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Sandra Lorenzano

16/06/2019 - 12:03 am

Otra historia de amor

Imagínense cómo era la situación en 1901 y en Galicia, en una España conservadora y ultra católica. Y sin embargo, por increíble que parezca, fue en ese momento cuando la iglesia celebró el primer matrimonio lésbico: entre Marcela Gracia Ibeas y Elisa Sánchez Loriga

Todas las historias de amor deberían ser como la de Elisa y Marcela. Foto: Especial.

Con las piedras que ustedes tiran me haré un pedestal

Así deberían ser todas las historias de amor: inevitables, incontrolables, dulces, apasionadas, llenas de pequeñas complicidades, de miradas provocadoras, de caricias… Todas las historias de amor deberían llevarnos a decir al final de la vida: ¡Valió la pena!

Todas las historias de amor deberían ser como la de Elisa y Marcela. Pero sin condena social, ni oposición, ni reprobación ni castigos, claro. Sin la costumbre de la gente de meter la nariz y los prejuicios en los deseos y en las camas de las y los demás. ¿Será posible alguna vez?, me lo pregunto en pleno 2019, y en el mes del orgullo gay, cuando la homosexualidad aún está prohibida en 73 países, y en 13 de ellos se castiga con la muerte.

Todas las historias de amor deberían ser como la de Elisa y Marcela. Pero sin condena social, ni oposición, ni reprobación ni castigos, claro. Foto: Especial.

Imagínense cómo era la situación en 1901 y en Galicia, en una España conservadora y ultra católica. Y sin embargo, por increíble que parezca, fue en ese momento cuando la iglesia celebró el primer matrimonio lésbico: entre Marcela Gracia Ibeas y Elisa Sánchez Loriga. Hay que decir que hubo una pequeña trampa; Elisa se vistió de hombre y se hizo pasar por su primo Mario. El cura no se dio cuenta del engaño y celebró el matrimonio. Esa unión parecía ser el único modo de que las dejaran vivir en paz su amor. Pero fue imposible. Estas chicas, que se habían enamorado perdidamente cuando estudiaban en el colegio, se graduaron como maestras y fueron a vivir a Dumbría, también en Galicia. Cuando se descubrió el travestismo, y por lo tanto la realidad de su relación, estuvieron a punto de morir en manos de una turba enardecida que pretendía lapidarlas. Huyeron entonces a Portugal donde fueron encarceladas. Y no les cuento más para que no me acusen de spoiler (el Diccionario de la Real Academia me sugiere que utilice el sinónimo español: “destripe” (¿?!!). Pero de ningún modo quiero convertirme en una “destripadora”).

Ésta es la historia que cuenta Isabel Coixet en su película más reciente, Elisa y Marcela. Producida por Netflix –para seguir atizando el debate en torno a la relación de la industria cinematográfica y las plataformas de streaming– es un film no sólo valiente y provocador, sino de enorme belleza formal. Si mi pasión por la directora catalana se ha sostenido incólume desde que vi “La vida secreta de las palabras”, se refuerza con este ejercicio amorosamente político. La profundidad y calidez de las imágenes en blanco y negro recuerda otras propuestas recientes similares, como Roma de Alfonso Cuarón. En el caso de Coixet, se suma además un erotismo a la vez abierto y sutil, en el cual las pieles se encuentran y reconocen más allá de prohibiciones. Las dos actrices –Natalia de Molina y Greta Fernández- están espléndidas en sus papeles que van desde el descubrimiento del amor en la juventud casi adolescente hasta… que la vida lo permita.

Pero, por muy hermosa que sea la película, el tema sigue siendo incómodo para muchos. Así que las críticas no se hicieron esperar; fueron tantas que la directora recordó en su cuenta de Twitter aquella genial frase de Jeanne Moreau: “Con las piedras que ustedes tiran me haré un pedestal”.

La polémica cuestionó todo: que si le falta rigor histórico”, que si dos mujeres no podían ser tan libres sexualmente en ese momento, que hay poca reflexión sobre la sociedad de la época, que es academicista, que la música es invasiva, e incluso leí el ridículo comentario de que los actores no tienen buen acento gallego[1]. Perdonen que me ponga suspicaz, pero detrás de estas “críticas” me parece notar un cierto tufillo de época, es decir de nuestra época: ésta que vota a la derecha en casi todo el mundo, que abandona a los migrantes en el Mediterráneo o en el Río Bravo, que deja caer la escuela y la salud públicas, que desprecia a los ancianos, que ataca a los artistas y científicos, que escucha discursos homofóbicos que hablan de enfermedad, desviación y métodos “psicológicos” para curarla, etcétera, etcétera. ¿Les suena familiar?

México es el segundo país latinoamericano, después de Brasil, con mayor número de crímenes por homofobia, lesbofobia y transfobia. En Morelia se suicidaron dos adolescentes enamoradas a las que sus familias rechazaban. En Londres fue golpeada una pareja de mujeres en un autobús porque no se sometieron a las exigencias de un grupo de hombres violentos. En España, uno de los candidatos del ultraderechista partido Vox dijo “la familia natural es la unión de un hombre y una mujer”, por lo que, a su juicio, “una pareja gay con un niño o una madre soltera que adopta un hijo no es una familia natural (…) Si tuviera un hijo gay lo que haría es ayudarle, hay terapias para reconducir su psicología”.[2] Pero también mucho que celebrar: mientras estoy escribiendo este artículo me llega la noticia de que el Tribunal Supremo de Brasil acaba de tipificar la homofobia como delito (una de cal por las que van de arena). Parabens!!!

Uno de los comentarios más inteligentes que he leído sobre Elisa y Marcela es el que la investigadora y activista feminista Amanda Mauri escribió como respuesta a la misoginia vestida de “progresismo” del artículo de Javier Ocaña, “La mirada errónea”.[3]

En él, Mauri sostiene que el casamiento de la pareja gallega es un acto de resistencia ante la violencia disciplinaria de la sociedad a la que pertenecen. Ante un exterior amenazante, se refugian en su propio mundo con la certeza que les da la fuerza del deseo.

¿Muestra el dulce y desinhibido erotismo de Elisa y Marcela una mirada del siglo XXI a un episodio de comienzos del XX? Sin duda; no podría ser de otra manera. No obstante, esa mirada también respeta –dicen las historiadoras feministas- en términos generales las circunstancias en que se dio el romance entre las protagonistas. Ocaña también les echa en cara la “falta de conflictos” que sienten ante su propia pasión. Yo creo, como Mauri, en el derecho a naturalizar el deseo que tienen tanto la directora como las protagonistas.

“existe una voracidad generalizada por representaciones homosexuales donde la (tortuosa) salida del armario ocupe una posición central. Simulando una suerte de bautismo sexual, este “salir” o “despertar” actúa como una condición indispensable para recibir la aprobación social. ¿Qué es exactamente lo que molesta o asusta de un enamoramiento lésbico sin crisis existenciales?”

Esa naturalización es, para mí, uno de los elementos más bellos de la propuesta de Coixet. La extrañeza, la desfamiliarización  está en la mirada de los demás, no en Elisa y Marcela que se han rendido a la atracción que sienten una por la otra.

Me pregunto por qué aceptamos los pactos que suele proponeros el cine, y entonces no tenemos problema en considerar válido que existan seres azules que habitan en Pandora en 2154, o que un gorila gigante camine amenazador por las calles de Manhattan; pero no nos parece verosímil que dos mujeres se amen en la época que sea.

La película tiene repercusiones éticas y políticas fundamentales al apostar por una historia de amor disidente y transgresora. Sin duda Coixet y su equipo, incluido el autor de la novela sobre la cual se basa el film,  Narciso de Gabriel, sabían bien lo que hacían.

Quizás ahora habría que filmar una continuación con la historia que la propia película ha ayudado a descubrir. Se sabe que en el momento en que Elisa y Marcela huyeron, esta última esperaba una hija. La llamaron María Enriqueta. Hoy la bisnieta de Marcela, Norma,  conoce la verdadera historia de esa extraña foto de la que en su casa preferían no hablar: la foto del casamiento de su bisabuela con ¿Mario?

Las verdaderas Elisa y Marcela. Foto: Especial vía ElDiario.es.

“Me aterra que en nuestra sociedad cada vez se intenten establecer más controles sobre las emociones de la gente (…) Soy alérgica al matrimonio pero creo que cada uno es libre de casarse hasta con su perro, si así lo desea.”[4] Estoy absolutamente de acuerdo con Isabel Coixet.

Todas las historias de amor deberían llevarnos a decir al final de la vida: ¡Valió la pena!

[1] Basta leer algunas de las reseñas aparecidas en los medios como la de

[2] Ver https://www.lavanguardia.com/politica/20190321/461155416877/candidato-vox-homofobia-pareja-gay-nino-necesita-terapia.html

[3] Ambos textos fueron publicados en el periódico El País, el de Javier Ocaña el 24 de mayo de este año; la respuesta de Amanda Mauri el 14 de junio.

[4] https://www.elperiodicodearagon.com/noticias/escenarios/isabel-coixet-defensa-matrimonio-homosexual_1342841.html

 

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, su novela más reciente es "El día que no fue" (Alfaguara). Investigadora de la UNAM, se desempeña allí como Directora de Cultura y Comunicación de la Coordinación para la Igualdad de Género. Presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación).

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