Ciudad de México, 11 de junio (SinEmbargo).- “Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire”. Los primeros versos del famoso poema “Los justos”, de Jorge Luis Borges, la primera evocación que surge en las primeras páginas de Jardín, nueva novela del chileno Pablo Simonetti (1961).
Nunca ha leído el también autor de La razón de los amantes, el poema del argentino, pero como él deshoja una margarita literaria donde los mundos interiores juegan a la imprevisibilidad y los dilemas existenciales se despliegan a lo largo de una historia íntima, personal, sin voluntad épica ni de heroicidad.
En Jardín, Simonetti echa mano de su propia biografía para narrar las vicisitudes de Luisa Barbaglia, la madre de tres hijos muy distintos entre sí y quien se enfrenta a una decisión que marca un final de partida para una viuda de 76 años, amante de las plantas y las penumbras.
Los roles familiares, los hijos que se celan y recelan mutuamente, la verdad detrás de las máscaras y los ritos parentales, florecen –literalmente- en una novela breve o lo que el propio autor llama “un cuento largo”, donde si bien el lenguaje evidencia una alta carga metafórica y preciosista, como es costumbre en el escritor santiaguino, resuelve en forma directa y precisa su rumbo y propósito narrativos.
La novela es una metáfora de los nuevos tiempos sociales y políticos que vive el país sudamericano que parió a grandes figuras literarias, desde Pablo Neruda a Gabriela Mistral, de José Donoso a Roberto Bolaño, del recientemente fallecido Pedro Lemebel al joven y prometedor Alejandro Zambra.
De Lemebel Pablo recuerda su lucha por los derechos de los homosexuales, sin dejar de tener referencia de su origen humilde, un tema que es sensible para Simonetti, militante del colectivo LGTB en un país que, según su análisis, ha avanzado mucho en en dicho ítem.
Pablo Simonetti se tituló de ingeniero civil en la Universidad Católica y obtuvo un magíster en Ingeniería Económica de la Universidad de Stanford. A partir de 1996 se volcó por completo a la literatura. Al año siguiente logró el primer lugar en el concurso nacional de cuentos Paula, con el más afamado de sus relatos, “Santa Lucía”.
Este y otros cuentos se reúnen en Vidas vulnerables (1999), merecedor de la Mención Especial del Premio Municipal de Santiago. En 2004 publicó su primera novela, Madre que estás en los cielos, la que ha sido traducida a cinco idiomas y ha llegado a ser una de las tres más vendidas en Chile de los últimos 10 años.
En 2007 presenta su novela más popular, la ya mencionada La razón de los amantes. La barrera del pudor (2009) y La soberbia juventud (2013), fueron publicadas en Latinoamérica y España, ambas con una entusiasta recepción por parte de la crítica.
–Alguien que cultiva su jardín y luego lo desmantela…
–Claramente la novela expresa una metáfora de un lugar en el mundo que es un lugar que no necesariamente tiene una representación física, sino también existencial. Un espacio donde nos sentimos bien con nosotros mismos, un espacio sagrado donde se va alojando la memoria, los símbolos, la pertenencia, sin duda. Aquí hay alguien que ha hallado ese lugar que para otros es tan difícil encontrar y que le es arrebatado. En mis novelas anteriores siempre he tratado con personas que tienen dificultad para armarse a sí mismos, seres en conflicto, en cambio en Jardín tenemos una situación donde Luisa Barbaglia, dado el orden de las cosas, pierde ese sitio sagrado.
–Lo interesante de la novela es que el argumento de Franco, uno de los hijos, es muy razonable a la hora de tener que vender la casa
–Sí, son muy razonables, está el tema de la seguridad, la amenaza de que todo el barrio se va a desnaturalizar, está siempre el argumento del dinero, pero ninguna de estas argumentaciones toma en cuenta la relación histórica, simbólica, identitaria que tiene Luisa con el jardín. Parecen argumentaciones convenientes e inteligentes, pero no se fijan en el apego de un ser humano con algo que es una proyección de sí. Es una manera de ver el mundo que ha estado presente en el Chile de los ’90, una disposición a resolver problemas y agotar lastres, a sacarse los problemas de encima, desprenderse de aquello que te pesa. En cambio, creo que en una vida, el peso histórico cumple una función. Es verdad que te hace ir un poco más lento por el camino de la existencia, te enfrenta a otro tipo de riesgos, pero al mismo tiempo no te niega la dignidad. Estoy pensando en la confrontación entre una idea neoliberal absoluta que primó en Chile en esos años versus una visión que sea más respetuosa de la identidad humana, que es la que ha ido ganando más fuerza en los últimos tiempos. También veo esa visión neoliberal como la expresión de una dictadura (la de Augusto Pinochet, entre 1973-1990) que sometió a Chile a un despojo de identidad. De hecho, imaginé la novela a los días previos que se cumplieran los 40 años del Golpe Militar, cuando mi país hacía una revisión histórica y crítica de lo que había significado la dictadura para nosotros.
–El narrador dice, cuando se desentierra el jardín, que si se desenterrara el mundo interior de una persona, veríamos que la existencia es algo grávido, pesado
–Sí, para mí esa es la metáfora principal de la novela. Un jardín es algo armonioso, leve, no es una caverna, no es un lugar llena de pesadez. La mirada que Luisa tiene de sí misma en el jardín es de ligereza, pero cuando decide desenterrarlo se enfrenta al peso. Siempre que vemos, por ejemplo, un Castaño de Indias, lleno de flores, nos maravillamos, pero si decidiéramos sacarlo, el árbol comenzaría a tener un peso insoportable. Desarraigar una vida, como lo demuestran los exilios y las migraciones, muchas veces equivale a pasar procesos muy dolorosos.
–Este dilema entre la vida práctica y el mundo interior, ¿qué papel ha jugado en ti?
–A mi adolescencia la pasé en un país que había cortado con su pasado, había que trabajar y acostarse temprano porque había toque de queda. Cuando me convertí en ingeniero estaba el mandato del éxito, que era un principio unificador de la sociedad chilena durante toda la dictadura. Se volvió a valorar el esfuerzo sin memoria, sin pensar en los muertos, sin pensar en los conflictos que habían dado origen al Golpe del Estado. Había que mirar hacia delante sin observar las raíces que habían quedado al aire. Fue como sacar los árboles del bosque y construir edificios encima. Con el regreso de la democracia eso empezó a cambiar de a poco. Pero para mi generación había una idea predominante que permeó en casi todos y que consistía en creer que la memoria ralentizaba el progreso. Lo sentía en mí también. Era como “vamos a resolver este problema y vamos a sacarnos lastre de encima”. Pasó por ejemplo con mi propia homosexualidad; pensaba que iba a hablarlo con mis padres, con algunas otras personas y ya…pero poco a poco me fui dando cuenta de que la ansiedad y la incertidumbre me habían ganado. No era una solución del momento, sino que tenía que retomar mi historia, reconciliarme con todas las negaciones a las que había recurrido mientras luchaba por no ser homosexual. Esa recomposición de mi vida me reunió con el niño artista que escribía cuentos y al que yo había eliminado del camino, porque era una fuente de perturbación y de problemas que había que sacarse de encima. En la visión empresarial de la vida, los problemas no están para ser entendidos, sino para ser eliminados sin pensar mucho. Estuve en terapia durante muchos años para poder volver a plantar los árboles en su lugar adecuado y regresar así a mi verdadera identidad.
–En un país es más difícil ese proceso, porque un país se compone de muchas identidades
–Pero las ideas se van componiendo en el espacio público y allí hay una dialéctica y hay algunas ideas que se vuelven dominantes. En un sistema totalitario como el que tuvimos nosotros, estas ideas dominantes crearon una cultura que fue abrazada con mucho ardor. Se creía que así se salvaba un país en ruinas. La sensación de que teníamos que crecer, superar nuestros problemas, llegó al nivel de las propias familias. En el Chile actual estamos haciendo una revisión de los últimos 25 años de democracia en que sentimos que la política de los acuerdos, tan en boga en los ´90, en realidad no funcionó tanto, más bien todo lo contrario. Es una política heredada de la época pinochetista, basada en leyes de consenso entre la izquierda y la derecha y que en realidad consisten en sacarse los problemas de encima, pero sin solucionarlos a largo plazo.
–Elegiste una novela breve, sucinta, para contar la historia de Jardín
–Es la primera vez que me imagino una novela de principio a fin. Las anteriores fueron novelas exploratorias. La vi completa en parte porque tiene mucho de autobiografía. Los hechos esenciales, la compra hostil de la casa y el final que no lo vamos a contar, son hechos de mi propia vida. Eso marca el formato. Cuando la escribí, tenía como 30 páginas más donde se planteaban algunos conflictos secundarios, pero en el primer borrador me di cuenta de que todo giraba alrededor de la madre y el jardín, así fue como los hilos secundarios se desvanecieron. Eso es muy propio del cuento, así que para mí se trata más de un cuento largo que de una novela breve.
–Me la imaginé en el cine
–Yo no, aunque debo confesarte que ya he recibido ofertas para filmarla
–Es extraordinaria la relación que tiene Luisa Barbaglia con sus plantas
–Ella le va adhiriendo un sentido personal a cada una de sus plantas, refiriéndolas a cada miembro de la familias. Parece una relación arbitraria, pero no es así, ella decide qué planta va a heredar cada uno de sus hijos. Para mí las plantas son la representación de lo que ya existe en la relación entre los hermanos y en los hijos con su madre. El desentierro del jardín rompe con esa armonía cotidiana que van generando los ritos familiares. Para mí, una de las grandes habilidades que tiene un sistema familiar es que disuelve los conflictos echando mano de los ritos. Pero cuando hay una perturbación exterior tan fuerte, como en este caso, los conflictos se reactivan.