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Ricardo Ravelo

11/08/2017 - 12:05 am

Desapariciones: La angustia de no saber

Las redes de trata y otras de la delincuencia organizada virtual suelen enganchar a niños y jóvenes con muchos recursos.

Las redes de trata y otras de la delincuencia organizada virtual suelen enganchar a niños y jóvenes con muchos recursos. Foto: Ricardo Ravelo

La mañana del 5 de agosto, la niña Astrid Amezcua Marín, de doce años de edad, le pidió permiso a su madre para ir a la biblioteca y consultar unos libros. Le dijo que iría con una amiga de nombre Paola y que regresaría a casa a las cuatro de la tarde.

La señora Angélica Marín le dijo que sí pero que iría acompañada de su abuelo, un señor de más de setenta años. Ambos tomaron camino hacia la biblioteca pero en el trayecto se desviaron: Astrid le pidió a su abuelo que la llevara a la casa de Fernanda Lilith Izaguirre, una compañera de escuela a quien le habían prohibido ver porque, según la madre, “influenciaba mucho a su hija con mensajes suicidas, con viajes sin retorno, con amoríos y fantasías a través de las redes sociales”.

A pesar de que el abuelo conocía este mundo fantasioso en el que con frecuencia se internaba Astrid, lo cierto es que, según la señora Angélica Marín, el anciano ignoraba que la inductora era Fernanda. Por esa razón, dice, aceptó llevarla con ella.

Cerca del mediodía ambas niñas se encontraron en la vecindad donde vive Fernanda y entablaron un largo diálogo en la calle. El abuelo sólo observaba, de pie, a unos cuantos metros de distancia. El tiempo transcurrió y el señor se fatigó. Comenzó a sentir un dolor en un costado del estómago y decidió moverse y agacharse para mitigar lo que sentía. Tan pronto dio la espalda y se distrajo, Astrid y Fernanda desaparecieron.

Al perderlas de vista, el abuelo de Astrid pensó que habían caminado hacia el interior de la vecindad. Y ahí espero por más de tres horas hasta que no supo más de su paradero y tuvo que regresar a casa y dar la noticia de que su nieta se había perdido. El único dato que pudo rescatar es que ambas niñas habían salido hacia el Eje Central y la avenida Bolívar, en la ciudad de México. Nadie supo decirle a qué fueron a esa dirección. Y entonces comenzó la búsqueda: la madre tomó camino a la biblioteca, visitó la casa de otra amiga, la buscó en varios parques del centro a donde solía ir pero no encontró ningún rastro.

Unas horas más tarde, recibió la llamada de la madre de Fernanda, de nombre Gina. Le dijo que Astrid había ido a su casa a buscar a su hija, que ambas habían salido juntas y que tampoco sabía donde se encontraban. La angustia atenazó a ambas familias.

Según la señora Angélica Marín, su hija y Fernanda ya habían intentado escaparse dos meses atrás. Habían planeado ir a Veracruz “a conocer las playas”, pero yo no le di permiso, dice.

Y añade: “Astrid sufre una fuerte depresión y se agravó más cuando conoció a Fernanda. Esta niña ha intentado suicidarse en varias ocasiones y por esa causa ambas tuvieron que ser sometidas a tratamiento psicológico. Pero no experimentan mejoría, al contrario, han empeorado.

Como la relación de las dos era dañina, las madres de Astrid y de Fernanda acordaron que prohibirían que se vieran y que tuvieran una relación de amistad. Con esa medida, pensaron, las separarían y dejarían de influir una a la otra. Pero fracasaron. Astrid y Fernanda mantenían una intensa comunicación a través de las redes sociales y era tan estrecho ese vínculo que hasta intercambiaron las contraseñas del correo electrónico personal. Astrid podía ingresar al correo de Fernanda y viceversa. Fernanda se hacía pasar por Astrid y Astrid por Fernanda. Y de esa forma mantenían una constante comunicación con distintas personas tanto de México como del extranjero. A través del mundo virtual crearon su propio mundo, dieron rienda suelta a sus fantasías.

De la misma manera en que compartían mensajes que ahondaban en sus respectivas depresiones también planeaban irse de casa “y no volver jamás”, externaban el odio hacia sus padres, la frustración por la vida vacía que llevaban, el amor no correspondido, historias de amor y desamor, abandono, soledad, “los hombres son malos”, “no quiero ver a mis padres”, “vámonos de este mundo de mierda”, “me voy a quitar la vida, he pensado aventarme de la azotea de mi casa” y en no pocas ocasiones Astrid veía en Fernanda el gran apoyo que necesitaba en la vida.

De acuerdo con la señora Angélica Marín, su hija Astrid era una niña normal pero comenzó a cambiar cuando en compañía de Fernanda empezaron a leer la llamada literatura Anime, cuyo boom lleva varios años y lo mismo explota historias de la mitología griega que fantasías de todo tipo impulsadas a través de las redes por grupos asiáticos que han explotado, con nuevos arquetipos, este género.

El padre de Astrid observa, en silencio. Tiene la mirada perdida, los ojos hundidos en la tristeza. Foto: Ricardo Ravelo

Dice la señora Marín que Astrid leía historias de muerte, suicidios, todo lo que tenía que ver con la vida vacía, el sinsentido y lo que alimentaba sus sentimientos depresivos. Astrid fue abandonaba por su padre hace algún tiempo –regresó al enterarse de su desaparición — tras el divorcio con su madre, y la mayor parte del tiempo la pasaba sola. Por eso, dice, encontró en Fernanda un cierto sentido para su vida. Pero no fue positiva esa relación, comenta.

A través de varias cartas encontradas en la recámara de Astrid la madre se enteró de que ambas parecían tener una relación de amor un tanto fantasmática. Era y no era. Y las dos planearon en varias ocasiones quitarse la vida juntas o fugarse lejos, a Japón o a donde fuera y no regresar nunca al lado de sus padres, a quienes rechazaban.

En un mensaje que dirigió a su madre, Fernanda escribió:

“Si yo muero no llores… ya no seré un problema y yo seré feliz”.

En un pequeño escrito, hallado en su recámara, Astrid escribió con tinta color rosa:

“No lo se, no se nada, que soy tan pendeja por ti…Seguí un gran tiempo de mi vida, pero me harté, me harté de esta vida, me duele mi brazo, me harté de esta vida y me vale madres lo que los demás piensen de mi, lo siento, voy a terminar con mi vida, perdón por existir…”

La señora Angélica cuenta que tanto su hija como Fernanda tenían muchos amigos virtuales, lo cual han constatado a través de las cartas encontradas y por medio de una tercera amiga –la cual también planeó fugarse con ellas pero de último momento se arrepintió –quien les dijo que había un chico venezolano con quien ellas chateaban a diario y con quien, al parecer, se encontraron el pasado 5 de agosto.

El caso de la desaparición de Astrid y Fernanda ya está en manos de la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México, donde no se descarta que hayan sido enganchadas por una red de trata de personas, organizaciones criminales que suelen inducir a niños y jovencitas a través de las redes sociales para después contactarlas personalmente y secuestrarlas con fines de explotación sexual.

Por ahora el asunto se investiga como un caso de desaparición. Sin embargo, la presencia del chico venezolano de 18 años –posible enlace de la presunta red –podría convertir esta historia en una más relacionada con redes de trata de personas, las cuales, como se sabe, tienen un amplio campo de acción a través del mundo virtual tan socorrido por los adolescentes y jóvenes.

Las redes de trata y otras de la delincuencia organizada virtual suelen enganchar a niños y jóvenes con muchos recursos. Pueden saber cuando un adolescente sufre soledad y abandono y en estos casos resulta más fácil engancharlos porque les refuerzan su mundo fantasioso y les pintan otras realidades diferentes a las que viven y la mayoría de ellos caen presa fácil de estos criminales.

La madre de Astrid se desgarra por dentro y el llanto es incontenible. Siente culpa porque acepta que abandonó a su hija “por trabajar todo el día”. El padre, Carlos Antonio Amezcua, regresó cuando se enteró de la desaparición de su hija. “Me siento culpable también porque me fui y no supe dimensionar que por abandonar a mi hija causé un gran vacío en ella”.

La madre: “Ella decía que sentía un hueco en el pecho”, y ese hueco era el sentimiento de abandono. El padre: “Espero que mi hija aparezca y si Dios me la devuelve le pediré perdón y le diré que siempre la he querido mucho”.

Las autoridades realizan las investigaciones dentro y fuera de México. En este caso existen los indicios fundados de que una red de trata las pudo haber secuestrado en la ciudad de México. Astrid estudiaba en la escuela secundaria técnica número 6, Sor Juan Inés de la Cruz, ubicada en Enrico Martínez 6, colonia centro.

La madre: “Quiero encontrar a mi hija”, susurra mientras las lágrimas le ruedan y le inundan el rostro. Esto es un infierno. Llevo días sin comer y sin dormir. Nada me consuela. Nada me calma. No tengo paz. Todo es sufrimiento y dolor. No sé por qué estoy viviendo esto tan duro en mi vida. Quiero decirle a mi hija que su padre y yo la estamos esperando y que ojalá regrese a casa”.

El padre de Astrid observa, en silencio. Tiene la mirada perdida, los ojos hundidos en la tristeza.

Ricardo Ravelo
Ricardo Ravelo Galó es periodista desde hace 30 años y se ha especializado en temas relacionados con el crimen organizado y la seguridad nacional. Fue premio nacional de periodismo en 2008 por sus reportajes sobre narcotráfico en el semanario Proceso, donde cubrió la fuente policiaca durante quince años. En 2013 recibió el premio Rodolfo Walsh durante la Semana Negra de Guijón, España, por su libro de no ficción Narcomex. Es autor, entre otros libros, de Los Narcoabogados, Osiel: vida y tragedia de un capo, Los Zetas: la franquicia criminal y En manos del narco.

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