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Antonio María Calera-Grobet

14/04/2018 - 12:00 am

30 de abril, día de los niños golosina

El postre mágico, que da risa, tranquilidad, emoción, ternura, que provoca fraternidad con el semejante, el postre como generador de conversaciones, el creador de ese momento justo, en donde las amarras del cuerpo ceden, del miedo a ser uno ceden, los escudos defensores ceden y somos por fin una familia atada en el mismo haz, un espacio donde la comunicación es no verbal y, como ha ansiado toda su vida Lisa Simpson, el conocimiento no es problema. Por fin: el postre como un lugar o tiempo en el que sólo se habla del postre mismo: no escritores, no artistas, no presupuestos. Y como ejemplo esta colación vivida hace unos meses en la hostería. A la mesa de “La Bota”, antes de regresar al trabajo y conversando sobre comida, junto a Mauricio Marcín Pequeño e Iván Terrible Edeza. La cosa comenzó hablando del cine y sus viejas salas, grandes y no partidas, como las del cine Futuraza, el Cine Latino, y sus dulcerías. He aquí el registro (agárrese el paladar o amárrese las manos, mi pre-empalagado amigo): Chiclosos Kori, Chicles de Hierbabuena Flecha, Chiclosos KRAFT, Esponjas, Salim y Chilim, Miguelitos secos o de agua, Duvalines, Pulparindos, Burbusodas, Paletas enchiladas Luxus, Palelocas, Chupirules, Chocolates La Vaquita, Almonris, Cazuelitas, chiclosos Bocatti, dulces Acuario, Laposse y Selz Soda.

“… ¡Come chocolates!
Mira que no hay metafísica en el mundo como los chocolates
Mira que todas las religiones enseñan menos que la confitería
¡Si yo pudiese comer chocolates con la misma verdad con que tú los comes…”
F. Pessoa.

Los dulces. Foto: Cuartoscuro.

El postre mágico, que da risa, tranquilidad, emoción, ternura, que provoca fraternidad con el semejante, el postre como generador de conversaciones, el creador de ese momento justo, en donde las amarras del cuerpo ceden, del miedo a ser uno ceden, los escudos defensores ceden y somos por fin una familia atada en el mismo haz, un espacio donde la comunicación es no verbal y, como ha ansiado toda su vida Lisa Simpson, el conocimiento no es problema. Por fin: el postre como un lugar o tiempo en el que sólo se habla del postre mismo: no escritores, no artistas, no presupuestos. Y como ejemplo esta colación vivida hace unos meses en la hostería. A la mesa de “La Bota”, antes de regresar al trabajo y conversando sobre comida, junto a Mauricio Marcín Pequeño e Iván Terrible Edeza. La cosa comenzó hablando del cine y sus viejas salas, grandes y no partidas, como las del cine Futuraza, el Cine Latino, y sus dulcerías. He aquí el registro (agárrese el paladar o amárrese las manos, mi pre-empalagado amigo): Chiclosos Kori, Chicles de Hierbabuena Flecha, Chiclosos KRAFT, Esponjas, Salim y Chilim, Miguelitos secos o de agua, Duvalines, Pulparindos, Burbusodas, Paletas enchiladas Luxus, Palelocas, Chupirules, Chocolates La Vaquita, Almonris, Cazuelitas, chiclosos Bocatti, dulces Acuario, Laposse y Selz Soda.

Freskas, los Chocolates de Sanborns (Capitán, Manicero, Cocorete y otro extinto de cuyo nombre no pudimos acordarnos), los Carlos V (normal y Galletín), y otros que nos llevaron a los nuevos sin quererlo: los M&M, los Mars, los TWIX, los Milky Way, los Nerds, las Sweetarts, los Chicles Scents, los Reese, el Butterfinger y decenas de dulces más. Esa es la fuerza del Azúcar, el Azúcar como amalgama de generaciones y amigos distantes. Bienaventurados por la glucosa en el cerebro, por meter nuestra cuchara a la Cajeta una y otra vez para olvidar con nuestra baba la tristeza.
Y por eso pido solemnemente a la concurrencia, a todos ustedes queridos niños grandes, que este mes de abril que es el nuestro, sobre todo el 31 último que es “Día de los Niños”, reclamemos al destino y con vehemencia, el regreso de los dulces de antaño. No tan lejos como el Milo, el Chocomilk, el Pancho Pantera, el arroz con leche, la palanqueta, sino más para acá, más cercanos y queridos por todos, esos que fueron verdaderamente la neta.

Me refiero, por supuesto, a los idos para siempre, a los prendidos de la memoria, esos que no se despegan aunque el tiempo pase, y reflejan el gusto de una época, ciertamente más lejana y más barroca que esta. Me refiero a una nueva historia, menos remota, la de nuestras caries extendidas por exceso de vil glucosa.

A saber, por ejemplo, si alguna vez fueron niños y acabaron con sus dientes como dictaba el canon, los chilitos Tico o Burbu-Sodas, el Salim y el Chilim, las Aciditas León y los Brinquitos, sobre todo de chabacano. ¿Y qué decir de los chiclosos como el Tootsie Roll, el Kapitán Ko-Ri o los de leche Kraft, los Bocatti, las Freskas adivinadas debajo del chocolate? ¿Los mini-chicles Adams, los de la muela colgante, los Canel´s, los Flecha, Los Motita, los Freshen-Up con su relleno goteante?

¿Qué tal los dulces Selz-Soda, los del Osito Montes, la pasita torturadora incrustada al fondo de los Laposse, todos los tipos de la Vero no sólo la de Elote? Y si a helados vamos, ¿qué tal los Raspatitos que amó la banda, los de la Danesa 33 en su casquito de americano, en el cine las copas de la Holanda? ¿Y en el tema de los refrescos qué decir del Pop, el Tab, el Teem, los Boings de triangulito, para inflar y tronar de una sola pisotada, el Frutsi abierto por debajo, haciéndola de motor metidos en las llantas?

¿Qué tal de las paletas Coronado, las Mimi sabor cajeta, los Chupirules, las Pachicletas, las Tix Tix, las Palelocas, las Enchiladas Luxus, las Ricaletas? ¿El chocolate Tin Larín, el de la Vaquita, el Cajetoso, el Cacahuatoso, el Carlos V Galletín? Y de la familia de los pastelitos y su fuerza sideral, ¿en qué pedestal ponemos a los Pipuchos o el Mamut, los Jipos de la Nabisco? ¿Dónde a los Chocotorros, Chocorroles, los Flypis, Twinkies, Rollos y Gansitos? ¡Ahora que todo sabe a pura mentada, manteca vegetal!

Por eso es que pido a ustedes niños de todas las edades, viejos niños que siempre fuimos y seremo, levantemos la arenga general, el canto al azúcar general, para regresar a aquellos tiempos donde al azúcar no era un problema sino una vida real (y ya entrados en la comilona loca recordemos las hamburguesas de Tom Boy, Bonanza o Burguer Boy, con su Unifante, la Brontodoble y Dinotriple, las pizzas de Twins y Telepizza, las hamburguesas del caído Chazz. ¡Se me hace agua la boca!).

Pido a ustedes entonces que queramos de nuevo a las Paletas Payaso y los Paletones Corona, queramos Totitos, Nucitas, queramos Lacitos, Panditas, Tarugos, Cazuelitas ¡Todo el polvo Lucas que quede en las reservas! Queramos Kechitos y Tostachos, Pizzerolas, Catsupapas, Pulparindos. ¡Cuatrocientas toneladas de Tronirocas para que truenen nuestro gañote de lo lindo! Queramos Crack-ups, y Salvavidas, Bublis, Bubblegum, Bombiux, Bazooka. Queramos paletas Jet, paletas Vampiro, queramos Fresquibón, Panditas, queramos sentir de nuevo el levantón. Queramos Esponjitas, Borrachitos, queramos cientos de sobrecitos de Perk y Kool- Aid para teñir los edificios de colores chidos. Queramos de nuevo, niños de todas las edades, cargados de semejante energía cósmica (¡oh Sorpresa!), dominar de nuevo al planeta tierra. ¿Algún problema?

ADDENDA:

Dessert Storm: el equilibrio filosófico del postre

Debemos recordar que entre los extremos de comer y terminar de hacerlo para sacar humo por las narices, existe en ocasiones un oasis llamado postre. Quedando ahora reducido a polvo, prácticamente olvidado por las nuevas bocas, el postre definía o delimitaba, antiguamente, las manías culinarias de una familia o grupo de comedores. Por ello, antes de su extinción total, sería recomendable asentar en una lista los postres más comunes de la ciudad en que vivimos por desgracia, la cultura que nos hizo, hace y destruirá. Venga la enumeración de esos increíbles remansos contra la sal, los paréntesis equilibradores de la glucosa cerebral.

Empecemos por el clásico para sentirnos niños: el flan. Infaltable. Ya sea de paquetito u horneado. Mejor horneado. Lo ubicamos como la casita en la campiña de nuestra comida más popular y sentimental. Junto a las fresas con crema, y en ocasiones su primo de provincias: los duraznos con crema. Es algo así como el nuevo ate con queso. Más de prosapia parecen los primos lejanos, los platanitos fritos con crema. Hasta aquí los que nunca faltarán en el menú. Pero qué pasaría si nos encontráramos en un lugar de no mucho artificio postreril. Nos toparíamos con la “sofisticación” de la clase media, que de verdad está en nuestros huesos. Me refiero con orgullo a los Postres comprados desde la antigüedad en las tiendas y los supermercados: las galletitas o los pastelitos de “El Globo”, extintos ya en su versión mínima (recuerdo esas tardes de los domingos, con mis hermanos pequeños, los tres vestidos con la misma ropa en la colonia Lindavista, jugando con la puerta automática una y otra vez), las pastisetas de la Swandy (llamadas popularmente Margaritas), también su pastel de chocolate, su rosca rociada con azúcar glass, o con seguridad los bastones o abanicos de barquillo de Macma, que todo mundo terminaba por devorar al instante, sin olvidar, para los coetáneos de la infancia, algunos que les dejarán con la boca abierta y babeando: el pastel de chocolate de Ruth’s en la Zona Verde en Satélite, los brownies de la avenida Lomas Verdes.

Y ya entrados en el azúcar, estaría bien dejar registrado el paso por el mundo de aquellos postres que representaban los buenos momentos de las panificadoras industriales (Marinela, Bimbo, Wonder, la misma cosa), que llegaban a la tiendita de la esquina puntualmente para hacer la fiesta de las campañas oficiales de salud, los agostos de los doctores más astutos. Me refiero a los Roles de canela, Negritos o ahora Nitos, Canelitas o Bimbuñuelos, los Gansitos, Trikitrakes, Canelitas, Polvorones, Pingüinos, Rollos o Chocotorros de la Marinela: ¡Carajo!

Antonio María Calera-Grobet
(México, 1973). Escritor, editor y promotor cultural. Colaborador de diversos diarios y revistas de circulación nacional. Editor de Mantarraya Ediciones. Autor de Gula. De sesos y Lengua (2011). Propietario de “Hostería La Bota”.

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