampoco, como sabemos, se compraron vacunas con la mejor tecnología sino vacunas que demostraron ser menos eficaces para combatir a la COVID.

¿Qué le ocurre al Presidente López Obrador con el dinero? Esa es la pregunta que deberíamos estarnos haciendo en voz alta cuando su austeridad significa sacrificar la vida y la salud de los niños. Es un crimen, sin duda, haberles negado sistemáticamente la protección frente a un virus que es capaz de causar secuelas permanentes, y un cuadro inflamatorio de gravedad, capaz de producirles la muerte. En parte, la respuesta a esta barbaridad es que el Presidente es capaz de tomar decisiones caprichosas, producto de su ignorancia, sin sufrir el menor reparo por parte de los otros poderes. No hay nada, ni nadie, que pueda evitar la toma de decisiones arbitrarias, contrarias al bien común. No hay nadie que le diga que es una total irresponsabilidad aplicar vacunas que no han sido aprobadas por autoridades sanitarias internacionales, no hay nadie que le explique que la ideología es incapaz de sustituir a la ciencia. Tampoco hay nadie que le diga que su política de austeridad en el sector salud es criminal, y que estos “ahorros” son, en realidad, una forma de corrupción, una inmoralidad, porque significa que se desvían recursos públicos del que debería ser su destino: la salud.

No, no hay nadie que pueda evitar que el Presidente gobierne solo, asistido por funcionarios obsequiosos dispuestos a justificar sus decisiones a pesar de que la verdad no le asista. Las autoridades de salud, lo sabemos, más que especialistas son facilitadores de las decisiones arbitrarias de López Obrador. En realidad, no importa la Secretaría, todos los funcionarios están postrados frente al poder presidencial, como antes. El descrédito de los especialistas a favor de los funcionarios leales a un proyecto, desde el comienzo del sexenio, ha tenido consecuencias fatales. Porque la lealtad política e ideológica no suele producir buenos resultados en áreas técnicas, sino propaganda. Así como sucede con las vacunas, así sucede con el proyecto educativo o con la seguridad. No se necesitan técnicos ni especialistas, parecen decir, sino buenas personas con buenos sentimientos o lo que ellos entienden por ello. Lo cierto, es que el conocimiento técnico es fundamental a la hora de resolver los grandes problemas que nos aquejan, en todos los ámbitos, es indispensable. Las vacunas no son iguales todas, por ejemplo, ni da lo mismo cuáles se compren y a quiénes se inoculen con ellas. Las vacunas no se definen por su origen, ni por razones prejuiciosas, sino por su eficacia y seguridad. Del mismo modo que la crisis de seguridad que atravesamos no se soluciona dando sermones desde Palacio Nacional a los delincuentes, ni dejándolos hacer mientras se solucionan las condiciones de pobreza y marginación de muchos mexicanos.

Es por esto que el país está sumido en varias arenas movedizas, aquí y allá, donde antes había suelo firme: se desmontaron los sistemas técnicos que le daban fortaleza al aparato y que servían para tomar decisiones racionales, en pos de volverlas populares. Por ello, los diagnósticos que debían ser de naturaleza técnica han sido sistemáticamente convertidos en políticos, en problemas producto de la mera voluntad presidencial. La justificación de López Obrador, repetida hasta el cansancio, de que todos los problemas se deben a sus opositores políticos, forma parte de esa transformación de la función pública: no hay manera de que se corrija porque se tendría que admitir que su concepción arcaica del poder es, esencialmente, contraproducente. El Presidente tendría que aceptar diagnósticos que implican su responsabilidad, y soluciones que no responden a su proyecto y claramente no está dispuesto a hacerlo, cueste lo que cueste, se enferme quien se enferme y muera quien muera.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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