La Marina pasea reporteros, y Ché Ríos se desangra

13/01/2016 - 12:05 am

Juan José Ríos es una pequeña ciudad complicada en su geografía: una parte pertenece a Ahome –el mismo municipio donde está Los Mochis– y la otra a Guasave. En el mapa del narcotráfico, nacer de un lado o del otro, se convierte en un dato de vida definitivo. A unos 17 kilómetros de aquí, ocurrió la detención de Joaquín Guzmán Loera, la celebridad del narcotráfico más rutilante del planeta. Pero en esta tierra de aguazales rebeldes, a la que le han negado la categoría de municipio, olvidada por los dos ayuntamientos que la ostentan, ni los investigadores, los cronistas o los habitantes creen que la realidad vaya a cambiar. Guzmán Loera concentró aquí parte de sus huestes. Y sus enemigos, a otras. Así que en “Ché Ríos” –como se le dice– la muerte continúa como si nada. Este es el microcosmos de la disputa de las plazas del narcotráfico sinaloense, a partir del cual se entiende el poderío operativo y de defensa de “El Chapo” Guzmán y también, sus palabras en la entrevista con el actor Sean Penn. Aquí no hay oferta de empleo de ningún tipo y esos muertos que al amanecer aparecen en las calles terregosas no vivieron más de treinta años. Este es el termómetro de la violencia intacta, la que por nada parece alterarse.

Juan José Ríos, Sinaloa, 13 de enero (SinEmbargo).– Hace tres días, a unos 17 kilómetros de aquí, capturaron por tercera ocasión al narcotraficante sinaloense más célebre y legendario del mundo. Llegaron medios internacionales y nacionales por cientos. Mientras esperaban turno para recorrer ese tubo de drenaje por donde Joaquín Guzmán Loera “El Chapo” Guzmán intentó escapar, organizados por la Secretaría de la Marina Armada de México (Semar), la tensión siguió como si nada en Juan José Ríos, como en ese aviso que brinda a veces el preámbulo de la muerte.

Se están cumpliendo cien horas de que “El Chapo” fue reaprehendido en Los Mochis. Y en Juan José Ríos no ha cesado el patrullaje de elementos de las policías municipales, tanto de Ahome como de Guasave, así como del Ejército Mexicano. El síndico Juan Ernesto Cota Leyva acaba de aceptar para este medio digital que hay un destacamento de la Marina en las instalaciones de la casa ejidal, sin hacerse notar entre la población.

Al lado de la carretera México 15, ni rural ni urbana, perteneciente a dos municipios, abandonada en recursos financieros por los dos, la población de Juan José Ríos ha encadenado en su memoria los tintes de la tragedia: la amenaza a autoridades, el toque de queda a partir de las 20:00 horas impuesto por los vecinos, la bala en trayectorias azarosas y al final, la muerte. La muerte de cientos de jóvenes menores de 30 años que han caído en estas calles terregosas en la última década.

En la oficina de la sindicatura, un hombre acepta brindar los registros y está claro: el año pasado, cada semana alguien murió en estas calles polvosas. Los papeles describen algo más: primero se secuestra, luego se tortura hasta quitar todo halo, en ese mecanismo macabro llamado “levantón”. Y están las balaceras. “Tracateras pá zapatear”, ratifica el hombre. También las decenas de desaparecidos.

Juan José Ríos fue el escenario donde quedó montada la escena-preludio de la detención de “El Chapo”. En el amanecer del cinco de enero, aparecieron dos cuerpos sin vida en la carretera México 15, en la calle San Francisco, en un punto donde con ironía está instalado el letrero que indica: “Bienvenidos al corazón agrícola de México”. Uno tenía 15 años y el otro (“con aspecto del Sur”, relataron elementos de la Policía Municipal de Ahome) quedó en calidad de desconocido. Fueron “levantados” por sujetos armados, por la calle Once. Junto a ellos, más de 30 casquillos de calibre AR-15.

“La zona está caliente”, resumió de Juan José Ríos el Gobernador Mario López Valdez, en una gira por El Fuerte, unas horas antes de la captura de “El Chapo”.

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Aquí jamás ha estallado la paz. “Ché” Ríos –como la población suele llamar este punto del mundo que lleva el nombre del General que organizó la Huelga de Cananea, un liberal revolucionario también escritor, que le compuso un poema a los caídos de todas las guerras- sigue como siempre, como el pedazo de tierra donde se han enfrentado las huestes de Guzmán Loera con las de los hermanos Beltrán Leyva. Es el argumento que dan los pobladores para que los visitantes no entren a ese terreno. Y es el mismo que se encuentra en los boletines de la Procuraduría General de la República (PGR).

Las palabras de un chofer de camión que recorre cada madrugada la carretera México 15 integran una crónica fiable sobre esa disputa. “No se debe andar en el camino si no tiene negocio. Eso todos los saben. Es feo. Que se entienda. Sobre lo feo no hay preguntas”, insiste con una forma de hablar que simula un código. Luego su memoria se va a 2008, cuando asesinaron a un compañero suyo, de esta misma ruta. Apareció sobre el volante, con el carro ladeado.

Tras la captura de Alfredo,“El Mochomo”, detenido el 21 de enero de 2008, y la muerte de Arturo, caído al año siguiente en un operativo de la Armada de México en Cuernavaca, Morelos, la agrupación de los hermanos Beltrán Leyva quedó disminuida. Fausto Isidro Meza Flores, “Chapito Isidro” tomó el control de  los remanentes. Según información de la Administración Federal Antidrogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés) este hombre le puso cara a las huestes de Joaquín Guzmán Loera; es decir, a Orso Iván Gastélum, “El Cholo” Iván, ahora detenido. Documentos del organismo estadounidense han indicado que él podría ser el sucesor histórico de Guzmán Loera en el trasiego de heroína y metanfetaminas en la ruta México-Estados Unidos.

Y Juan José Ríos es el microcosmos de tal batalla.

Ernesto Gómez López es investigador de la región norte de Sinaloa y cronista radiofónico de los sucesos de este valle. Ha caminado miles de veces las rutas enlodadas y terregosas de “Ché Ríos”. Así describe a la tierra de aquí mientras ya está anocheciendo y como suele ocurrir, empieza el resguardo de la gente en sus casas: “Esta es la línea divisoria entre los grupos de los dos chapos, Guzmán e Isidro. Es una morgue, un tiradero de muertos. No es ni de aquí de allá. Está muy lejano a Guasave y más cercano a Ahome. Es la disputa nacional encajada en un pequeño territorio sinaloense. Eso es Juan José Ríos”.

Si en su entrevista con el actor Sean Penn, Joaquín Guzmán Loera sostuvo que ingresó al narcotráfico por falta de oportunidades, este es un paraje que le hubiera servido de mucho en su pretendida película.

Como le ocurrió a él en La Tuna, Badiraguato, aquí no hay otra forma de vivir que no sea la agricultura. Y muchas veces, el pago para los cultivos de maíz se retrasan meses. O hay robo de cosecha y maquinaria. La única sucursal bancaria, de Banorte, fue retirada en julio de 2015. De nada valió el reclamo de los pequeños agricultores. Un funcionario de la institución en Los Mochis les explicó que era una orden del corporativo desde la Ciudad de México debido a “la crisis de la región”. De modo que unos cinco mil niños que ahora componen la población infantil deben crecer en estas encrucijadas. Y los casi 25 mil habitantes en las casi mil hectáreas del poblado deben sobrevivir en medio de la redonda tragedia que une muy bien a la pobreza con la oferta del narcotráfico.

“Por todas sus características, Juan José Ríos es una parcela de poder muy apetecible. Es punto de anclaje de la carretera internacional y Los Mochis. Geográficamente nos encontramos con Los Mochis, la ciudad próspera. Los grupos delincuenciales tienen pleno conocimiento de la ubicación de esta ciudad, así como del consumo y distribución de drogas. Así que aquí se une todo. La guerra transcurre tanto por el consumo local como el dominio de la plaza”, expresa Jorge Luis Montiel, politólogo-investigador por la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS), radicado aquí.

Montiel fue aquí profesor de Preparatoria durante décadas. Y ha visto la conversión de algunos de sus alumnos. “Niños que se hicieron hombres en asuntos que no se pueden mencionar”, describe y hace la frase más larga por el tono de lamento. “Yo guardo un silencio de respeto”, concluye.

En Juan José Ríos se puede estudiar hasta el nivel Profesional (carreras como Agronomía y Administración de Empresas), pero el promedio escolar jamás ha superado el Sexto de Primaria, según los números históricos de la Secretaría de Educación Pública y Cultura de Sinaloa.

¬Y entonces, ya detenido Joaquín Guzmán Loera, ¿en qué pueden cambiar las cosas aquí?

Marco Antonio Borboa Trasviña es sociólogo y catedrático de la Universidad de Occidente (UdeO) en Guasave. Acepta compartir su visión:

“El único escenario que se alcanza a ver es que todo va a estar igual. No porque capturen a una persona se va a terminar la ola de violencia que deja el pleito por las plazas. Así sea él, “El Chapo”. Los capos siguen ordenando desde donde están encerrados. Y si no es así, hay gente dispuesta a suplirlos. Juan José Ríos es un ejemplo de que la detención de una persona no es impactante en la pequeña realidad”.

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La Plazuela de la desolada población donde se definirá el futuro del narco en Sinaloa. Foto: Google Maps
La Plazuela de la desolada población donde se definirá el futuro del narco en Sinaloa. Foto: Google Maps

Los años han sido malditos.  En 2010, el panteón al lado de la zona de El Estero –un arroyo con caudal apacible en invierno, pero bravo a capricho de huracán- sirvió para la matazón. Cuatro hombres, dos mujeres y un niño fueron ejecutados cuando viajaban repartidos en una Cheroke roja modelo antiguo y en un Grand Prix modelo 99 con armas de grueso calibre.

Pero 2011 no fue mejor. Los amaneceres reproducían escenas de terror como la que se encontró en el Poblado 5 cuando hallaron atados de manos a tres hombres que habían sido secuestrados o la de junio, cuando un comando le exigió a los deudos en un cortejo fúnebre que dejaran el cuerpo del fallecido en la calle. Y así tuvieron que hacerlo ante rifles de alto poder. Era febrero y el año ya arrojaba 10 levantados. La muerte siguió sin mostrar cansancio. 2012: 25 asesinados, 2013: seis ejecutados dentro de una vagoneta marca Jeep color negro el 21 abril y otros seis el 5 de mayo; 2014: un vecino es acribillado en las calles mientras caminaba. 2015: joven –casi adolescente– es hallado en un paraje…

Dice un vecino: “Los territorios quedaron marcados. La calle San Francisco que divide al rancho, entre Guasave y Ahome, es la frontera. Los de allá son pochos (en alusión a como se le llama a los hijos de mexicanos del otro lado de la frontera con Estados Unidos)”. Lo dice mientras está del lado de Guasave.

EL OMBLIGO DEL DIABLO

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El polvo es el mudo testigo en las calles de Ché Ríos. Foto: Google Maps

Desde el kiosko de la plazuela, se extiende un espectacular atardecer sobre un valle muy verde. El fresco del río llega hasta acá. Los de aquí cuentan que en tiempo de lluvia, la escena apesta. Es creíble porque el drenaje sanitario data de los sesenta y no resiste , más agua. En agosto pasado, a Juan José Ríos se le acusó de ser una “triste Venecia” porque las lluvias lo dejaron dejaron hundido. Acaso febrero es un mes para las risas. Del  21 al 24 se realiza aquí la feria del ejido. Música de tambora sinaloense, caballos y cervezas. “Y también drogas”, completa el investigador Jorge Montiel. Luego, hace una pequeño relato del día después de la fiesta: “Cuando se recoge la basura de todo eso, que es mucha, todo vuelve a empezar. Igual o peor”.

Aquí hay una esperanza. Muy fuerte. Quizá, la única. Que este terreno que no recibe ni el 1 por ciento de los recursos de los dos municipios a los que pertenece, se convierta por sí mismo en un municipio. Antiguos vecinos, algunos con más de 60 años de edad, han integrado la Coordinadora Ciudadana Pro Municipalización. Su iniciativa ha estado en el Congreso del Estado de Sinaloa en dos legislaturas; ahora mismo hay una demanda ante el Tribunal Estatal Electoral para impulsar su dictamen. En el diagnóstico en el que se sustenta la iniciativa se encuentra el círculo de la desgracia de Ché. Aquí se arranca la vida sin oportunidades y se termina en la misma forma.

“La región no se caracteriza por su ‘atractividad’ para la inversión a gran escala, lo que ha impedido que la industria de transformación se convierta en el eje alrededor del cual se transforme la economía, quedando la actividad a cargo de los inversionistas locales, cuya capacidad financiera es limitada, orientándose mayoritariamente hacia el comercio y los servicios de alcance local”, se lee en el documento.

Jorge Luis Montiel, politólogo-investigador por la UAS, dice que este laberinto puede concluir si un día, se consigue el nivel de municipio. Ello permitiría obtener recursos propios de la Federación. Apunta: “Sería el gran paso para que la tierra deje de ser el ombligo del diablo”.

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