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Catalina Ruiz-Navarro

14/04/2015 - 12:00 am

Cerebros y culos

La semana pasada arrancó con una idea maravillosa, la genial campaña de la facultad de Filología de la UNAM, “Perrea un libro”. La campaña presenta los bajísimos índices de lectura en México y se alía con el reguetonero Baby Killa para usar el texto de un libro como letra de una canción de reggaeton. En […]

Carnaval de Barranquilla 2014
Carnaval de Barranquilla 2014

La semana pasada arrancó con una idea maravillosa, la genial campaña de la facultad de Filología de la UNAM, “Perrea un libro”. La campaña presenta los bajísimos índices de lectura en México y se alía con el reguetonero Baby Killa para usar el texto de un libro como letra de una canción de reggaeton. En el video se ve a la gente perreando contenta, y al final, el cantante les cuenta de qué libro salió la letra al son de la cual movían sus culos, para fomentar la lectura. Bravísimo.

Pero la dicha fue fugaz.

Los académicos empezaron a recibir críticas y burlas en las redes sociales y no fueron capaces de respaldar la campaña con argumentos. Borraron todo rastro de sus redes oficiales, y nos dejaron un claro mensaje de que en la academia no se perrea.

¿Qué dijeron las críticas contra la campaña? ¿Qué el reggaeton era un instrumento del mal que objetizaba a las mujeres y que no podía usarse para fomentar la lectura? ¿De verdad podemos asumir, sin más, que el reggaeton es sexista y que perrear es degradante para las mujeres?

“Son las letras ofensivas” dicen. Pero machismo hay en todos los géneros musicales. Desde el romántico bolero en donde un pedófilo Agustín Lara declara que “tu párvula boca […] siendo tan niña me enseñó a besar” hasta el romántico pop anglosajón en donde Sting romantiza el “amor” obsesivo y controlador: “Every breath you take I’ll be watching you” (a cada respiro que des te estaré observando). La misoginia en las letras de las canciones no es un problema exclusivo del reggaeton y no por eso dejaremos de bailar cuando suena Michael Jackson cantando “the child is not my own” (ese niño no es mío). Lo mismo pasó con el tango que hoy le parece elegantísimo a todo el mundo y se volvió socialmente aceptado, y hasta muy “culto” que las mujeres les encaramen las piernas a su parejo mientras Gardel nos condena a todas en nombre de una puta infiel. Esto para decir que lo que nos parece escandaloso o sexual en los movimientos del cuerpo varía de cultura a cultura. Mover el culo no es una invitación al sexo de la misma manera que una minifalda no es una provocación que justifique una violación.

La música, en tanto que manifestación artística, es un reflejo de la sociedad, y debe ser juzgada en su contexto. La gente no se vuelve misógina porque lo escucho en una canción, más bien esas letras ofensivas contra las mujeres son un reflejo del entorno. Para cambiar las letras misóginas hay que trabajar de manera integral para acabar con el sexismo. No basta con cambiar la música de fondo.

Entonces, si todos los géneros musicales son machistas, ¿por qué emprenderla contra el reggaeton? Racismo y clasismo, en su versión ilustrada, más sutil y “elegante”, y más desesperanzadora, porque se supone que en la academia están las herramientas para no sucumbir a estos prejuicios ridículos.

José María Samper, uno de los más ilustres intelectuales Colombianos del siglo XIX, llegó a decir que el “currulao”, un baile típico de los negros, era de una “lubricidad cínica” y lo describió aterrado de la misma manera que muchos hoy hablan del reggaeton. Ahora, pueden ver este video que hoy el día el baile del currulao no tiene nada de escandaloso. En el siglo XIX tuvo mucha popularidad en Colombia la idea de que los negros eran criaturas simiescas que no habían terminado de escalar los peldaños evolutivos y que debían estar relegados al calor, donde, obvio, no se puede pensar. En Colombia esta historia sirvió para legitimar el poder cultural, económico y político de la región andina, pero este tipo de racismo, en donde se determina que el “otro” es un “bárbaro” que no puede pensar, tiene maneras de expresarse en todas las culturas y especialmente en la Latinoamérica poscolonial en donde “ser negro” es lo peor que te puede pasar.

Para bostezo de todos y todas, en la academia occidental (que es bien masculina) existe la idea católica, neoplatónica, de que la mente es algo separado del cuerpo. El cuerpo es una cosa indigna, limitada, mortal y pecaminosa, mientras que el alma y la mente son sustancias inmortales y morales, el lugar donde se cultivan las virtudes. Por eso los académicos en su caricatura, no se arreglan ni se maquillan, no les importan esas vanidades mundanas, después de todo la universidad desde sus inicios fue un lugar para esconderse del mundo, y los académicos son una suerte de neo-monjes.

El problema es que el alma y la mente y todas las entidades metafísicas que quieran inventarse no son nada sin un cerebro que las invente, un cerebro que está en un cuerpo, en una cabeza con oídos, ojos, boca, un cerebro que funciona mejor o peor según como el organismo coma, o cague, o coja, según el bienestar de un organismo cuya materialidad es evidente, innegable, profunda, última. Los cuerpos que piensan son cuerpos que comen, cuerpos que bailan, cuerpos que cogen.

Todo tienen que ver los cerebros con los culos. Ya lo decía Nietzsche.

Pero el reggeaton es de los pobres y los pardos. De los que no leen. A los académicos, que a juzgar por el rechazo a la campaña, leen frente a sus chimeneas oyendo música clásica, tal vez les vendría bien una escapadita a la playa, podrían ser arrastrados por una ola y por fin entenderían la Durée de Bergson. ¿Cuanto podrían ver los académicos cuando no se dedican a negar sus deseos en un ascetismo piadoso e irracional?

Qué triste legitimar una inteligencia que parte de la negación del cuerpo. Qué irreal una reflexión teórica que le da la espalda al mundo para hacerle reverencia a autores muertos, confundiendo cultura con necrofilia. Qué bodrio una academia que se baña vestida.

Quizás es por eso que la gente no lee.

Ya lo decía Sor Juana: “Si Aristóteles hubiera guisado, cuánto más habría escrito”. Quizás si bailaran tendrían una percepción más cercana a la realidad, una comprensión y una empatía que claramente no les han dado las letras. Entenderían, de paso, que leer y ser culto no te hace moral, ni buena persona, pero que sí te da las herramientas para cosas tan variadas como entrar en la conversación, reinventar el mundo, o reclamar tus derechos.

¡Pero es mentira! Sí escuchan reggaeton, lo escuchan como mínimo en el metro y en los taxis, en las fiestas a las que van acompañados por sus primas. La torre de marfil no alcanza a ser tan aséptica y no todo en sus días puede ser música de ascensor. Estoy segura de que que muchos hasta lo bailan vergonzantes, porque mover el culo es divertido y poderoso, porque aunque no quieran verlo, perrear también es liberador.

Por ejemplo, es liberador para las mujeres que no podemos hablar de sexo en público ni admitir que nos gusta porque nos convertimos en putas y de nuestra moral sexual depende la legitimidad de nuestras palabras.  Pero perreando podemos ser dueñas de nuestro cuerpo, podemos restregarle el culo a alguien, a nadie, podemos sentirnos como lobas poderosas, en control de nuestra sexualidad. ¿Que saben los académicos de si “a ella le gusta que le den duro”?

Como en todo, se trata de que haya con sen ti mien to.

Perrear, leer y soltar diatribas feministas son tres de mis actividades favoritas. No me parece que de algún modo el ejercicio de alguna sea incompatible con el ejercicio de otra. Para los bailes del Caribe, agitar la pelvis es lo básico, lo obvio, lo mínimo que alguien puede hacer al bailar.  Los académicos y las feministas no tendríamos que salir huyendo despavoridas de los pálpitos del reggaeton, tendríamos que dar el pecho, (o el culo), y recolonizar. (Al respecto recomiendo este texto de mi fiel compañera de twerking en México, Franka Polari, Perrea un feminismo). Entender el lenguaje pasa por entender que lo mejor que puedes hacer en reggaeton es dar la espalda. Porque perrear reivindica al sur global y la pelvis del mundo que “Occidente” esconde bajo la falda. Porque las palabras no tienen significados fijos (cof, cof, filólogos) y  “perra” puede ser un insulto para algunos, pero para otros un animal admirable, resiliente y poderoso. Porque no hay que ser tieso, blanco y triste para ser inteligente. Porque los reggaetoneros quieren leer y les gusta, y las lectoras podemos y queremos dar por detrás.

@Catalinapordios 

Catalina Ruiz-Navarro
Feminista caribe-colombiana. Columnista semanal de El Espectador y El Heraldo. Co-conductora de (e)stereotipas (Estereotipas.com). Estudió Artes Visuales y Filosofía y tiene una maestría en Literatura; ejerce estas disciplinas como periodista.

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