Gatos pardos y la nebulosa de Orión

13/02/2014 - 12:00 am

La tarde cae y la noche llega; los telescopios están armados y listos para observar el cielo nocturno. Los aficionados buscan los primeros objetos y apuntan, como es usual, hacia la constelación de Orión -aquella que tiene tres estrellas alineadas y que se observa justo sobre nosotros alrededor de las 9-10 pm durante este mes de febrero. El objetivo de la búsqueda se ubica en dirección de la espada que el guerrero imaginario lleva al cinto. Hacia esa dirección se encuentra la “Gran Nebulosa de Orión”.

Tiene un nombre pomposo y las imágenes en libros e internet son espectaculares. Pero los que van mirando a través del ocular lo ponen en duda: “es bonita sí, pero algo pálida”, –un poco desabrida ¿no?– añado.

El problema no es la nebulosa, ni el telescopio, ni las luces artificiales de las ciudades que ¡ah como joroban! No, el problema está en nosotros, en nuestra visión.

Crédito imagen 1: El recuadro muestra la ubicación de la Nebulosa de Orión. Wikipedia
El recuadro muestra la ubicación de la Nebulosa de Orión. Wikipedia

 Los ojos de los seres vivos son un instrumento natural de lo más complejo, que ha evolucionado a lo largo de millones de años y son la ventana a todo lo que nos rodea. Nos han permitido divisar la tropa enemiga a kilómetros de distancia durante las guerras, pero también nos han ayudado a crear las más exquisitas obras de arte.

En algunas especies animales el proceso de adaptación las ha llevado a desarrollar cualidades asombrosas, como ver casi en la oscuridad, percibir el calor de otros animales e interpretarlas como imágenes o adaptarse rápidamente a cambios en la cantidad de luz.

¿Y qué pasa con la visión en los humanos? ¿Vemos igual de noche que de día? ¿Cómo cambian nuestros ojos bajo distintas condiciones de luz? Estas preguntas se vuelven importantes e interesantes cuando nos damos cuenta que en la oscuridad difícilmente percibimos los colores –hecho tan lamentable para disfrutar de las nebulosas, pero tan provechoso en nuestra supervivencia. Ahora me explico.

Los astrónomos que hemos hecho alguna observación nocturna con telescopios sabemos que nuestros ojos y nuestro cerebro ven las nebulosas y las galaxias de un color azul-grisáceo. Sin embargo, en esas fotografías tomadas por los grandes observatorios, los objetos están llenos de color, brillo y contraste; la decepción de cualquier persona después de ver por un telescopio casero es natural.

El motivo de esa desilusión es real y se debe a cómo está constituido nuestro sistema de visión. Si pensamos en los ojos como dos cámaras fotográficas podremos entender mejor su funcionamiento. Para empezar, la luz entra a nuestros ojos cruzando varias capas de material casi transparente: primero la córnea, luego la pupila, luego el cristalino y al final, a través del humor vítreo, la luz se proyecta en la pared interna del ojo, llamada retina. Es ahí donde tenemos dos tipos de células fotosensibles: conos y bastones. La retina es el equivalente a las películas fotográficas o detectores electrónicos en las cámaras actuales, mientras que los conos y bastones son como los gránulos químicos de esas películas de antaño o los pixeles de las digitales.

Esquema del ojo humano. Wikipedia
Esquema del ojo humano. Wikipedia

 

Los conos son los responsables de que distingamos colores y los hay en tres tipos, uno para atrapar cada color primario, rojo, verde y azul. La gran mayoría de ellos se ubican en la fóvea, una región pequeña de la retina en dirección del eje óptico, muy cerca del nervio óptico. Así, los conos funcionan mejor justo cuando enfocamos y vemos directamente las imágenes. Los conos necesitan que la luz sea intensa para trabajar eficientemente, por eso vemos a colores durante el día o cuando hay luz artificial.

Los bastones, por otro lado, son prácticamente monocromáticos (un solo color) con un máximo de sensibilidad en la luz azul-verdosa, además trabajan muy bien en condiciones oscuras. A diferencia de los conos, los bastones se saturan rápido y cesan su actividad cuando hay mucha luz. Son los bastones, precisamente, los que nos permiten seguir viendo aún en la oscuridad o bajo penumbra.

Ya que los bastones se ubican bien distribuidos en la retina, nos permiten distinguir objetos sin necesidad de observarlos directamente, es lo que llamamos visión periférica. Percibir en la oscuridad, aunque sea levemente, sin duda ha sido una ventaja evolutiva para la especie humana.

Dado que los bastones son sensibles a un solo color y los conos disminuyen su actividad cuando hay poca luz, las imágenes que nuestro cerebro fabrica son en tonos grises-azules-verdes o como dice el dicho, pardos. Así que la próxima vez que te asomes por un telescopio y veas las nebulosas y las galaxias un poco descoloridas o simplemente estés en un lugar a oscuras, recuerda que nuestros ojos se han adaptado para brindarnos los mayores beneficios posibles.

Después de todo, tenemos la tecnología que nos permite detectar fotográficamente esos hermosos objetos en el Universo y disfrutarlos a todo color.

Vicente Hernández

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Vicente Hernández
Astrónomo y divulgador de la ciencia
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