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Óscar de la Borbolla

16/04/2018 - 12:00 am

Un viaje metafísico

Quiero invitarlos a un extraño paseo (si en Física suelen hacerse experimentos mentales, ¿por qué aquí, en esta especie de esquina donde se conurban filosofía y literatura, no hacer un paseo del que podamos extraer algunas reflexiones?) El recorrido debe comenzar en algún punto (asumámoslo de manera literal); tomo una hoja de papel, un lápiz y una regla; apoyo el lápiz y pongo un punto. Acto seguido, trazo una línea usando de barandal la regla; pero como la regla es más grande que el papel, la línea alcanza la mesa. Sigo y se me acaba la regla pero no la punta del lápiz y por eso rayo toda la tapa de la mesa, bajo por una de sus patas, llego al suelo, asciendo por la pared, toco el techo (necesito estirarme: está muy alto), lo cruzo bordeando la lámpara, bajo por el muro, llego al dintel de la puerta, la abro para salir al pasillo y, como voy por la escalera, mi trazo es una diagonal. Antes de llegar a la planta baja se me acaba la punta del lápiz y me detengo.

Otra vez a la intemperie. Foto: Óscar De la Borbolla.

Quiero invitarlos a un extraño paseo (si en Física suelen hacerse experimentos mentales, ¿por qué aquí, en esta especie de esquina donde se conurban filosofía y literatura, no hacer un paseo del que podamos extraer algunas reflexiones?) El recorrido debe comenzar en algún punto (asumámoslo de manera literal); tomo una hoja de papel, un lápiz y una regla; apoyo el lápiz y pongo un punto. Acto seguido, trazo una línea usando de barandal la regla; pero como la regla es más grande que el papel, la línea alcanza la mesa. Sigo y se me acaba la regla pero no la punta del lápiz y por eso rayo toda la tapa de la mesa, bajo por una de sus patas, llego al suelo, asciendo por la pared, toco el techo (necesito estirarme: está muy alto), lo cruzo bordeando la lámpara, bajo por el muro, llego al dintel de la puerta, la abro para salir al pasillo y, como voy por la escalera, mi trazo es una diagonal. Antes de llegar a la planta baja se me acaba la punta del lápiz y me detengo.

Pienso: comencé por un punto, ¿por un punto geométrico: sin dimensión? Aparentemente no: la punta del lápiz no era tan aguda… sin embargo, cuando aproximé el lápiz al papel, antes de sentir que lo tocaba, debe de haber habido un momento en el que algún electrón delantero de la punta del lápiz tocara en un punto la resistencia eléctrica de los átomos del papel, un punto puntual antes de que yo siguiera acercando el lápiz hasta sentir que lo tocaba y marcar medio milímetro cuadrado que es el punto que vi, y entonces, seguí con una línea lo más recta que pude pues mi línea iba en paralelo a la regla; pero, de hecho, sé, sabemos, que en este mundo no hay rectas en sentido euclidiano, pues toda presunta línea se ciñe a la curvatura del espacio y, además, no era unidimensional, sino de hecho tridimensional, pues era una línea ancha y abultada y, aunque no tenga aquí una lupa y menos un microscopio para verla con cierta nitidez estoy seguro de que más que una línea lo que vine trazando desde la hoja de papel hasta este punto de la escalera fue un trazo deforme, más parecido a un fractal de Mandelbrot que a una línea esbeltísima de Euclides.

Sigamos nuestro recorrido, no ya por la línea que ha rayado mi departamento y el área común del edificio donde vivo, sino aceptando el hecho evidente de que soy, somos, un volumen que se mueve en un mundo real: lleguemos a la calle; acompáñenme a la intemperie, reciban conmigo el sol, el viento, el ruido de los transeúntes y de los autos que atascan las calles, subámonos al Metro, pasemos el torniquete, descendamos hasta el andén, sintamos el aire viciado que nos arroja el émbolo del tren al salir del túnel al llegar a la estación y entremos con todos al vagón. Ya estamos adentro: la atmósfera es sofocante y es imposible que los volúmenes de todos esos cuerpos arrancados de la estación a gran velocidad no se compacte: Me está usted aplastando, dice un señor, y yo trato de empujar a las personas que materialmente vienen encima de mí. Bajemos en la siguiente estación y recuperemos la calle. Definitivamente no fue una buena idea viajar en Metro.

Otra vez a la intemperie y bajo la sombra fresca de un árbol, pienso: soy un volumen que se movió a lo largo de una trayectoria y para hacerlo también se desplazó en el tiempo, pues desde que comencé en el punto sobre el papel hasta ahora han transcurrido 30 minutos. He viajado en el espacio-tiempo como todo lo real, pero además en un espacio-tiempo relativo, pues aunque mi marcha no rebasó ni siquiera a bordo del Metro los 100 kilómetros por hora, yo, ustedes, el Metro, el país, el planeta Tierra viaja por su órbita a una velocidad aproximada de 30 kilómetros por segundo, y como también el Sol se mueve en su propia órbita en torno a la Vía Láctea a una velocidad de 220 kilómetros por segundo, literalmente todos vamos persiguiendo al Sol a una velocidad inimaginable.

Pero reflexionemos un poco más para entender mejor el viaje que estamos realizando: ¿dónde ha ocurrido este viaje?, ¿en lo real? ¿El papel, el lápiz, la regla están en lo real o son representaciones en mi conciencia? ¿Veo la cosa-misma de la que hablaba Kant cuando veo o lo que he visto es tan solo la representación de esos objetos en mi conciencia? Obviamente, todo está en mi conciencia. Puede ser que coincida con lo que está en lo real -no lo sé-, pues a lo único a lo que tengo acceso, que tenemos, es a lo que se nos muestra en la conciencia, o sea, a nuestra realidad portátil; lo visto, lo oído, lo tocado… son sensaciones que cristalizan un mundo en mi conciencia. Tengo, tenemos, la creencia de que es el mundo real, pero es tan solo una alucinación relativamente estable que compartimos: una representación, un fenómeno en sentido estricto.

Y más aún, si me han seguido hasta aquí, demos el último tirón a nuestro viaje. La verdad es que ni ustedes ni yo hemos ido a ningún lado: nada de viaje en el Metro, ni salida de mi casa a la calle, ni rayas sobre mis paredes y mi techo: todo ha sido exclusivamente enunciado, hemos avanzado en el discurso. Nuestro viaje, si me han acompañado, ha sido en las palabras, es decir, en esa dimensión donde los “hechos” se vuelven un poco más claros, un poco más discernibles.

Twitter:
@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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