Línea UAM | ¿Y la lectura para qué. . .?

15/11/2015 - 12:04 am

El experto Roberto Salazar explica algunas de las razones psicológicas por las que las personas pueden rehuir a la lectura, en donde la incapacidad de estar solo tiene que ver.

“A veces, me gusta pensar que es el libro quien controla sin discreción los modos en que lo real nos escribe”

Rosa Beltrán

Foto: shutterstock
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Ciudad de México, 15 de noviembre (SinEmbargo/LíneaUAM).- Es un lugar ordinario recurrir a la amarga queja – ¿existirá una queja dulce? – para  referirse a la compleja resistencia de nuestros jóvenes, sobrinos, alumnos, hijos y demás acompañantes por el gusto por la lectura. Todo menos leer, mejor vernos en un centro comercial para mirar, platicar, chismear o meternos al cine, o bien prender la TV para sentirnos acompañados un ratito mientras vemos que hacer. Recuerdo a la hija de una ex secretaria que afirmaba con enojo cuando veía a su madre leer:

“Ay mamá, para que lees si sólo los burros leen. . . “

La afirmación en boca de una chica de 13 o 14 años me sorprendía por su audacia y particularmente por el dominante espíritu del dios Wilson (el dios de la hueva) el cual la tenía fuertemente abrazada. Recuerdo además las alumnas en cuyas casas está prohibida terminantemente la lectura, a menos que pasaran primero la escoba, el trapo y el recogedor, para después hacer la comida y luego encargarse de los hermanos, etc.  En una palabra, tales alumnas no podían leer en casa mientras la madre, por ejemplo, o una hermana mayor, o el padre, estuviera cerca de ellas, porque leer se considera y piensa que es un acto de verdadera pérdida de tiempo.

También escucho a los locutores radiofónicos que afirman que si el amable radioescucha no tiene otra cosa que hacer, pues mejor que “tome un libro”; esto ni más ni menos significa: si tú no tienes nada que hacer, hazte de un libro y con tu mejor voluntad y entusiasmo lee; a mi parecer resulta toda una tontería ¿o no?

Pareciera que la lucha por la lectura estuviera perdida, cuestión por la que un montón de colegas me daría hasta con la cubeta; sin embargo, el punto de partida es reconocer cuál es la razón o las razones por las que los chavos y no tan chavos no leen hoy en día, porque la gente no lee cuando vivimos en un mundo desbordado por la información. Unos le apuestan francamente a la pereza, otros a los altos precios de los libros (lo cual es cierto), unos más afirman que se aburren (como si los libros fueran los responsables) de su personal monotonía dándoles a los libros un valor, un significado para el cual no fue editado. Pobres libros, tan cerca de nosotros y tan lejos de los lectores que no los quieren.

El problema me lleva a formular una hipótesis con un fuerte componente emocional, por lo cual seguramente habrá críticas sabrosas y francas descalificaciones, no importa: no se lee entre otros factores, porque los sujetos de la lectura, esto es los posibles lectores, no saben ni han aprendido a estar solos. El problema de la lectura no es de voluntad o interés únicamente, o de hábito e insistencia necia y rotunda, por ejemplo por parte de nosotros los profesores.

No, el problema de no leer tiene que ver con el hecho de vivir en una sociedad habituada a realizar buena parte de sus actividades relacionadas o no con el ocio, únicamente en compañía o en grupo; si no se hace en grupo familiar o de cuates y amigos, entonces no actuamos porque no nos sentimos acompañados. Al no sentirnos acompañados, claro está que se presenta una imagen de abandono y de no valoración hacia nuestra persona y luego entonces mejor busco “refugio” en la compañía de alguien; no importa si esa persona nos apoya, escucha o de plano no nos pela. Tal vez tendríamos que aprender a disfrutarnos en soledad sin sentir la imperiosa necesidad de tener a alguien a la mano.

La presencia cotidiana y machacona de la familia o bien, la indiferencia concreta por lo que se hace, al final de una y varias formas afecta, entre otras cosas el uso de los libros. En mi personal experiencia y con base en mi hipótesis, la lectura está relacionada con una profunda dependencia afectiva con la que hemos crecido y que en determinados momentos prácticamente nos impide llevar a cabo determinadas actividades.

La lectura sencillamente es una actividad de solitarios y no me refiero a aquellos individuos que se aíslan de todo el mundo porque están sumergidos en profundas depresiones, sino a la práctica de una actividad que requiere para su ejercicio de un interesante aprendizaje para saber estar solo y por lo tanto, otorgarnos el permiso de efectuar aquello que deseamos. La nueva pregunta vuelve a aparecer. ¿Realmente realizamos lo que nosotros en lo más íntimo y personal deseamos?, ¿O por el contrario seguimos las consignas de los otros para desarrollar a, b, c actividades y por lo tanto básicamente cumplimos las expectativas de los otros?

Mucho se ha hablado de la experiencia de la lectura, de cómo nos muestra el mundo, incrementa nuestro vocabulario, nos invita a viajar y particularmente a tener uno o más sentidos sobre los cuales pensar. Cuando pregunto a alumnos y pacientes de lo que hablan con sus familias y parejas, observo que no saben de qué hablar. Esto representa no sólo la posibilidad real de no saber de qué hablar, sino el hecho concreto de no tener de que hablar; el centro del asunto es hablar para pensar. ¿Pensar para qué? ¿Pensarme a mí mismo? ¿Pensar a los demás, como a mi familia, a mi pareja?

Tal vez el asunto parezca de lo más trivial; sin embargo en nuestros días, pensar y pensarse en este planeta en el que nos ha tocado vivir, desde mi perspectiva resulta una de las tareas más importantes con base en la lectura. ¿Debemos leer? La respuesta es afirmativa, con base no únicamente en confrontar nuestra capacidad para saber estar solos con nuestros libros; sin ellos somos pocos y el polvo en los libros y en nosotros será mucho más cada día.

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