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Susan Crowley

14/01/2022 - 12:03 am

La responsabilidad del artista

Hoy el mercado se ha convertido en el eje rector y destino final de la carrera de un artista.

David de Miguel Ángel con chicle.
“Concebir a un artista fuera de los circuitos de arte es ya prácticamente imposible”. Foto: Especial

En el pasado la idea de Dios, el mecenazgo y las academias fueron fundamento para la evolución del arte, al mismo tiempo que promotores, en ocasiones fueron también un factor de censura y represión. No son pocas las historias en las que un artista elegido recibía los beneficios, lo mismo que quien se atrevía a retar al sistema pagaba las consecuencias. Ya fuera con la divinidad, con el filántropo o con la institución, el artista medía sus fuerzas con las de la autoridad. Hoy el mercado se ha convertido en el eje rector y destino final de la carrera de un artista. Una fuerza motora sin rostro, sin respuesta más que la material; que representa un satisfactor inmediato, ansioso y cuya única virtud es la de generar ansiedad y mayor necesidad de consumo. El mercado fabricó un elemento propio que ha crecido como un cáncer, el perenne e insatisfecho deseo.

Basta ver los precios alcanzados el año pasado por las obras en las subastas internacionales. Sotheby’s vendió siete mil 300 millones de dólares, la cifra más alta en sus 277 años, mientras que Christie’s logró ingresar siete mil 100 millones de dólares, el más alto nivel de ventas en cinco años. Pareciera no haber límite. Lo increíble es que solo el uno por ciento de la población mundial tiene acceso a este sistema de inversión.

El tan sentenciado y temido estallido de la burbuja o el desplome de los absurdos precios de las obras de arte contemporáneas nunca llegó. Al contrario, el mercado ha crecido y se ha convertido en un poderoso sistema que legitima, manipula y hace crecer o destruye al artista. No hay duda, este año, con todos los contratiempos derivados por la pandemia, lejos de deprimirse, el consumo multimillonario en arte se consolidó como un commodity de alto nivel. ¿Quién no quiere invertir en un bien cuya solidez es ya incuestionable, que incita al deseo, causa envidia y llena de glamour una vida?

Los artistas que alguna vez temieron y anhelaron la presencia divina creando las más bellas obras, aquellos que se entregaron como esclavos a su mecenas y embellecieron sus palacios o esos otros que se rindieron a la censura de la Academia para validarse históricamente, son los mismos que hoy se desempeñan como hábiles negociantes e impulsores del valor económico de su obra. Dios ha sido sustituido por el sistema capitalista y el artista se ha convertido en uno de sus feligreses.

Alejado de su papel de “genio”, “iluminado”, “revelado”, el artista debe revisar su responsabilidad, cuestionar el papel que juega en la sociedad, de cara a sí mismo y al arte. En una era en la que dudamos de los valores trascendentes (religiosidad, amor, conciencia social), el arte puede ser el último de los recursos para salvar y entender muchas cosas.

No todo es dinero. Sin embargo, sería muy difícil encontrar hoy a un artista que no valorara su obra a partir de lo que ve todos los días en el mercado del arte. ¿Cómo crear con una mirada exclusiva a la trascendencia, a lo sublime, o al triunfo de la voluntad cuando en cada esquina una galería está dispuesta a colocar a un artista como si fuera un producto de lujo o a rechazar y denostar a quien no represente cifras encomiables? Retar a Dios, a un hombre poderoso o a una institución cuestionable era más fácil que darle la espalda al dinero, a cuyo control difícilmente escapa un estudio, taller, o centro de creación, por más noble que sea su labor; “nunca ha habido tanto estúpido dinero en el mundo y tanta gente estúpida queriendo gastarlo”, se decía en los años ochenta anticipando lo que hoy es una realidad.

Escindir las dos dimensiones, la creación y el valor económico, cuando pertenecemos a una sociedad que se rindió ante él, es quizá una de las tareas más complejas y para la que hay pocas herramientas. Concebir a un artista fuera de los circuitos de arte es ya prácticamente imposible. Es injusto exigirle a quien ha invertido su existencia en crear objetos, que no desee verlos circular exitosamente. ¿Quién quiere trascender sin tener lo mínimo para vivir?, ¿cómo llegamos a convertir al artista en el esclavo del dinero? ¿Cómo escapar al hecho de que la valoración de la calidad de un artista reside exclusivamente en el precio al que se cotiza su obra?

En los años sesenta al calor de las revueltas estudiantiles surgió un movimiento artístico llamado Situacionismo. Los jóvenes universitarios que pertenecían a los talleres de arte se pronunciaron como revolucionarios y salieron a las calles a gritar por sus derechos. Buscaban una acción colectiva con la que se rechazaría por completo cualquier ápice de individualismo burgués. Tuvo un éxito enorme como precursor de una nueva forma de pensar el arte. Fue uno de los últimos ejercicios de libertad artística del que surgieron distintos brotes de crítica institucional y sistemas de investigación que han dado resultados interesantes. Ejemplos de esta práctica son artistas de la talla de Hans Hacke y más adelante el colectivo Forensic Architecture, quienes se adentraron en investigaciones sobre corrupción y derechos humanos a nivel mundial. Actualmente Andrea Fraser ha llevado a cabo una práctica que pone contra las cuerdas al sistema cultural con humor y Ai Weiwei no ha dudado en llevar hasta las últimas consecuencias los abusos de autoridad del Gobierno chino. En México el vuelco a cierto “artivismo” como el de Tercer un Quinto, cuya narrativa saca a la luz ciertas prácticas cuestionables del sistema, Teresa Margolles que, literalmente, encuera el horror y la violencia, Yoshua Okon y sus sarcásticos señalamientos en contra de las empresas globales depredadoras. Todos ellos han insistido en pisarle los callos a los intereses capitalistas, a la corrupción, a los sistemas privilegiados y a la indiferencia del Estado ante la desesperada realidad. Pero hay que reconocer que, a pesar de los esfuerzos del artista por cumplir su compromiso, la eficacia de su protesta puede no ser la deseada. A pesar de que algunos alcanzan a ser adquiridos por un museo, no necesariamente serán exhibidos. En la mayoría de los casos, no obstante ser críticos mordaces y agudos, terminarán formando parte de colecciones con pretensiones de consciencia. Una especie de “situacionismo light” que exhibe lo incómodo sin modificarlo.

El coleccionista, que con su dinero es el gran promotor, últimamente se ha interesado en el artista que cause un efecto desestabilizador en la aburrida élite del arte. ¿Quién adquiere al artista que ayer no existía y que hoy está cotizado en millones? ¿Cuál será la argucia del joven osado, emular a Basquiat o ser evanescente como Banksy?, ¿una especie de rey Midas/Damien Hirst al que no le interese ser recordado dentro de unos cien años, capaz de mover los mercados a su antojo?, ¿surgirá la nueva propuesta que logre vencer a la absurda mercantilización? Como nunca el artista además de enfrentar a sus demonios metafísicos, deberá luchar con las tentaciones desatadas todos los días, retar al sistema, librar una batalla contra la mediocridad del dinero que, de seguir así, no tardará mucho más en generar galerías tipo “tiendas de conveniencia”, tal y como lo predijo Gabriel Orozco en su obra Oroxxo. Tal vez el verdadero artista sea el que decida comprometerse, más allá de los sistemas, consigo mismo.

@suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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