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Ernesto Hernández Norzagaray

13/02/2015 - 12:01 am

Políticos y delincuentes

Ahora que se agrega la información sobre los bienes secretos de José Murat y su familia en Estados Unidos, las transferencias de dinero público a las cuentas privadas de Mateo Aguirre y sus cuates: ¿Hay alguna diferencia entre quien se enriquece al amparo de la función pública y quien lo hace desde el mundo criminal? […]

Ahora que se agrega la información sobre los bienes secretos de José Murat y su familia en Estados Unidos, las transferencias de dinero público a las cuentas privadas de Mateo Aguirre y sus cuates: ¿Hay alguna diferencia entre quien se enriquece al amparo de la función pública y quien lo hace desde el mundo criminal?

Quizá la respuesta inmediata podría ser que no, que son lo mismo, que medran en la corrupción, el abuso y la impunidad pero creo, que si hay varias diferencias entre sí, que no solo son de forma, sino de fondo, en los roles que cumplen cada uno de ellos.

I. Mientras al primero le basta un plumazo o una orden para otorgar  obras a uno o varios socios, amigos o familiares y recibir a cambio bienes millonarios, el otro o la otra, arriesga la vida cotidianamente para obtener quizá mucho menos de lo que alcanza este tipo de  políticos.

II. Mientras el primero puede cometer el mayor atraco contra los bienes de la nación, lo que significa menos alimentos, salud, vivienda para millones de mexicanos, sin que pase nada, o mejor dicho si pasa, este sigue moviéndose con absoluta libertad en ese mundo de falsos halagos, discursos, aplausos, multitudes, viajes, ceremonias fastuosas y fanfarrias; el otro, o la otra, al hacer el negocio de un traslado de drogas, dinero incluso asesinatos tiene que hacerlo con la mayor discreción y riesgo, como también repartir para garantizar su seguridad y que el negocio continúe viento en popa.

III. Mientras el primero puede utilizar el dinero público para cumplir la mayor de sus fantasías, como tener a su servicio el avión presidencial más caro del mundo o moverse en el jet set político internacional, sin que pase nada o sí pasa, es para sentirse pagado de sí mismo por los servicios prestados a la nación por su “vocación de servicio”; el otro, o la otra, a lo que aspiran es a tener viajes incógnitos por el mundo, aviones particulares, joyas escandalosas, armas con incrustaciones de esmeraldas, clósets cargados de fajos de dólares, casas y ranchos con caballos pura sangre o vehículos de alto rango blindados. Que no es poca cosa. Pero, eso sí, no pueden  exhibirlas en la revista Hola!, so riesgo de que sean sorprendidos en el acto mismo de exposición.

IV. Mientras el primero no tiene problemas para lavar los “moches” multimillonarios en el sistema de testaferros o cuentas ocultas en paraísos fiscales (bueno, ahora quien sabe), el otro, o la otra, corre el riesgo de encontrarse con millones de dólares sin saber cómo lo va a lavar y quitar la suciedad de origen. O sea, que además de arriesgarse, no sabe qué hacer con el dinero.

V. Así, también, mientras al primero, lo peor que le puede pasar es estar en medio de la burbuja mediática que lo cuestiona insistentemente y lo anima a renunciar o rendir cuentas de sus fantasías, bienes, tropelías, abusos, el otro, o la otra, puede amanecer muerto o muerta en una cuneta de carretera, un tanque de 200 libros de ácido sulfúrico, acribillado con tiro de gracia o pasar quizá toda la vida en una prisión de alta seguridad dentro o fuera del país.

VI. Mientras el primero se reúne con otros jefes de Estado y de gobierno para definir políticas hemisféricas en materia de drogas, migración ilegal, o aquellas destinadas a reducir los efectos del cambio climático, lo que significan grandes discursos y actos protocolarios de gran resonancia mediática; el otro, o la otra, hacen en secreto sus conclaves para establecer alianzas estratégicas y con el mayor sigilo y bajo medidas de seguridad extremas.

VII. Mientras el primero tiene a su familia en el limbo del glamour y van a escuelas del mayor rango académico, dentro y fuera del país, con la protección del Estado mayor presidencial, a los otros el simple apellido, los marca e impide a llevar una vida normal y viven en la zozobra permanente pues se saben que podrían ser en cualquier momento presa de detenciones y vendettas, rehenes y materia de presión e intercambio.

VIII. Mientras el primero tiene a su servicio un personal que le cuida constantemente su figura, su imagen y no está un pelo fuera de lugar, el otro, o la otra, que sin duda se lo puede pagar incluso garantizar este tipo de servicios dentro de una prisión federal, como sucedió en un tiempo con la llamada Reina del Pacífico, también puede suceder que los años de reclusión en medio de interrogatorios y aislamiento deriva en un envejecimiento prematuro que no lo evita, ni el mejor cosmetólogo o dermatólogo.

IV. Mientras el político hace grandes discursos de diagnóstico y alternativas sobre el futuro del país el otro, o la otra, que ha llegado a fanfarronear que si lo dejan trabajar podría pagar la deuda externa o reclamar, como  lo  hizo la Reina del Pacífico a Julio Scherer, diciendo que el narco estaba ayudando “creando los empleos que el gobierno no producía”.

X. En definitiva, sociológicamente estamos ante dos tipos de delincuentes, el primero hace lo que hace, y es lo que es, por la práctica inexistencia de persecución de los delitos políticos, todo se vuelve mediático, efímeras como las ocho columnas, nada que ver con la justicia brasileña, donde el Poder judicial es capaz de meter preso a un ex presidente o a  dirigentes del partido en el gobierno, en tanto el segundo, aun con todo los riesgos sabe que no estamos en China o Estados Unidos donde sus delitos frecuentemente se pagan con la vida. Siempre habrá la posibilidad de salvarse y continuar en ese camino de flujo de adrenalina.

XI. Y finalmente, creo, que muchos criminales se equivocaron de oficio, quizá nadie los apadrino para incursionar en el mundo de la política. Muchos de ellos han resultado más carismáticos y hasta sus vidas truculentas han sido inspiración de películas y series televisivas. Quizá tendrían un buen destino ante tanto candidato insulso incapaz de movilizar a los vecinos de su barrio. Soberbio y falta de carácter.

Son los tiempos, donde todos terminan por parecerse y conocerse.

Ernesto Hernández Norzagaray
Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Ex Presidente del Consejo Directivo de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales A. C., ex miembro del Consejo Directivo de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política y del Consejo Directivo de la Asociación Mexicana de Ciencia Política A.C. Colaborador del diario Noroeste, Riodoce, 15Diario, Datamex. Ha recibido premios de periodismo y autor de múltiples artículos y varios libros sobre temas político electorales.

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