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María Rivera

15/07/2020 - 12:03 am

¿Por qué, señor Presidente?

Todavía hoy me pregunto la razón por la cual un político que luchó durante décadas fue combatido de manera brutal y continua en varias elecciones, que ganó de manera arrolladora, logró suscitar un apoyo mayoritario de la población, que venció a las campañas negras y a la “mafia del poder”, usa el poder como si fuera un opositor vengativo y no el Presidente de todos.

 Todavía hoy me pregunto la razón por la cual decidió atacar a todos de manera indiscriminada. A la prensa, a los órganos autónomos, a las feministas. Foto: Moisés Pablo, Cuartoscuro.

La polarización en la que está sumido el discurso público en nuestro país es una desgracia. Lo es porque en cuanto el discurso se poraliza es muy útil para evadir responsabilidades y también para evitarse la molestia de escuchar y examinar críticamente la propia actuación. Especialmente, al poder y a los poderosos les conviene que así sea. Si se le atribuye agenda política a toda crítica o peor aún, aviesas intenciones a los críticos, resulta muy sencillo desechar cualquier señalamiento que pudiera ayudar a corregir el rumbo. Esto es lo que ha pasado, sistemáticamente, con el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

Todavía hoy me pregunto la razón por la cual un político que luchó durante décadas fue combatido de manera brutal y continua en varias elecciones, que ganó de manera arrolladora, logró suscitar un apoyo mayoritario de la población, que venció a las campañas negras y a la “mafia del poder”, usa el poder como si fuera un opositor vengativo y no el Presidente de todos. Por qué ataca a la institución que le permitió llegar al poder pacíficamente, por qué golpea a los que venció en las urnas, limpiamente, por qué desmanteló a sectores que no hacen sino construir lo mejor del país, como son la ciencia, la cultura y el arte. Todavía hoy me pregunto la razón por la cual decidió atacar a todos de manera indiscriminada. A la prensa, a los órganos autónomos, a las feministas. Es una desgracia, porque ha instaurado en el país una forma de desacreditación de la crítica no solo esencialmente antidemocrática sino peligrosa. Es una especie de virus que contagia a sus seguidores y subalternos que siguen su ejemplo sin el menor asomo de vergüenza. Así, tenemos que ante señalamientos a un funcionario de salud, éste termina por explicar que son producto de la agenda política de los críticos, de la prensa malvada. Y tán tán. Claro, los señalamientos quedan sin responder y lo más grave, sin escucharse. Tenemos entonces a un Gobierno sordo, y al que no le interesa escuchar, un rey que se pasea desnudo todas las mañanas, mientras se muere la gente afuera. No escucha a nadie, no escucha los gritos, los reclamos, solo es capaz de ridiculizar despóticamente a quienes lo critican. Si fallecen 35 mil mexicanos, si los niños enfermos de cáncer no tienen medicamentos, si asesinan a mujeres por ser mujeres, si la violencia homicida escala, si acaso hay una mejor manera de hacer las cosas, al poder no le interesa. Hundido en su delirio de que se encuentra en una gesta heroica, es capaz de justificar cualquier atrocidad; desde la existencia de funcionarios negligentes, la muerte de niños, la mortandad de mexicanos pobres que está dejando la epidemia de coronavirus en México, hasta la destrucción de sectores económicos completos bajo el lema de la austeridad.

Debido a que el nivel del discurso se ha extremado a niveles absurdos, el Presidente es capaz de vitorear, echarle porras, al responsable de diseñar e implementar una estrategia que ha permitido que miles de mexicanos estén falleciendo. Sí, porras. Mientras hay miles de familias enlutadas o esperando a sus familiares enfermos que yacen intubados, ¿qué le pasó al Presidente? O mejor dicho, ¿qué le pasó al político que decía “primero los pobres”? Porque está visto ya, que no, los pobres no solo no van primero, sino que van, como siempre, hasta el final y en estos tiempos aciagos y trágicos están perdiendo la vida por miles, ¿no se enterará? o peor aún, ¿no le importa absolutamente nada que sean ellos quienes están falleciendo, mayormente?, ¿se habrá enterado que eso era perfectamente evitable modificando sus prioridades presupuestales, alguien le avisó, “señor Presidente vamos a necesitar dinero”?,  ¿por qué un Presidente popular (y hasta populista si se quiere) no aprovechó esta terrible adversidad para ayudar a los que menos tienen, que son la mayoría?, ¿por qué aceptó que se les dejara contagiarse y morir?

Y es que hay que preguntárselo. Al menos los que creímos que vería por la desigualdad en el país, los que salimos a la calle muchas veces a apoyarlo, los que, sí, tuvimos fe en que México podía ser un mejor país para todos, empezando por los pobres, si llegaba al poder. Los que lloramos de rabia en el 2006, los que resistimos pacíficamente. Hay que preguntárselo aunque responda que somos “conservadores” o que estamos “frustrados”. Es lo menos que podemos hacer por aquellos que están falleciendo sin esperanza y por todos los que morirán en los próximos meses. Señor Presidente, ¿por qué?, ¿por qué no suspendió sus megaproyectos y destinó los recursos de todos a salvar las vidas de todos?, ¿por qué no cerró fronteras y permitió que el país fuera colonizado libremente por el coronavirus?, ¿sabía usted que la población mexicana era especialmente vulnerable al virus por sus afecciones metabólicas y que era perfectamente previsible que el índice de letalidad en el país se elevaría bajo la estrategia de mitigación?, ¿se lo informaron y usted tomó la decisión de administrar la mortalidad o se enteró cuando ya era irremediable?, ¿sabe usted del terrible costo que implica la diabetes en la calidad de vida de las personas, lo que ya de suyo sufren los enfermos?, ¿por qué dejar desprotegidos a enfermos y pobres?

Y es que hay preguntas, déjeme le digo, palabras, que se quedan incrustadas como piedras filosas, que duelen e indignan. Por ejemplo, las palabras de Raúl, un hombre de 56 años que está intubado luchando por su vida. Es conserje de un edificio, y para cuando los paramédicos de la Cruz Roja llegaron por él, lo encontraron con 30 por ciento de oxigenación en su cuarto de servicio, ya no había oxígeno en su cuerpo y su corazón fallaba. Casi no podía hablar cuando le administraron oxígeno para poder trasladarlo a un hospital. En la ambulancia, alcanzó a preguntarse amargamente por qué le había ocurrido a él. Bien, señor Presidente, yo quiero responderle esa pregunta a ese hombre, que está luchando por su vida. No fue solamente el destino, señor Presidente, no, no fue la mala hora, ni su irresponsabilidad. Fue usted, señor, fueron las decisiones que usted, y su Gabinete de salud han tomado desde enero sobre la vida de millones de mexicanos pobres, cuando decidieron, negligentemente, que solo mitigarían la epidemia y calcularon y aceptaron que miles de mexicanos morirían, permitiendo el contagio, en lugar de tratar de evitarlo.

Fue su estrategia, cuando no le proporcionó a la gente pobre, a la que vive al día,  medios para subsistir en la cuarentena para no exponerse al contagio, mientras los ricos se protegían eficientemente; fue su estrategia, que no priorizó presupuestalmente al sistema público de salud desde que llegó al poder, ni protegió a los médicos, donde los pobres tienen mucho más riesgo de morir por una atención deficiente, donde no hay insumos médicos; fueron las instrucciones de sus empleados que le indicaron a la gente que no fuera a los hospitales aunque estuviera enferma, que la dejó morir en sus casas con paracetamol o que fuera mal diagnosticada en farmacias para que moribundos llegaran a los hospitales cuando ya les faltaba el aire, prácticamente a morir en unas horas, habiendo contagiado a sus familiares y sin haberles hecho pruebas, lejos de la estadística que presume cada noche el funcionario al que usted, desvergonzadamente, vitorea: fue su instrucción, la que los privó de atención médica oportuna, ante una enfermedad grave y sistémica, para evitar la ocupación hospitalaria y fingir un logro donde hay una catástrofe inmoral; fueron las decisiones criminales que se tomaron de no hacer pruebas serológicas que podrían haber cortado cadenas de contagios y hubieran controlado la epidemia, fue su mensaje de no usar tapabocas, y pedirle a la gente que saliera a comerse sus garnachas o sus manjares; fue el desastre informativo que confundió a la gente, levantó la Jornada de Sana Distancia anticipadamente para que usted se fuera de gira; fue la incapacidad de su Gobierno de entregar oxímetros a la gente pobre que no puede comprarlos, de explicarles que debían medirse la oxigenación, no permitir que la enfermedad les quitara hasta el último suspiro, literalmente, de no darles oxígeno oportunamente en los hospitales, que podría salvarles la vida. Fueron las decisiones de su Gobierno, señor Presidente, las que han dejado que miles de pobres y vulnerables se contagien y mueran. Sí, señor Presidente, por eso le pasó a Raúl y a miles como él, por una trágica e imperdonable razón; ser pobre.

¿Fue por ahorrarse dinero, señor Presidente, por la austeridad republicana?, ¿es porque no le importa, real y profundamente, la vida de los pobres, solo sirven para hacer discursos demagógicos?, ¿o es que los pobres son prescindibles en el idílico horizonte de “la cuarta transformación”?, ¿le echará una porra a los miles de moribundos y pobres o para ellos es el video de invitación a comer en El Cardenal?, ¿por qué, señor Presidente, dígame, decidió sacrificarlos?

 

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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