Alejandro De la Garza
15/04/2023 - 12:03 am
El intelectual melancólico o el narciso herido
“La mayoría de estos intelectuales melancólico tuvieron por años éxito y corrieron con buena fortuna en sus muchas tareas académicas, editoriales, informativas y culturales”.
El sino del escorpión ha visto a los intelectuales melancólicos horrorizarse ante los cambios tecnológicos, las redes sociales y la pérdida del monopolio de la opinión publicada; acusar la vulgarización de la cultura, el retroceso en educación y el irrespeto a la gramática (según dijieron), rechinar los dientes ante el mal gusto de los espectáculos populares, clamar por el regreso al elitismo del conocimiento resguardado por la academia y aislado del clamor social por los gruesos muros del prestigio y el posgrado; el alacrán los ha viso también desgarrarse las vestiduras ante nuestro apocalíptico presente (según ellos), sin acercarse siquiera a tomarle el pulso a la gayola, la gleba, la gente, pues su bien remunerada plaza en la cúspide les impide bajar a mezclarse con la canalla, los simples mortales. Lo más triste de esta comedia bufa sobre la pérdida del capital simbólico de los intelectuales melancólicos ha sido verla escenificada en la UNAM (¡nos dieron en el alma mater!), durante una serie de “diálogos híbridos” bien críticos y nada autocríticos, prueba fehaciente de la instrumentación política conservadora de la institución y de su progresivo deterioro.
El venenoso se ha reído mucho al rescatar el libro de Jordi García, El intelectual melancólico (Anagrama, 2011), donde el escritor catalán describe con precisión la situación de los encumbrados académicos e intelectuales melancólicos españoles, quienes desesperan ante el deterioro de su mundo seudo aristócrata, elitista, dominado y controlado sólo por ellos desde sus mansiones de marfil, a punto de extinguirse ante los embates de los cambios tecnológicos y sociales. El libro no podría ser más oportuno aplicado a la situación de los intelectuales melancólicos mexicanos, quienes luego de aterrarse y padecer ansiedad o depresión en la primera década del nuevo siglo por la llegada del internet, la digitalización y las redes sociales, cuyo abigarrado tapiz de informaciones y heterogénea variedad de participantes y opiniones contrastadas los desplazó como protagonistas centrales del pensamiento rector contemporáneo; luego de ese horror, decía el escorpión, ahora sufren la profunda melancolía del narciso herido, al ver no sólo perdida su posición de privilegio (académico, económico, mediático, informativo y demás), sino también al darse cuenta de la pérdida de la calidad de su pensamiento, anquilosado por el tiempo y los cambios, de la intrascendencia de sus ideas en un presente sacudido por la fragmentación, la atomización, el cambio de paradigmas, la acción política de masas y la extinción del intelectual tradicional.
“Para los intelectuales melancólicos el reloj se congeló cuando recibieron la primera inyección de prestigio. No se atreven a criticar el desprestigio de la Universidad, con el que algo tendrán que ver, porque es difícil arremeter contra quien les da de comer”, escribió Jordi García. La cita cae con exactitud sobre los participantes en el mentado encuentro universitario “La crítica en su laberinto. ¿Qué hacer?”. Al venenoso le agrada el eco leninista en el título del encuentro recién iniciado y anunciado para prolongarse hasta junio ¡Uf! La mayoría de estos intelectuales ya empezaban a dominar la cultura incluso antes del impulso neoliberal, pero resulta innegable que ganaron espacios, influencia, medios y recursos al amparo de “la razón neoliberal”, que invadió todo más allá de la sola economía, también la academia, los medios de comunicación, la educación, el arte, la cultura.
Su protagonismo creció aún más al ser los “teóricos” de la siempre citada transición a la democracia (hasta un bien auspiciado instituto en la materia se inventaron). Al final, habrán contribuido al envejecimiento y desgaste de la UNAM, que en buena medida por su injerencia pasa por un periodo crítico, con pésimos niveles de atención al estudiantado y con profesores en el último escalón de la escala salarial, mientras la burocracia dorada se enriquece y la casa de estudios organiza encuentro híbridos como el citado. La tarea hoy es también criticar y cuestionar a la UNAM y a sus élites privilegiadas, millonarias y bien protegidas incluso mediante violaciones a los reglamentos internos (¿o no, Lorenzo?).
La mayoría de estos intelectuales melancólico tuvieron por años éxito y corrieron con buena fortuna en sus muchas tareas académicas, editoriales, informativas y culturales, pero hoy su yerguen vanidosos como adalides contra la “destrucción de nuestras instituciones”, según sus insistentes asertos, pero es difícil no ver su resentimiento, su enojo, su indignación (muy profesional y bien pagada, además), su odio dirigido a una persona. Parecen poseídos no por la semi genial melancolía aristotélica, sino por esa amarga melancolía del ego herido, todo porque el mundo no es como quieren, o como debería, o como sus teorías prometieron, y la Historia no parece hacerles caso (ni sus libros y teorías se venden como antes).
Hoy, otros y otras más jóvenes (¡insolentemente más jóvenes!), opinan, escriben, analizan, publican, influyen, provocan nuevos diálogos y discusiones. Y aunque para los melancólicos estos son jóvenes iletrados, deficientes o indigentes intelectuales, lo cierto es que estos hombres y estas mujeres defienden sus ideas acaso con la misma vehemencia y el mismo dogmatismo con los que aquellos melancólicos defendieron las suyas, pero al menos, los intelectuales de hoy están más conscientes de su cualidad efímera y temporal. Nada es para siempre, sólo los salarios en el Colegio Nacional (¿verdad, Enrique?).
La verdad, se les ve hastiados, cansados, en el abandono y la derrota, en la renuncia a cualquier transformación desordenada del presente, cuando en realidad tienen muy pocas razones para quejarse más allá de la irritación que les suscita el “desorden” en su anquilosado y concepto de orden, ese fósil. Profetizan el apocalipsis en cada nueva acción de masas o medida gubernamental: ¡el mundo se vendrá abajo por las faltas de ortografía de los escolares!, o por los elevados índices de audiencia de “la mañanera”, o porque se distribuya un muñeco de peluche, para estos intelectuales melancólicos, todo son angustiosos síntomas del fin del mundo que conocieron. ¿No provendrá su juicio de su propio límite natural, de su cercanía anímica con el final de su tiempo de creatividad fecunda? Jordi García los describe en metáfora boxística: “apresuradamente, muy cerca de la campana, levantan los puños en un último esfuerzo para clamar exaltado que el desacato a los Grandes Nombres se pagará muy caro en un futuro que ya es lúgubre presente”.
Mientras con enojo y coraje defienden el lugar de la sabiduría y la rectificación del rumbo presente del país, su narciso herido también apunta acusatorio a los hombres y mujeres en busca entusiasta de una transformación verdadera. Les complace señalar el desdén que sienten por la “fe populista” de esa gente a la que no se cansan de insultar por su “elemental” actitud política, su falta de gusto, su mala educación y la pobreza de su espíritu que no los reconoce como sabios, guías, intelectuales de fuste.
Por su edad, el escorpión está también al filo de la melancolía, pero antes de volverse un intelectual melancólico ha optado desde hace algunos meses por el retiro. Harto de los trámites, los pagos por honorarios (o los no pagos), la participación en la procesión cultural y el incienso necesario para venerar figuras y proyectos, ha encaminado su sino hacia una vida espartana en alguna recóndita playa del Pacífico mexicano donde vive espartanamente y lejos de la Kultura y los intelectuales.
Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.
más leídas
más leídas
opinión
opinión
15-10-2024
15-10-2024
14-10-2024
14-10-2024
14-10-2024
14-10-2024
13-10-2024
13-10-2024
12-10-2024
destacadas
destacadas
Galileo
Galileo