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Tomás Calvillo Unna

15/05/2019 - 12:05 am

Rojo signo

Las llamas como endemoniados soldados avanzan en las montañas, a su paso los encinos y esos centenarios bosques son ya ceniza que el viento en su rigor esparce.

El sol, Malinalco 8:30 am. Imagen Jorge Calvillo.

Rojo signo

del sol
en el entrecejo,
rojizo astro
naranja entre la neblina.
El halo de un presagio;
la tortuga degollada
en los abandonados campos del maíz;

el ojo ciego del alacrán, la punzada
en el pecho del viento, la obsidiana
saqueada de los sueños; si tan solo
un canto se escuchara, un canto…

Incautaron el ritual, pretendieron
ser los guías de los cuatro rumbos.
Ascender y descender en los acantilados,
como las águilas.

Horadaron la oscuridad, amenazaron
con incendiar la casa del jaguar,
ignoraron los jeroglíficos de su piel.

Maltrataron la palabra,
la conjugaron:
un agrio rencor de consonantes,
al decir,
que era la palabra de todos.

Se erigieron como Oráculo,
montaron el Gran teatro,
tentaron a los Dioses.

Invocaron en el vacío.

Si tan solo un canto se escuchara,
y sus oídos comprendieran
el nuevo gravitar de lo soles, sus rutas;
inmenso abanico de tonalidades
que alumbran a millones en su paso.

No,
se han apropiado del destino
de su escritura,
preñada de dolor
del ocre desliz de una ajada memoria.

La mazorca se desgrana para todos…
No,
ellos ordenan
quienes sí,
quienes no.

Usurpan las vocales de la muerte
en el ramo de alcatraces y su ofrenda.

Tardío pueblo elegido, tardío peregrinaje,

Un rumor crece, las piedras rodando,
el agua tormenta en espiral revienta

Hay demasiada dicha por venir
y nunca es demasiada…

Si tan solo un canto se escuchara,
si el relámpago fuera ese acertijo
que mitiga la incertidumbre,
si dejaran al silencio desplegar la madrugada,
si escucharan,
si escucharan un canto, tan solo uno,
sus acordes, sus coros, sus interludios,
sus agudos y graves, sus pulsos, compases
su universo….
Tan solo un canto
en las palmas de las manos.

Proclama

Las llamas como endemoniados soldados
avanzan en las montañas , a su paso
los encinos y esos centenarios bosques
son ya ceniza que el viento en su rigor esparce.
Sus banderas de nubes blancas y grises
ondean en el horizonte ,
se aproximan a la ciudad que aún duerme.

Las palabras revestidas de pólvora, arrojadas
al ciego dolor de la impotencia ;
al amanecer arden
en los estrechos callejones del resentimiento.

La justicia que convoca palpita en la venganza.
La afrenta es tan honda
que nadie puede reconocerla;
no importa,
con uno solo que levante su brazo derecho
y con el índice de su mano señale ,
la sangre comenzará a correr.
Esta escrito que así sea.

Lo callamos

La noche otra vez
es un pergamino;
comienzo temprano
a traducir sus líneas

Efímera tinta
como nuestros actos
y sueños: llamaradas,
quemaduras,
junto a los pinos disciplinados
que resisten ese gesto de la naturaleza
por mover y agitar las cosas;
ese idioma de los dioses, inagotable
en la oscuridad asombrosa de su cielo
siempre inaudito.

Algo está alterado, lo sabemos,
lo callamos, algo está alterado
y cada vez más nos sacude ,
desde dentro; es un viento
atrapado en el cubo del tiempo
que se agrieta.

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