El viento y las palabras

15/02/2021 - 12:08 am
El Presidente López Obrador durante su conferencia matutina. Foto: Cuartoscuro.

En el modesto programa de YouTube que conduzco una hora y a veces una hora y media por la mañana por SinEmbargo Al Aire después de la conferencia de prensa del Presidente, suelo dedicar tiempo a responder a aquellos que me acusan de chayotero o mentiroso, o que difunden noticias falsas. Casi nunca hago caso a los que no dan la cara, que usan un seudónimo; pero sí a los que usan nombre y apellido, aunque no tenga certeza de que sean reales. Esa cultura del anonimato no puede ser alimentada por alguien que no es anónimo. Es decir: doy la cara y doy mi nombre cuando opino, ¿por qué habría de darle vuelo a comentarios de gente que se esconde?

En ese pequeño programa (que la misma audiencia bautizó Café y Noticias) (empezó como un espacio para informar sobre la pandemia y avanzó a temas de sociedad y política) me he encontrado, por otro lado, a gente íntegra, documentada y apasionada, que opina o que me critica y a la que respondo igual, pero no para desmentirla o para desanimarla sino para generar debate. Pero desgraciadamente hay una corriente de usuarios anónimos que acusa de chayoteros, mentirosos, neoliberales, golpistas y demás a cualquiera que opine distinto que ellos. La versión más radical de esa corriente se mueve en el chat mañanero de Youtube de la cuenta del Gobierno de México, de la mañanera. Allí, que llamen a una mujer “perra corrupta” o “cerda chayotera” o cosas peores es común. Se intercalan con mensajes como “AMLO gran presidente”, “AMLO reelección” o “AMLO lujo de presidente”. Y otros, que son los menos, reclaman al mandatario con las peores palabras y peores intenciones.

En las redes no hay medias tintas con los calificativos. Es un “gran periodista” el que adula; es un chayotero, mentiroso, neoliberal, golpista y demás el que critica. Y nadie que haga una crítica saludable se salva. Es chayotero, mentiroso, neoliberal o golpista. Como si llevaran toda la vida en coma, repentinamente despiertan y acusan: “¿Dónde estaban cuando Peña, Calderón y Fox robaban a la Nación? No los vi criticándolos”. Así cuestionaban unos, este fin de semana, a la revista Proceso. Y así se la aplican a cualquiera. El tema es: estás conmigo o estás en mi contra. Y aún incluso quienes están con ellos, están en contra cuando se atreven a señalar algo que no funciona. Sara Sefchovich escribía sobre ésto último este mismo fin de semana.

Salvo el uso del lenguaje, que es respetuoso, veo al Presidente igual que los anteriores. De hecho, es un diálogo (éste sí) circular: la posición de López Obrador y la de sus seguidores radicales se retroalimenta. No hay mucha diferencia entre la afirmación injusta y temeraria de que “todos los medios callaban” –como momias o como lo que sean– y el “¿dónde estaba(s)(n) cuando…?” El chayotero, mentiroso, neoliberal y golpista no lo inventaron los seguidores y la fuente original es el máximo tribunal del país: la mañanera; un tribunal que, por otro lado, arroja pocas consignaciones y pocas condenas. Y sobre eso quiero hablar enseguida.

***

Empiezo con uno de los casos más polémicos: los señalamientos del Presidente a Enrique Krauze y a Héctor Aguilar Camín. Los acusa de chayoteros. Dice que le pegan porque se acabó el chayote y entonces los descalifica como opositores a su gobierno: son corruptos y eso alimenta su crítica, dice.

El chayote es corrupción: es que un gobierno o un gobernante le dé dinero de manera ilegal a alguien –un individuo o un medio– para que no lo critique. Es un delito, pues. Pero el Presidente suele referirse a “chayote” como el dinero que, en partidas de publicidad oficial, se les entregaban a empresas de medios relacionadas con estos dos personajes. Es cuando dice que “se les acabó”. ¿En qué momento las partidas de publicidad oficial se convirtieron en chayote? No es claro el criterio de López Obrador. Porque Televisa, TV Azteca y La Jornada reciben grandes porciones de partidas de publicidad oficial en el actual gobierno. Eso sería chayote, si se aplica la misma regla que se encaja a Enrique Krauze y a Héctor Aguilar Camín.

Ahora, que si el Presidente les reclama por recibir sobornos, es decir, chayote, no publicidad oficial, entonces tendría que presentar una denuncia ante la Fiscalía General de la República. Lo otro, la publicidad oficial, es publicidad oficial. No son sobornos. O Televisa, TV Azteca y La Jornada, a quienes él les da grandes porciones del presupuesto de publicidad oficial, estarían siendo sobornados por él.

Y de una vez digo que apenas he intercambiado palabras con Krauze (una sola vez) y nunca con Aguilar Camín. Solicité por correo una entrevista a Krauze para Los Periodistas, el programa que tengo con Álvaro Delgado en La Octava, y dos veces me dijo que no. Tampoco Aguilar Camín quiso; no tengo su correo ni su teléfono y le hice llegar la invitación por medio de un amigo común. Es más: llevo cuatro novelas publicadas en una editorial sólida (Alfaguara) y sus revistas (Nexos y Letras Libres) nunca me las han reseñado, siquiera. No soy parte de su club. Apenas existiré, quizás, para ambos. Y me veo en la necesidad de aclararlo porque la sola mención en mi texto será interpretada con ligereza como una defensa a ellos y podría ser, muy seguramente, calificado de chayotero, mentiroso, neoliberal y golpista. En cambio, La Jornada, Televisa y TV Azteca sí me han invitado, alguna vez, a una entrevista por mis novelas. Y son, a juzgar por las partidas de publicidad oficial, los medios más cercanos a la 4T.

Empecé con ése, uno de los casos más polémicos, para caminar a otro: ¿cuántos de los señalados en las mañaneras como CORRUPTOS (las mayúsculas son intencionales) han sido consignados ante el Ministerio Público? ¿Cuántos han sido señalados como CORRUPTOS simplemente para alimentar el mal ánimo contra ellos? Y a eso me refiero cuando digo que el máximo tribunal del país, la mañanera, arroja pocas consignaciones y pocas condenas formales. Como suelo decir: en el Caso Lozoya, ni Emilio Lozoya está detenido. Y seguimos siendo el país que menos resultados ha arrojado en las investigaciones sobre Odebrecht. Se califica a muchos de corruptos pero no se presentan pruebas. Entonces, resumo, de lo que se trata es de llamar a su linchamiento público, a su acoso en redes. Y las redes son duras; y más duros son los que se esconden en el anonimato.

Por eso –termino–, en mi modesto programa de YouTube que conduzco una hora y a veces una hora y media por la mañana por SinEmbargo Al Aire después de la conferencia de prensa del Presidente, suelo dedicar tiempo a responder a aquellos que me acusan de chayotero o mentiroso (o que difunden noticias falsas) simplemente porque lanzo alguna crítica al Presidente. Si me dejo, me caen a palos. Y claro que nadie es inmune al acoso; claro que generan desánimo. Sobre todo aquellos que creen que los linchamientos son “justicia del pueblo”; no, los linchamientos no son justicia del pueblo. Los linchamientos vienen de turbas, y las turbas casi siempre se equivocan; son irreflexivas; no representan la justicia social ni nada. Y de una vez digo, porque me van a tratar de torcer incluso esas palabras, que no estoy llamando irreflexivo al pueblo de México. Y de una vez digo que habrá quien tuerza lo que escribo para atizarme. Claramente llamo irreflexiva a la turba; a los que se ciegan con el odio y atacan en bola y muchas veces desde el anonimato.

Se que no me salvaré que alguien me llame chayotero, mentiroso, neoliberal y golpista; no me salvaré que me reinterpreten en redes, y no quiero siquiera parecer como que defiendo a Krauze y a Aguilar Camín, quienes pierden muy seguido los pantalones porque se los sueltan para tratar de golpear a López Obrador.

Todo lo anterior lo puedo resumir en esto: sería bueno que, más de dos años después del inicio del nuevo Gobierno, empezáramos a ver menos discurso y más resultados. No por mí, yo qué: lo digo porque, al final de todas las administraciones, hay un viento que corre siempre en contra del que pierde el poder. Un viento que desnuda. Y las palabras son lo primero que se lleva el viento. Se quedan los pilares. Se quedan los hechos.

Como he dicho antes: todos los que son llamados corruptos no dejarán de ser una amenaza para el país, si es que son corruptos, con sólo nombrarlos. Se necesita comprobar que lo son. O todo quedará en palabras. Y en poco más de tres años, esas palabras se irán con el viento. De otra manera, no habrá diferencia entre los ataques anónimos y lo que se señala en una mañanera cualquiera sin denuncia ante el Ministerio Público.

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx
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