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Tomás Calvillo Unna

16/06/2021 - 12:00 am

Este cielo está a punto de hablar

Este cielo está a punto de hablar los volúmenes de su blancura lo advierten los trazos de un color plata se escuchan y el azul profundo, casi negro, en la distancia subraya la entonación del atardecer.

El cielo se pronuncia. Pintura Tomás Calvillo Unna

Este cielo está a punto de hablar
los volúmenes de su blancura lo advierten
los trazos de un color plata se escuchan
y el azul profundo, casi negro, en la distancia
subraya la entonación del atardecer.

Augurada la oscuridad arribó;
este cielo comienza a hablar,
es tan vasto que las noches desaparecen
en su expresión nocturna.

El cielo que vivimos desde la infancia,
ya no existe, se desgajó; trastocó
la intensidad de la luz en la sangre,
esa frecuencia que ordena
la propia comprensión de las cosas.

Otra vez aparecemos a orillas del abismo:
¿Cómo nombrar lo innombrable?
Retazos de memoria asisten su disolución.

El ajedrez sin las piezas completas,
sin interés ya de los dioses,
enseña el desalojo silencioso,
del conocimiento lúdico.

Una resplandor prodigioso, por decir lo menos, perdura;
a manera de faro en su girar alumbra los rincones insospechados
que nos habitan; temores ajenos y lejanos se precipitan;
una lluvia inconclusa pretende alargar su estancia.

¿De qué manera estamos más cerca del cielo,
escalando la montaña o sumergiéndonos en la mente?

El cielo aparenta en estos días ser una imagen quebradiza.
Entre más nos acercamos, más lejano se muestra
y cuando creemos llegar, ya no está.

Todas las palabras: inmensidad, grandeza, infinito
se desprenden del anhelo de palparlo.

Hay que contemplar el envés del cielo
dentro de cada uno
donde reposa y se expande:
los pensamientos suelen ocultarlo
en sus fijaciones y búsquedas
al esculpir su magnitud siempre inconclusa;
esa pretensión innata por capturar
que nos caracteriza.

Como nunca sus dimensiones se despliegan,
se aprecia una poderosa y sutil presencia,
un despertar lejano que se aproxima e impregna.
Nubes y vientos:
hay que estar cerca de los árboles y animales,
de los ríos y las montañas, de los desiertos
para sentir este tránsito y escuchar su latido.

El cielo, en su imaginación, tiene una ventaja inmensa
que anida en la mente e inspira a nuestros cuerpos
significándolos postmortem.
Su presencia asumida como realidad
nos otorga la noción de trascendencia.

El cielo está hablando en estos días
y sus relámpagos ya no son solo acentos ante la esférica mirada;
enmudecidos y distantes señalan la apertura de un camino incierto,
un camino que habrá que recorrer para poder nómbralo.

Más que altura, nos envuelve,
antiquísimo tejido de lo imponderable.

 

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