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Susan Crowley

15/10/2021 - 12:03 am

Annie y Joseph Albers, un telar sin fin

Hombre y mujer en las mismas circunstancias, con las mismas ambiciones y capacidades, con el mismo perfil agudo, refinado, con estaturas de dioses.

Tejer también es una invitación a explorar con los sentidos. Imagen: Especial.

El sexo masculino para la vida pública, la política, los torneos y la guerra; para construir ciudades y destruir a su enemigo. El sexo femenino para aguardar el regreso de sus héroes, mientras teje sus deseos. Tejer la vida en una torre, tejer la libertad, tejer los sueños y tejer la sensualidad. El género literario del amor cortés está plagado de imágenes de mujeres en el hogar dedicadas a las labores propias de su sexo. Hoy son una afrenta para cualquier idea de liberación femenina. La simple estampa de una mujer sentada en el costurero o al lado de la ventana hilando es una señal de alarma. Sin embargo, tejer es una de las técnicas más antiguas y apreciadas de la historia, rebajarla a una labor para las mujeres es denostar el significado que entraña.

La exposición de Anne y Joseph Albers en el Museo de Arte Moderno de París habla de una era que no es la medieval, pero tampoco la nuestra. Se trata de la modernidad en las primeras décadas del siglo XX. Específicamente del famoso círculo de la Bauhaus, una era en la que el arte, la vida y las labores cotidianas se unieron para hacer posible la belleza. Si bien el famoso centro de estudios guardaba el taller de textiles para las mujeres, nunca se pensó como el sitio para pasar el tiempo o esperar a casarse. De sus más brillante alumnas, Annelise Fleischmann, tejió una historia de amor en la que atrapó a una de las inteligencias más increíbles de la historia del arte, el gran artista alemán Joseph Albers.

La unión perfecta se dio entre dos mentes sagaces que supieron vivir su tiempo, recuperar la riqueza ancestral cargada de símbolos y lanzar sus ideas al futuro. Una de las series más valiosas del arte moderno es sin duda el Homenaje al Cuadrado, de Joseph Albers. Pero poco se menciona el increíble cuerpo de obra de Anne Albers. Por esta razón vale la pena explorar la genialidad de quien supo rebasar el espacio y el tiempo en las entrañas de un telar.

Telar sin fin. Foto: Especial.

La reciente reivindicación de las artes menores, como se les ha conocido, merece una detenida reflexión. El tejido es un arte cuyos vestigios datan de hace 8 mil años. Transmitido de generación en generación, su técnica requiere un ritmo lento, por eso es propio de las mujeres, aunque son destacables los hombres que han incursionado en esta demandante disciplina. El descubrimiento de telas ancestrales muestra su utilidad, su técnica es impecable, lo que las hace bellas y al mismo tiempo funcionales. Cada tela puede representar un fragmento en el gran cinturón de tiempo de la humanidad. La cultura del mundo se puede comparar a un tejido en el que los acontecimientos se van anudando poco a poco.

Tejer también es una invitación a explorar con los sentidos. Quien teje escucha algo que se nos escapa a los demás, un susurro en compases. La textura y los materiales tienen un aroma que solo el paso del tiempo otorga, el tacto se afina con el roce constante de la materia. La sensibilidad del artista se almacena en la memoria de cada textil. Es una guarida para los secretos y para la poesía. En un bordado habita el alma del artista. La trama es el desplazamiento en horizontal de todas las historias que no han sido contadas. La urdimbre es el microcosmos en línea vertical.

Anne y Joseph tejieron su historia en un telar sin fin. Hombre y mujer en las mismas circunstancias, con las mismas ambiciones y capacidades, con el mismo perfil agudo, refinado, con estaturas de dioses. De una inteligencia ilimitada, ambos bestialmente sagaces, reflexivos. Los dos seres cuyo destino fue encontrarse y bordar una página fundamental para el arte. Sin prejuicios y sin distinción de géneros. Como en los cuentos medievales, para siempre unidos, de la misma forma edificaron a las siguientes generaciones de creadores que tuvieron la oportunidad de aprender a su lado el arte de la vida, del pensamiento.

Anne y Joseph, construyeron un espacio en el que las ideas, la belleza y la libertad se manifiestan en todo. Los dos artistas alemanes, ella de origen judío, al que regresaría a través de los sublimes tapices que representan los rollos de la Torá. Imposibles de igualar a nada que hayamos visto jamás y que pueden verse en la exposición. Él, llevando los enunciados de la modernidad a una nueva era, la de las formas básicas, verdaderas, la esencialización del mundo en manos de un genio. Ambos llevaron el arte, la religiosidad y la técnica a un mismo ámbito. Pintaron las ideas, llenaron de colores los muros, diseñaron esos objetos que harían de cada morada un sitio en el que la novedad no sería una moda pasajera, sino la adecuación de todos los tiempos. En complicidad enhebraron los hilos dorados y las texturas de sus pensamientos, en ellos inscribieron su mutua admiración, juntos, iguales, necesarios el uno para el otro.

La historia de Joseph Albers y Anne Fleischmann es la de una coincidencia de talentos. Proveniente de una familia adinerada, Anee tuvo acceso a estudiar dentro de la famosa Bauhaus. Uno de sus profesores fue Paul Klee con quien pudo experimentar las teorías de la abstracción de Vassily Kandisnky, quien también impartió clases dentro la institución. Anee interpretó en el bordado el punto y la línea del artista ruso, el primitivismo pictórico de Klee, la arquitectura de Walter Gropius y la genialidad de Albers. En sus tapices logró la increíble fusión de todos.

Gestaltung es un término en alemán que abarca muchas posibilidades: diseño, composición, figuración o delineación; marco teórico de la Bauhaus. El doble juego belleza funcionamiento. En los entramados de Anee se aprecian los ideales de la pintura abstracta, un devenir que crea formas a veces geométricas bailarinas. Otras, ordenadas en un patrón específico. Un arte no objetivo que no por ello es subjetivo; las telas de Anne son bellas, funcionan como un cuadro y a la vez sirven para cubrir de belleza al mundo.

Joseph Albers fue uno de esos personajes únicos en la historia. Alumno brillante de Johannes Itten, fue pintor, fotógrafo, diseñador, grabador, poeta, renovador de la técnica de emplomados con audaces geometrías que sintetizaron las teorías del grupo De Stijl. Su encuentro con Anee fue una marca fundante en sus ideas siempre nuevas. Lo que él plasmó en sus pinturas, Anee lo tejió en sus tapices. Y así inició esta historia de dos seres que se unieron para pensar el mundo desde el punto y la línea lanzados en una misma dirección. La vida entera dedicada al arte.

Con la amenaza del nazismo y el cierre de la Bauhaus, la pareja tuvo que huir a América. Su ingreso en Black Mountain College significó la consolidación de una nueva tradición artística. Estados Unidos lanzaba un programa de estudios ambicioso encabezado por Albers. Lejos quedaba la idea del arte organizado en gremios o academias. Los nuevos criterios de la nación capitalista exigían la especialización técnica del arte. Como centro de conocimiento invaluable, nutrió a la nueva generación de artistas que asistieron a las clases del matrimonio Albers.

Ser maestro significa entregar la propia capacidad de asombro al otro, exaltar sus curiosidades y llevarlas a un plano de sabiduría. Dicen que el mejor maestro es el que sabe borrar su huella en el alumno y le permite ser él mismo. El matrimonio Albers fue alumno y maestro, aprendiz y artesano, sabio y guía, impulsor y memoria viva en cada uno de los seres que tuvieron la suerte de “aprehender” el arte a su lado. Lo mismo en Black Mountain que en Yale y después en sus viajes, los más significativos, a México. Delante de los frisos de Mitla en Oaxaca, Joseph entendió la importancia del movimiento en las estructuras geométricas, como el Ollin prehispánico, las formas ancestrales y primigenias persisten como alma en la modernidad, son esencia pura, sin tiempo.

El Homenaje al Cuadrado, la serie de infinitas combinaciones de cuadros de colores que el artista dejó como legado, son equiparables a los tejidos de Annie, un proceso siempre a prueba, siempre a contracorriente. La idea del espacio y el tiempo que se dibuja o se teje. El espíritu de Albers el alma de Anne.

@Suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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