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Antonio Salgado Borge

14/09/2018 - 12:03 am

Linchar y relinchar

Algo va muy mal en un país en el que cada vez más personas son linchadas. Algo va peor cuando un fenómeno de esta naturaleza es trivializado o abordado parcialmente.

Entre 2012 y 2018 se han cometido más linchamientos que los ocurridos entre 1988 y 2012. Foto: Cuartoscuro

Algo va muy mal en un país en el que cada vez más personas son linchadas. Algo va peor cuando un fenómeno de esta naturaleza es trivializado o abordado parcialmente.

Las cifras son impresentables. Entre 2012 y 2018 se han cometido más linchamientos que los ocurridos entre 1988 y 2012.1 Desde 2012, más de 376 seres humanos han sido linchados en nuestro país. En 2018 veinticinco personas han muerto linchadas y cuarenta intentos más han sido frustrados. 2

Si la cantidad de casos es novedad, también es extraordinario su nivel de publicidad. Y es que muchos de estos eventos no sólo han sido documentados con lujo de detalle en medios de comunicación, sino que se han transmitido en vivo en redes sociales por medio de teléfonos celulares. Así, rostros ensangrentados suplicando clemencia, golpes brutales a individuos acorralados o cuerpos quemados vivos han aparecido en los dispositivos de millones de mexicanos. Y con la publicidad, ha llegado la polarización, la discusión y los choques entre quienes son testigos virtuales de estos hechos.

Tal como explicó esta semana Elisa Godínez -investigadora y especialista en el tema- en un interesante artículo en “La Jornada” es un error común simplificar o pegar a los linchadores etiquetas como “salvajes” o “locos”. 3 Caer en esta tentación sería tanto como linchar por partida doble, pues a los linchadores se les estaría linchando en el discurso. Además, reducir a los linchadores o condenarlos sin entender su contexto no sólo no ofrecería ningún beneficio explicativo, sino que ocultaría y por ende impediría atajar las causas de los linchamientos.

Quienes linchan tendrían que ser castigados legalmente en todos y cada uno de los casos, pero la decisión de linchar a una persona no puede ser reducida a simplezas, como maldad inherente o delirios, ni a calificativos deshumanizantes o que oculten el contexto.

Pero, así como sería simplista linchar a los linchadores, también sería un error vociferar contra los linchados justificando o incluso celebrando su linchamiento. Sin embargo, fenómeno es común en algunas redes sociales, donde notas sobre estos casos suelen dar pie a que un grupo de individuos relinchen y aplaudan, enfáticamente y en automático, los linchamientos ocurridos: “a ver si así aprenden esas ratas”, “se lo merecen por criminales”, “bien por los habitantes de x” …

Desde luego, siguiendo esta lógica la única causa de los linchamientos serán siempre los linchados. “Si no se hubiera metido a robar”, se dice, “entonces no lo hubieran linchando”. Es fácil ver que este argumento tiene como defecto crucial la suposición de que el supuesto criminal es el único causante de su desgracia; es decir, la idea de que la turba que lo ha linchado no es causa –aunque sea parcial- del linchamiento, cosa que, claramente, es un sinsentido. Si se acepta que la turba es causa parcial, entonces automáticamente es necesario hablar de su responsabilidad.

En este sentido, hay quienes alegan que la falta de estado de derecho o la criminalidad sin freno justifican que un grupo de personas asesine a aquellos individuos encontrados sospechosos de haber cometido algún crimen. Este argumento tampoco se sostiene. Por principio de cuentas, confunde dos conceptos distintos: explicación y justificación. Pero suponer que la ausencia de estado de derecho o la criminalidad explica algunos linchamientos no implica necesariamente que los justifique.

Para ver por qué, es importante notar que justificar significa, en este contexto, convalidar, y no sólo describir una serie de causas de un fenómeno. Por ejemplo, la frase “el director técnico retiró al delantero del campo de juego porque estaba lesionado” es a la vez una explicación y una justificación de la acción del entrenador. Pero cuando se trata de fenómenos sociales, explicación y justificación pueden bifurcarse: explicar qué pudo llevar a un asesino serial a cometer una serie de crímenes no implica justificarlo.

Si bien lo anterior es relevante, no es necesario acudir a la confusión conceptual para responder al argumento de la alta criminalidad como justificación. Para fortalecer la posición de quienes defienden este argumento, supongamos por un momento que, como en el caso del entrenador y el delantero, en un linchamiento justificación y explicación no se bifurcan. Si este fuera el caso, entonces decir que los linchamientos son producidos por la criminalidad equivaldría lo mismo a explicarlos que a justificarlos. Pero el problema para quienes defienden esta posición es que los linchamientos en México no suelen ocurrir en las zonas con más criminalidad. Tal como Elisa Godínez ha documentado en un texto publicado en Horizontal, “los linchamientos en México son heterogéneos, ocurren en diferentes zonas geográficas y son protagonizados por colectividades diversas”. 4 Entonces, la criminalidad no es suficiente para explicar los linchamientos y, por ende, no los justifica.

Ahora bien, alguien podría decir que no es necesario unir explicación y justificación; que los linchamientos, explicables o no, son una forma de hacer justicia porque dan a cada quien lo que le corresponde: el criminal paga su crimen y sus víctimas pueden castigarlo. Esta es una línea de pensamiento que tampoco se sostiene. Supongamos por un momento que la “ley del Talión” es válida; es decir, que justicia implica que quien ha cometido una acción negativa pague con la misma moneda –ojo por ojo-.

Pero de acuerdo con un informe del instituto Belisario Dominguez: “En la mitad de los casos de linchamiento, las personas cometieron el delito de robo; un 16 por ciento atropellaron a alguien o tuvieron un accidente de tránsito; y un 7 por ciento fueron acusados de cometer violación, asesinato o secuestro.5 Es decir, el porcentaje de linchados que han cometido un delito grave es de menos de 7%”. Si aceptamos la idea de justicia descrita en el párrafo anterior, entonces claramente los linchadores estarían ejecutando un castigo desproporcionado e injustificado y, por ende, merecerían ser castigados en consecuencia.

Pero es posible rechazar los linchamientos en términos más sensatos. Los linchamientos recientes muestran que hay un buen número de falsos positivos. Así, la inocencia jurada de individuos acorralados –como encuestadores o campesinos- y sus peticiones de clemencia han sido desoídas. Esto es, varias personas han sido quemadas vivas o golpeadas hasta la muerte única y exclusivamente porque alguien los encontró sospechosos en algún momento y los señaló con su dedo flamígero –en directo o por Whastapp- pidiendo sangre.

Desde luego, hay quien ha argumentado que “bien lo vale”; que algunos justos pagarán por pecadores pero que, a la larga, la metodología funcionará. Pero a ello se podría responder que esta suposición es errónea. Esto es, que, a la larga, esta “metodología” es insostenible. La lista de formas de probar lo anterior es larga, pero consideremos aquí tres. La primera es que considerando la penetración del crimen organizado en el tejido social mexicano y la forma en que se ha llamado a linchar por Whatspapp es fácil ver que algunos grupos criminales podrían azuzar a un grupo de personas determinado para que linchen a uno de sus rivales.

La segunda es que este fenómeno puede enlazarse y hacer explotar conflictos existentes. Por ejemplo, de acuerdo con el testimonio de una persona que lo vivió de primera mano, recientemente en Yucatán –uno de los estados más pacíficos del país- durante un conflicto derivado de irregularidades en la instalación de una planta de energía solar se estuvo cerca de linchar a varias personas, incluida una reportera.

La tercera, y más importante, forma de probar que la “metodología” del linchamiento no es sostenible a la larga es que un Estado que ha perdido el monopolio de la violencia -ya no sólo ante organizaciones criminales, sino ante grupos de vecinos- equivale a una receta para las violaciones de derechos humanos, la ingobernabilidad y el desastre. Es decir, a buscar salir del hueco en que estamos metidos cavando más hondo.

Dada su publicidad e implicaciones, y considerando su creciente alcance, el problema de los linchamientos tendría que ser considerado prioritario y abordado, con la asesoría de especialistas y de la mano de las comunidades, por el nuevo gobierno federal en su proyecto de pacificación y de transformación. Por el momento, es claro que quienes nos gobiernan han optado por mirar hacia otro lado y dejar que linchadores y linchados -la mayoría de las veces personas olvidadas por el Estado desde hace décadas- se las arreglen como puedan.

Linchar a los linchadores no ayuda a entender y a atajar el problema de los linchamientos; relinchar a los linchados contribuye a fomentarlo y a perpetuarlo. Si bien estas dos fórmulas son, por fáciles, tendedoras, los linchamientos -sencillos o dobles- y los relinchamientos terminan enturbiando la realidad, normalizando la violencia y ocultando las responsabilidades del Estado.

1.http://www.eluniversal.com.mx/nacion/seguridad/linchamiento-en-mexico-crimen-al-alza
2.http://www.sinembargo.mx/12-09-2018/3470036
3.https://www.jornada.com.mx/2018/09/08/opinion/020a2pol
4.https://horizontal.mx/los-linchamientos-en-mexico-mas-alla-del-escandalo/
5.https://www.reporteindigo.com/reporte/linchamientos-en-mexico/

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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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