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Susan Crowley

14/05/2022 - 12:04 am

¿Y si la literatura se acaba?

“Si por un momento nos detenemos a pensar por qué estamos ahí, nos daremos cuenta de que es solo porque las redes lo decidieron. ¿Qué imagen o atmósfera nos evocan?, ¿satisfacen algo más allá de lo inmediato?, ¿nos dejan un buen sabor por el hecho de trasladarnos a una experiencia que nos cambie la vida?”.

En una era en la que las redes sociales dictan, definen y deciden por nosotros, valdría la pena dejar a un lado los celulares y confiar en otros asesores. No es que yo quiera denostar su éxito y funcionalidad, pero me parece que debemos detenernos y pensar que el mundo es mucho más que las imágenes que se suben cada segundo y que se han convertido en nuestro imaginario y, por lo tanto, única fuente de inspiración.

¿Cuáles son los museos, exposiciones, ferias de arte, igual que los restaurantes, las tiendas, los sitios de moda? La triste respuesta es que los que más usuarios suben a las redes es lo que nos lleva a ansiar estar ahí. Una vez que lo logramos, lo más importante es tomarnos una selfie y subirla a las redes. Esa es la confianza que le conferimos a los opinólogos de ocasión. ¿Quién subió la foto?, ¿qué les significa a los demás? Es difícil saberlo porque son miles, sin rostro, anónimos, tal vez uno que otro influencer, que desde luego no cuenta con ningún tipo de conocimiento como no sea la exhibición de su imagen, los demás, ¿quiénes son? No importa si esos sitios están saturados, incluso, aunque vivamos la frustración de no tener acceso por las kilométricas listas de espera, hacemos lo imposible, aguantamos humillaciones de las bellas hostess y soportamos que un empleado pedante nos mande a volar porque no reservamos online hace semanas. ¿Qué hay en esos sitios o en las fotos que se publican que los hace tan deseados?

Si por un momento nos detenemos a pensar por qué estamos ahí, nos daremos cuenta de que es solo porque las redes lo decidieron. ¿Qué imagen o atmósfera nos evocan?, ¿satisfacen algo más allá de lo inmediato?, ¿nos dejan un buen sabor por el hecho de trasladarnos a una experiencia que nos cambie la vida?

El escritor cubano José Lezama Lima logró describir como nadie París. La forma en la que habitó sus calles, sus buhardillas, la desolación y la belleza de sus narraciones son únicas; los lectores de este gran escritor anhelamos visitar su París que nos asombraba por lo vívido. En sus páginas podemos oler y tocar los objetos; asistir a los lugares en los que mágicamente describe cada detalle. Nadie conoció ni conocerá París como Lezama Lima, que jamás estuvo en París.

Durante siglos la literatura ha sido el motor que ejercita al músculo de la imaginación. La capacidad de un escritor para describir y hacer vivir sus experiencias y sensaciones, han llevado siempre al lector a mundos que tal vez nunca conocería. Habitante de ciudades, calles, hogares, lo mismo que explorador de tierras lejanas, quien toma un libro y lo lee adquiere el poder que jamás le dará el dinero ni la validación de las redes sociales. La expresión literaria no solo es la construcción de una escena viva, es la posibilidad de percibir con toda nuestra carga emocional. Delante de un libro no solo navegamos en la imaginación del escritor, somos nuestros deseos, pero también nuestros miedos, nuestros recuerdos, somos la parte oscura y la luz de nuestros pensamientos en letargo que un buen libro logra despertar.

Gracias a una novela, si es buena mejor, configuramos un universo que se construye con los valores dados por el autor y se completan con nuestra forma de entender el mundo. Por lo tanto, un libro será completamente distinto y único para cada lector. Lo mejor de confiar en la literatura es que a medida que leemos, entre más lo hacemos, las situaciones descritas en el papel se van ampliando y enriqueciendo hasta crear infinitos posibles. El músculo de la imaginación va desarrollando su propio talento y nos permite acceder a mundos paralelos que superan a la realidad misma y nos permite experimentar desde otra perspectiva más profunda y plena. Ese es el poder de la literatura; en cada uno de nosotros, recreará imágenes únicas, irrepetibles, incluso imposibles de concretarse, pero verdaderas en nuestro imaginario.

Por eso leer no solo es cumplir con la pretensión de los eruditos, ni la presunción de citar nombres o títulos. Leer es abrir las puertas a las grandes experiencias de la vida de un artista que sabe ver, que piensa, que siente y que expresa con un talento peculiar. ¿Cómo es el París de Proust?, ¿la Nápoles de Lenú y Lila?, ¿el Estambul de Kemal y Füsun en El Museo de la Inocencia?

Caminar las calles de París en las que se desarrolla En Busca del tiempo perdido, nos permite vislumbrar aquel splin francés en el que una sociedad que esperaba la temida guerra vivía sus últimos días. Embebida en los placeres y la belleza que de tanto vivirlos los llevaron a la decadencia, pero también a la aceptación de que el tiempo pasa y los momentos son irrepetibles. Gracias a su autor, Marcel Proust, nos convertimos en invitados a las fiestas de aquellos “nuevos ricos” los Verdurin, que abrían sus casas para recibir a la alta sociedad, a uno que otro aristócrata y a varios arribistas cuyo dinero podía pagar pero no tener la clase a la que aspiraban. Entre ellos se mezclaban los poetas, los pintores y los músicos, artistas y filósofos cuya dimensión hacía de estas tertulias experiencias fascinantes. También deambulaban las mujeres más bellas y nobles como la hermosa Duquesa de Guermantes o incluso la sensual Odette, una prostituta que volvería loco al aristócrata e intelectual M. Swann, quien se enamoraría de ella y terminaría por confesar que Odette “ni siquiera era de su tipo”. Como un cuadro de Renoir, sus parques, salones, iglesias, pasajes comerciales, el París de Proust también nos hace ver la luz, ansiar esos momentos e igual padecer el desvelo de Swann, que desesperado de amor se pregunta “¿y no es la ausencia la más irremediable de todas las presencias?”.

El caos natural de Nápoles, las hordas de turistas, y el aburguesamiento de sus barrios que buscan parecerse a los de todas las ciudades clasificadas como “turísticas” en las redes, y lo está logrando, hacen difícil integrar las escenas en las que Lenú y Lila vivieron en la saga de Las Dos Amigas. ¿Dónde habitaban que ni por asomo veían el mar?, el asombro de ambas al visitar la Galería Humberto (ahora retacada de Zara, Mcdonalds y tiendas de accesorios para celulares), en esa zona que era exclusiva para la clase alta, la universidad a la que por fin pudo asistir Lenú, las manifestaciones en la Plaza del Plebiscito, nos son contadas por Elena Ferrante de una forma única, una especie de gran encuentro literario que a su vez evoca el cine de Roselini, de De Sica y de Visconti, que nos lleva a percibir la grandeza y la desgracia de los seres humanos.

Difícilmente un libro ha logrado el poder transfigurador entre la realidad y la imaginación como El Museo de la Inocencia, a tal grado que jamás podremos aclarar si la historia de la bella Füsun y el apasionado y obsesivo Kemal son fruto de la imaginación o realmente le fueron contadas al premio Nobel Orhan Pamuk. Incluso en Estambul existe el museo y puede ser visitado. Es asombrosa la manera en la que cada página del libro se va recreando a través de fotografías y objetos. En el barrio de Beyoglu abundan las tiendas de segunda mano con pequeños objetos, unos viejos, otros antiguos, que la gente ha vendido; casas completas con sus muebles, fotografías en blanco y negro que parecen revivir pasajes de la novela. ¿Pamuk tomó de ahí la idea y construyó con todos esos objetos esa historia de amor? ¿realmente existieron Füsun y Kemal?

Hoy las calles pulidas y aburguesadas de París, Nápoles o Estambul están perdiendo la pátina del tiempo, apenas nos hacen sentir aquellas atmósferas, por eso es importante recorrerlas desde la literatura. Invocar al París de Proust, al Nápoles de Ferrante o al Estambul de Pamuk nos recuerda que es imposible reducirlos a las redes porque su inmensidad no puede atraparse, ni ser posteada en una foto de celular. Esos sitios están llenos de la memoria, las palabras, las ideas, las sensaciones y emociones de artistas que más allá de acumular imágenes, han sido capaces de atraparlas y crear un universo lleno de imaginación.

@Suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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