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Julieta Cardona

11/12/2017 - 12:03 am

Donde ocurre la magia

Que nos demos cuenta de que nacer, estar vivo y morir, son los tres instantes donde ocurre la magia: la vida.

Que nos demos cuenta de que nacer, estar vivo y morir, son los tres instantes donde ocurre la magia: la vida. Foto: Julieta Cardona

Yo creo que todos sabemos lo que es estar en el principio de algo, o en el final de algo, o en el medio. Yo creo que todos sabemos, pues, de qué está hecho un ciclo y que adentro de ese ciclo hay un proceso y que adentro de ese proceso, hay un montón de cosas. Todo –y qué bueno, qué digo bueno, qué dicha– tiene un camino. Una no entra al kínder y al día siguiente cumple treinta o cuarenta o cincuenta o sesenta y tantos años, esto por poner un ejemplo. En el trance hay mil cosas: que se te caigan los dientes –o te los rompas andando en bicicleta o que alguien te los tumbe de un puñetazo–; que te conviertas en la gordita de la familia a quien las tías le soban los cachetes; que saques de quicio a tus padres y vayas a esconderte en lo alto del manzano; que le escribas un mal poema a la niña a quien le jalas la trenza; que te crezcan las tetas, las nalgas, las caderas, el vello púbico; que te obsesiones con un celular o un coche o una gabardina de temporada o cualquier otra tontería de esas; que aprendas a besar –o que no aprendas pero que beses–; que –si tienes suerte– leas cientos de libros; que te bajen los calzones; que le des forma al vello púbico (jaja, a la brasileña, digamos); que la de la trenza sea una mujer ya crecida y te haya reventado el corazón como si, al hacerlo trizas, hubiera marcado el jonrón de su vida; que conozcas a ese hombre que no hacía más que repetir “qué cortísima es la vida, qué pequeña” y que no hagas más que asentir porque pues, qué puedes hacer ante semejante trozo de verdad; que te vayas a las montañas con tu hogar ambulante: el termo para café y lo otro necesario para estar serena; que te llenes de abundancia: comida, tés, pan dulce, pájaros y sonrisas que sean alimento; que silbes mientras andas entre los viñedos, que arranques las uvas y te las metas a la boca; que el cielo te vibre adentro cuando voltees para arriba; que tomes la luz, los granos de arroz, la bolsa para dormir y les hagas espacio en tu hogar ambulante; que digas “pero es que no tienes idea de cómo evito las ciudades grandes”, pero que cuando vayas a alguna, camines hasta sus callejones más perdidos; que de la nada caigas en una aldea de malasios y que comas lechuga, salchichas y pollo en curry con las manos; que nunca se te olvide el frío del desierto, su arena roja; que una fogata en luna llena te abra las certezas; que después de leer la Biblia tu único deseo sea María Magdalena; que aprendas a bailar sobre las olas; que los latidos de un par de bongós pongan de nuevo tus pies sobre la tierra; que te saques la lotería sintiendo amor. Amor del bueno. Que pasen todas esas cosas, que sigan pasando más. Demasiadas. Y adentro de esas, otras. Que nos demos cuenta de que nacer, estar vivo y morir, son los tres instantes donde ocurre la magia: la vida.

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