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Jorge Javier Romero Vadillo

11/10/2013 - 12:00 am

Juan Linz y la reforma política

Murió Juan J. Linz, uno de los politólogos más creativos del último medio siglo. Su rigor analítico y su capacidad de observación de la realidad, le permitieron elaborar nuevas categorías teóricas para explicar fenómenos de la política que no se acomodaban claramente en las clasificaciones tradicionales. Era de los que preferían encontrar la lógica de […]

Murió Juan J. Linz, uno de los politólogos más creativos del último medio siglo. Su rigor analítico y su capacidad de observación de la realidad, le permitieron elaborar nuevas categorías teóricas para explicar fenómenos de la política que no se acomodaban claramente en las clasificaciones tradicionales. Era de los que preferían encontrar la lógica de los objetos, en lugar de buscar objetos para su lógica, como formulaba Marx su crítica a Hegel, olvidada después por los marxistas, tan propensos a acomodar a la fuerza las piezas del rompecabezas social en su marco conceptual.

Linz observó con agudeza la realidad española y a partir de los rasgos concretos estudiados elaboró el concepto de régimen autoritario para explicar las peculiaridades de la dictadura franquista, alejada ya en la décadas de 1950 y 1960 de sus orígenes altamente ideologizados y de sus inicial carácter filo-fascista; la herramienta analítica desarrollada por él arrojó luz al estudio de regímenes como el mexicano, que no eran democracias, pero tampoco dictaduras totalitarias.

Hace poco más de veinte años Linz, junto con Arturo Valenzuela, enfocó su lente al estudio de las características institucionales de los regímenes democráticos en sus dos vertientes principales: el presidencialismo y el parlamentarismo. Sus conclusiones, publicadas en el poderoso libro The failure of presidential democracy han sido desigualmente comprendidas en México; primero, porque cuando la obra fue publicada en 1994 a los mexicanos les sonaba muy raro eso de que el presidencialismo producía ejecutivos débiles; ¿cómo puede ser —se preguntaban los mas obtusos— si en México tenemos presidencialismo y el gobierno es fuerte, demasiado fuerte, al grado de que lo que hace falta es debilitarlo con contrapesos en el Congreso? Evidentemente los críticos no entendían que Linz y Valenzuela se referían al presidencialismo en condiciones democráticas, situación que México aún no alcanzaba entonces. Tres años después, cuando al fin unas elecciones confiables le quitaron al presidente la mayoría absoluta en la cámara de diputados y casi por primera vez en la historia del país comenzó a funcionar el diseño constitucional de división de poderes, los problemas de gobernabilidad intrínsecos al diseño presidencial —invento estadounidense del siglo XVIII— comenzaron a hacerse notar.

Según Linz y Valenzuela, el diseño presidencialista, incluso cuando distribuye el poder con un sistema de pesos y contrapesos, entraña un conflicto potencial entre ejecutivo y legislativo. En condiciones de pluralismo democrático con partidos disciplinados, los incentivos para enfrentar al ejecutivo son altos cuando el partido del presidente pierde la mayoría en el Congreso; sin partidos disciplinados, en realidad nunca se tiene una mayoría clara y los procesos de negociación se vuelven laberínticos. La existencia de dos Cámaras colegisladoras complica el escenario porque quedan en juego tres órganos con respaldos electorales distintos, por lo que el presidencialismo bicameral no tiene ni las ventajas de un sistema claramente mayoritario como el inglés ni la equidad de los regímenes que obligan al consenso, basados en la representación proporcional pero que fuerzan a la formación de coaliciones de gobierno.

Desde luego, el argumento encontró enormes reticencias en los creyentes del presidencialismo, que rápidamente arguyeron, a partir del título del libro de Linz y Valenzuela, que los regímenes presidenciales no necesariamente fracasaban y una y otra vez recurrían al ejemplo norteamericano: ¿cómo puede decirse que el presidencialismo es más inestable y dificulta la gobernabilidad cuando existen los Estados Unidos, ejemplo de continuidad institucional, que han sido presidencialistas por más de doscientos años y son la gran potencia mundial? Sin duda, no habían analizado con cuidado las enormes dificultades del gobierno central de Estados Unidos a lo largo de la historia para lograr reformas, pues Spilberg no había filmado aún Lincoln, ni Clinton había fracasado con sus reformas para el control de armas y del sistema sanitario —los mismos temas que han resultado un quebradero de cabeza para Obama— ni se habían dado los cierres del gobierno por las disputas presupuestales.

Después, críticos como Antonio Cheibub, han intentado refutar los argumentos de Linz y Valenzuela con estudios empíricos sobre la capacidad de los regímenes presidenciales para formar coaliciones en condiciones de pluripartidismo; de acuerdo con Cheibub, los regímenes presidenciales son sólo ligeramente más inestables que los parlamentarios y hay muchos casos de gobiernos de coalición con presidencialismo. Sin embargo, el argumento de fondo de Linz no es tanto la proclividad al colapso de los presidencialismos, sino las dificultades para la gobernación que implican, lo que afecta directamente a la calidad de su gestión. En cuanto a las coaliciones, baste ver los mecanismos usados para mantenerlas en Brasil para reafirmar la teoría de Linz sobre los mejores incentivos de los regímenes parlamentarios a la hora de construir acuerdos plurales.

Obviamente no existe régimen perfecto. Sólo el de los arcángeles, diría Hamilton. Pero resulta obvio que los diseños institucionales son básicos para modelar los incentivos de los actores políticos. En general, la tesis central de que los regímenes parlamentarios generan mejores condiciones para formar mayorías coincidentes con el gobierno o para impulsar coaliciones estables no ha sido sólidamente refutada.

Aquí en estos lares, finalmente los políticos parecen haber notado que el diseño presidencial tiene serios problemas. Después de 16 años de presidentes sin mayoría en el Congreso, con conflicto recurrente entre legislativo y ejecutivo, que ha dificultado la gobernabilidad y ha impedido desarrollar programas coherentes de reformas y de gobierno, la idea de cambiar el régimen político en un sentido parlamentario se ha abierto paso. Sin embargo, en lugar de pensar en un rediseño integral que genere gobiernos coherentes a partir de una separación entre jefe de Estado y jefe de gobierno, este último con responsabilidad ante el Congreso, lo que han propuesto son sucesivas incoherencias para parchar al presidencialismo o, como en el caso de la propuesta actualmente defendida por el PAN, fórmulas que en lugar de fortalecer la capacidad gubernativa lo que lograrían sería cercar al presidente.

No otra cosa pasaría con la ocurrencia esa de que sea el Congreso el que tenga la opción de decidirse por el gobierno de coalición en caso de que el partido del presidente no tenga la mayoría legislativa. ¿Se dan cuenta del despropósito que resultaría si un presidente, que constitucionalmente seguiría siendo jefe de Estado y jefe de gobierno, se viera obligado desde las cámaras a gobernar con un gabinete formado por una coalición de sus opositores? Bien les haría a los creativos panistas darle una repasada a la obra de Linz, a ver si entienden que lo que está en juego es la gobernabilidad democrática.

Jorge Javier Romero Vadillo
Politólogo. Profesor – investigador del departamento de Política y Cultura de la UAM Xochimilco.

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