Author image

Susan Crowley

12/10/2018 - 12:02 am

El viejo colchón de Sarah

Un viejo colchón recargado en la pared manchado con restos de líquidos de dudosa procedencia; sobre él, dos melones y una cubeta, al lado un pepino en forma vertical sostenido por dos naranjas.

Un viejo colchón recargado en la pared. Foto: Especial

Un viejo colchón recargado en la pared manchado con restos de líquidos de dudosa procedencia; sobre él, dos melones y una cubeta, al lado un pepino en forma vertical sostenido por dos naranjas. Así de simple, así de obvio, no da lugar a metáfora alguna, no nos permite sublimar su contenido. Es una instalación de la artista Sarah Lucas, nos obliga a ver lo que está ahí, aunque quisiéramos evitarlo, una especie de morbo nos atrae irremediablemente. La nomenclatura de la obra determina la intención: Au Naturel, no deja nada a la imaginación. De la manera más simple, desnuda, sin maquillaje. ¿De qué manera opera nuestro inconsciente al invocar la anatomía de dos cuerpos recostados, uno (el pepino) con una erección masculina evidente, el otro, una concavidad (la cubeta), abierta y dispuesta a ser penetrada?,¿por qué un simple colchón viejo, con unos cuantos restos nimios, nos llevan a evocar una escena por demás perturbadora? ¿qué inmanencia adquieren los objetos, muebles, aparatos, etc, que terminan pareciendo seres vivos? Habrá que adentrarse al universo de la autora de esta instalación, para indagar de que va el asunto.

Sarah Lucas es parte sustancial del mediático grupo de artistas jóvenes que surgió a mediados de la década de los noventa, los Young British Artists (YBA´s como se les conoce). Se le considera responsable, junto con Damien Hirst, de impregnar un aire fresco en el anquilosado ambiente artístico británico. Relacionados con las habilidades publicitarias de Charles Saatchi, quienes pertenecieron a este grupo: Tracy Emin, Sam Taylor- Johnson, Marc Queen, Michael Landy, Rachel Whiteread y Jennie Saville (la más costosa artista viva hoy), entre los más importantes, han dejado una huella que más allá de la moda y de las tendencias en el arte, hoy es un referente para entender la línea de cambio en el horizonte artístico del mundo. Con su desenfadado modo de crear piezas que van más allá de las tradicionales pintura y escultura, generando instalaciones que nos dejan mudos por su descabellada manera de plantear situaciones límite (animales en formol, cabezas hechas de sangre, naturalezas muertas que se pudren frente a nuestros ojos, santos convertidos en juegos de monedas), han marcado un hito en la manera de pensar el arte. Delante de sus obras no tenemos otro remedio más que abrirnos a nuevas lecturas. Para Damien Hirst, según recientes declaraciones, Sarah Lucas es el mayor talento que existe.

No es casualidad que el PS1 y el New Museum, las instituciones culturales más alternativas de Nueva York presenten las retrospectivas de Bruce Nauman y Sarah Lucas respectivamente. No dudo que alguien lo planeó. Ambas exhibiciones son un giro de 180 grados a los acostumbrados y convenientes Big names que suelen llenar los museos para deleite de turistas culturales. Dispuestos a derrochar sus dólares en las tiendas de souvenirs, a continuación de haberse dejado robar el corazón por una típica obra maestra, los visitantes a estas dos muestras se encontrarán con un problema. Difícilmente podrán encontrar el “recuerdito” emblemático de la exhibición. No es que Bruce y Sarah no estén muy bien parados en el mundo del arte, ambos se pueden considerar parte del Olimpo de los mercados y subastas mundiales. Pero hay que aceptar que, a pesar de cotizar sus piezas a muy altos precios, no son los más queridos del mainstream, tal vez porque van por su cuenta, o porque decidieron que el epígrafe de su obra es la absoluta libertad de credo; básicamente, porque exigen del espectador una mirada mucho más atenta y atrevida y formar parte de su sistema de pensamiento, saberse reír de sus chistes incómodos, de sus absurdas imágenes y de los actos prosaicos en los que incurre su obra constantemente, siempre con una inteligencia abismada. Sus obras para nada son complacientes y varias de ellas harán pensar al espectador: ¡esta cosa jamás la pondría en mi casa!

Recorrer la exhibición de Sarah Lucas nos hará remar en contra de nuestras elegantes costumbres. Pero hay una ventaja, si nos relajamos y nos entregamos a su placer por provocar, terminaremos colocándonos delante de nuestros miedos y represiones y probablemente nos burlaremos de ellos. Muy pronto nos encontraremos explorando los sitios perdidos en la memoria, esos hipotéticos espacios en los que nos manifestábamos libres y lejos de las conveniencias sociales en las que hoy vivimos presos.

La obra de Sarah Lucas es cruda y dolorosamente honesta, no permite concesiones ni pretende pactar con lo que tibiamente consideramos “buen gusto”. Desnuda de cualquier pretensión, nos arroja a lo que somos y nos obliga a encarar nuestros prejuicios. Con su retrospectiva en el museo más cool de Nueva York, a lo largo de tres salas enormes, el visitante puede adentrarse al imaginario de una artista que pone el dedo en la yaga y nos hace retorcernos en nuestras limitaciones. Más allá de los géneros establecidos, Lucas se pronuncia por una androginia que hace temblar a machos y hembras por igual y reta a la normalidad en la que nos hemos acostumbrado a navegar.

El cuerpo de obra de la artista inglesa es un despliegue escultórico que raya en el absurdo con forzadas anatomías que asocian objetos y órganos: escusados a manera de vaginas, tuberías que son falos, medias rellenas de materiales flácidos que nos remiten a pechos con pezones erectos, sillas que se muestran como un par de piernas abiertas, huevos estrellados “eggs”, que emulan los famosísimos y viriles action painting de Jackson Pollock, atrevidos autorretratos en los que la artista parece retarnos con todo su poder (masculino y femenino), simulando los clásicos estereotipos.

La obra de Sarah es un simulacro constante en el que nosotros participamos, unas veces como parte agresora y otras como indefensas víctimas. Pero no hay juicios ni moralinas, la estratagema de la artista es una acción permanente que nos impide saltar a conclusiones inmediatas, más bien nos exige participar de este “vomitadero” de emociones. Sin duda, y después de esta retrospectiva que nos permite conocer su trabajo a profundidad, podemos asegurar que es una de las voces más potentes del arte contemporáneo. Tal vez la que grita más fuerte protegiendo lo mismo a hombres que a mujeres en contra de cualquier acto represivo. A fin de cuentas, lo que le interesa, son los seres humanos.
El arte de Sarah Lucas es un acto de exorcismo; nos golpea y nos fuerza a abrir nuestros sentidos. En cada obra parece decirnos aquí estoy, dispuesta, abierta para ser penetrada. Solo se trata de saber sobreponernos a la primera imagen, el viejo colchón.

www.susancrowley.com.mx
@suscrowley.com.mx

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas