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Juan Pablo Proal

14/07/2013 - 12:00 am

Burlémonos de los ciegos

Lo peor de ser ciego es que no vuelves a ver a tus amigos, aunque la parte positiva es que entre ellos no se ven feo. Aislados, estos podrían ser unos chistes crueles, lo impactante es que los cuente en público una hermosa joven de 25 años de edad que en sólo tres días dejó […]

Lo peor de ser ciego es que no vuelves a ver a tus amigos, aunque la parte positiva es que entre ellos no se ven feo. Aislados, estos podrían ser unos chistes crueles, lo impactante es que los cuente en público una hermosa joven de 25 años de edad que en sólo tres días dejó de ver para siempre.

En marzo del año pasado, Katya Vega Castro comenzó a sentirse cansada. Se desmayaba hasta cinco veces por día. Manejaba su automóvil sin equilibrio, pegándole constantemente contra las banquetas. Además, su vista empezó a nublarse.

Emprendió una búsqueda, de doctor en doctor, para ver qué ocurría con ella. Una oftalmóloga le diagnosticó úlceras corneales. Inició un tratamiento, pero no dio buenos resultados. En ese peregrinar, acudió a un inmunólogo, quien se percató que sufría un ataque inmune sistémico, una respuesta exagerada en que el cuerpo se agrede a sí mismo.

Un martes la sometieron a una operación del ojo izquierdo para bajar la presión intraocular. Por las características de la intervención, los médicos no podían tratar el derecho al mismo tiempo. La operación no alcanzó a salvarle la vista. En un abrir y cerrar de párpados, Katya comenzó a percibir el mundo a oscuras.

Además de quedarse ciega, las dolencias no paraban. Dormía todo el día, a tal grado le dolía el cuerpo que ni siquiera toleraba un cambio de ropa. Llegó a pesar 32 kilogramos.

En noviembre pasado, un médico por fin le aplicó un tratamiento que puso freno a las úlceras y redujo el dolor. Al mismo tiempo, Katya se inscribió a un curso de comedia: “Se me hizo buena idea burlarme de eso para sacar todo mi dolor”.

Uno de los motores que catapultó a Katya a inscribirse en ese curso es que no quería provocar la conmiseración de los demás. “Me enfurece que me tengan lástima, que me vean como “ay pobrecita la cieguita”. Esta es una manera de decir: miren lo que me pasó, no estoy para que me tengan lástima”, me explica durante una entrevista sostenida en un café de la Ciudad de México.

– ¿Qué es lo que más te enoja de que te vean con lástima?

– Que me hagan menos, ¿por qué? ¡Yo le estoy echando ganas, estoy haciendo lo mismo que los demás aunque me cueste cuatro veces más trabajo, pero lo estoy haciendo, no es para que me tengan lástima ni se sientan mal por mí, yo no estoy chillando!

Katya me habla del mundo de las personas ciegas en México. Entre la población existe la creencia generalizada de que, por el sólo hecho de no ver, son buena gente y no es así, me aclara Katya. También hay egoísmos y vilezas. Además, es un sector que tienda a excluirse, a evitar el contacto con el resto del mundo. “A mí me da pánico volverme así, muchos ciegos no se arreglan porque no se ven, a mí no me gusta estar fachosa, no quiero pensar que me van a discriminar o hacer menos, sino poner todo para que me reconozcan y me vean normal”, asevera con determinación.

A lo anterior hay que añadir la hostil vida urbana. El transporte público, una odisea; ser peatón entre banquetas carcomidas; conseguir un lugar en los escasos estacionamientos para personas inválidas; subir escaleras eléctricas…

Katya ejerce la profesión de terapeuta física y, al mismo tiempo, actualmente recibe muchas invitaciones para presentar su espectáculo de stand up comedy. Su acto provoca sentimientos contrapuestos: una combinación de incredulidad, admiración, miedo y alegría. Durante su rutina, se burla de su condición. Su colmo, refiere, es que su madre se llama Luz y vive en la colonia Bella Vista. A las personas les llega a decir: “Tendré confianza ciega en ti”.

Cada intervención desata una risa extraña, pero potente. Tal vez el auditorio piense en la fragilidad de su salud, de la vida. O en la valentía de Katya, en cómo se planta frente a los demás para hacer escarnio de sí misma y no tomarse las cosas tan en serio. Podemos perderlo todo en un segundo. Al final de cuentas, la muerte es nuestra única certeza.

Le pregunto si piensa dedicarse a la comedia de tiempo completo. Responde con una lección que aprendió a partir de todo esto:

“Vivo una vida desesperanzada, no tengo ilusiones ni expectativas, en tres días dejé de ver completamente, antes planeaba todo, pensaba todo el tiempo en lo que sigue, dejé de salir con amigos, de llevar las cosas tranquilas, de disfrutar a mi familia, decía ya tendré tiempo de descansar, de irme de viaje, de relajarme. Ese tiempo nunca llegó. Prefiero que la vida me sorprenda y no estar pensando en el futuro”.

P.D. El correo electrónico para contactar a Katya es [email protected]

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