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Luis, apenas adolescente, narra sus años de aflicción en busca del sueño americano

16/06/2022 - 7:28 pm

Con pocas oportunidades de obtener ingresos en la frontera, muchos jóvenes recurren al peligroso trabajo del tráfico ilícito de migrantes, como es el caso de Luis.

Ciudad de México, 16 de junio (Opendemocracy).– He trabajado haciendo muchas cosas. He instalado cables de internet y electricidad. Hice trabajos de obra de construcción y vendí ropa en el centro. Una vez incluso ayudé a derrumbar un cerro con una de esas maquinotas que se usan para hacer hoyos.

Empecé a buscar trabajo cuando tenía 14 o quizá 15 años. No estudiaba, no hacía nada, y no quería perder el tiempo. Quería comprarme cosas. Me acuerdo de que lo primero que compré con mi dinero fue un par de tenis y algo de ropa. El resto se lo di a mi madre. Cada vez que me pagaban le daba a Mi Jefa – mi madre- y ya lo que me quedaba lo gastaba en lo que yo quería.

La obra de construcción es el trabajo más difícil que he hecho. Pasas mucho tiempo bajo el sol haciendo trabajo pesado, cargando cementos o botes de mezcla. El calor del desierto lo hace mucho peor. A veces te pueden dar golpes de sol porque no hay ninguna sombra. También es peligroso. He visto a gente caerse de los andamios porque los tablones se aflojan o a veces andas con un rotomartillo pegándole a la pared y te tira hacia atrás. He visto a unos tipos caer desde unos tres metros de altura. Se cayeron muy feo. No hay seguro ni nada, así que si te tienes un accidente lo único que hacen es descansarte.

Niños migrantes en muro fronterizo de Tijuana, Baja California. Foto: Omar Martínez, Cuartoscuro.

Empecé a trabajar en la construcción con mis hermanos. Un hombre que vivía cerca de mi casa venía a buscarnos todos los días a las 7 de la mañana y nos llevaba a la obra. Algunos tenían mi edad, los otros eran hombres mayores. La mayoría de los días volvíamos sobre las cinco, pero podían ser hasta las ocho o las nueve de la noche. Trabajábamos cinco días a la semana y medio día los sábados, así que era mucho tiempo bajo el sol. Por todo eso nos pagaban 1800 pesos mexicanos a la semana (88 dólares). Por aquel entonces, llegaba a casa el sábado y salía el resto del fin de semana. Pero ya no salgo después de lo que le pasó a mi hermano. No salgo de casa.

VIVES COMO UN PRISIONERO

La inmigración nos atrapó la primera vez que pasamos la frontera a El Chuco (El Paso, TX). Un amigo de allí nos invitó a mí y a mi hermano a ir. Su padre trabaja en la construcción. Mi amigo nos ofreció un trabajo y un lugar para quedarnos, así que por eso quisimos ir.

Pensé que encontraría trabajo allí y volvería a Juárez algún tiempo después con mi propio coche. Y pensé que ganaría algo de dinero con lo que pudiera hacer allí. Pero para ser honesto, me imagino que el ambiente del Chuco es feo. Allá no tienes vida. No puedes salir a la calle, sobre todo si eres migrante. Sólo de casa al trabajo y ya está. Vives como un prisionero. No puedes vivir allí como se vive aquí. La única razón por la que iba era por el trabajo.

Esa primera vez éramos unos seis tratando de cruzar. Los otros habían venido de diferentes lugares, como Honduras. Estábamos… estábamos nerviosos. Cuando estás en el momento, tienes miedo. Tienes mucho miedo.

Caminamos hasta el lugar donde ya no había valla. Conseguimos cruzar la frontera y hasta cruzamos las vías. Llegamos bien al punto de encuentro, pero el transportador tardó en llegar, así que la migra (la policía de inmigración estadounidense) nos atrapó. Llegaron en sus camiones grandes. Nos trataron mal. Sobre todo, cuando eres nacido aquí, de los barrios cercanos a la frontera, porque piensan que uno los lleva, que somos corredores (guías).

Les dije que no era un corredor, que no estaba cruzando a nadie. Dije que “buscaba el sueño americano”. Dijeron que ya debía saber cómo funcionaban las cosas y que cómo íbamos a hacer el sueño americano si vivíamos tan cerca. Me agüité (entristecí). Me encerraron en una celda donde hacía muchísimo frío que le dicen la hielera. Cuando les pedí una cobija, me dijeron que no, que no estaba en mi rancho. Pero no estuve allí mucho tiempo. Me echaron de un día para otro y me enviaron de vuelta a México.

La inmigración nos atrapó la primera vez que pasamos la frontera a El Chuco (El Paso, TX). Un amigo de allí nos invitó a mí y a mi hermano a ir. Su padre trabaja en la construcción. Foto: Cuartoscuro

La inmigración estadounidense no me hizo preguntas, pero el personal que nos interrogó una vez que nos devolvieron a Juárez sí lo hizo. Querían saber cuántos migrantes estábamos cruzando. Les dije que iba por mi cuenta. Por lo demás, ellos sí nos trataron bien. En el lugar había literas y una televisión y pude comer unos fideos. Mis padres me regañaron cuando llegaron a recogerme, por supuesto. Me decían que no debía volver a cruzar. Decían que tenía que hacer caso, lo típico y aburrido.

Intenté cruzar a gente hace uno o dos meses. Esta vez era diferente. Quería ganar dinero y la paga era de 300 dólares por persona. Eran cuatro en total, y conduje el grupo yo solo. Inmigración los atrapó cuando llegamos, pero yo logré llegar hasta el punto de encuentro. Esperé unas cinco horas escondido. La gente del lado de Texas nunca envió el transportador, así que tuve que entregarme yo mismo. Esa vez pasé tres días encerrado en el refugio.

Hay mucho trabajo de este tipo en este momento, pero igual ya está muy caliente en todos lados, tienen bien protegido. La guardia nacional se ha desplegado junto a la policía para detener a los migrantes. Las ciudades y la frontera están realmente fortificadas. Creo que ayuda a los gringos tener muchos policías allí. Pero la gente siempre encontrará la manera de pasar.

VEN MIS TATUAJES Y PIENSAN QUE SOY CRIMINAL

Tengo todos estos tatuajes. Esto es de una caricatura. Esto es de los Simpsons. Este es el nombre de mi madre. Este otro me lo hice porque me dijeron que si podía soportar el dolor me lo podía hacer gratis. Y este me lo hice por mi hermano, el que fue asesinado.

Mi madre se preocupa porque los tatuajes hacen que la gente nos trate como delincuentes. El otro día salí a ver a una chica y se me apagó el celular, no tenía como marcar. Pregunté a varias personas si me podían prestar su teléfono para llamar a mi madre y todos dijeron que no tenían crédito. Pensaban que les iba robar el celular o algo así.

Migrantes en el muro. Foto: Joebeth Terriquez, EFE

Lo mismo con los polis. Ven mis tatuajes y piensan que soy un criminal. Me detienen, una vez me llevaron a la comisaría, otra a la fiscalía. Una vez me encontraron con un poco de marihuana y reportaron que llevaba como 10 o 15 paquetes – tuve que pasar tres días allí por eso. Otras veces simplemente me llevaban por el barrio en sus patrullas y luego me dejaban ir.

Me preocupo por mis padres cuando esto sucede, ellos piensan que me pasó algo. Igual, estar encerrado se siente feo, sin saber nada, sin saber ni la hora y sin que tu familia sepa lo que te ha pasado. Y aparte la comida que te da la policía es horrible. La última vez que estuve allí me dieron un trozo de pan duro con mayonesa. No les dije nada a los guardias, pero no me lo comí. Otras personas se lo comieron. Yo no. A veces iban los cristianos y nos daban un burrito, pero era lo único.

***

No sé cómo explicar lo que siento estos días. Realmente no sé cómo expresarlo con palabras. Me dispararon en la cara al mismo tiempo que mataron a mi hermano y estuve internado en el hospital por 12 días. Ahora estoy bien, sólo me duelen los dientes. Me duelen las encías, me duele todo. Hay muchas cosas que ya no puedo hacer. Tengo una placa en la mandíbula y podría volver a lesionarme si alguien me golpea o si me caigo. Entonces tendría que pagar más tratamiento. Mi primera operación fue muy cara y mis padres aún no han terminado de pagarlo todo. Tuvieron que pedir un préstamo para conseguirlo. Pero hacen todo lo que pueden.

Aparte de eso, gracias a Dios sigo aquí. Ya casi no salgo desde que pasó el accidente. No he sido el mismo. Solo veo la televisión. En algún momento voy a encontrar trabajo en una maquiladora, y una vez que eso ocurra podré empezar a construir mi propia casa. Tenemos mucho terreno y pondré mi casa al lado de la de mi madre. Ya empecé a juntar ladrillos para construir algunos cuartos y vivir ahí.

Esta historia forma parte de una serie de testimonios de niños y madres que viven en Ciudad Juárez, en la frontera entre México y Estados Unidos. Todos los niños fueron sorprendidos cruzando a los Estados Unidos, ya sea para seguir sus sueños personales o para traficar con personas, y ahora están recibiendo servicios de justicia restaurativa de la ONG Derechos Humanos Integrales en Acción. Los testimonios fueron preparados junto a los defensores de DHIA y han sido editados para mayor claridad. La ilustración del orador es una representación ficticia realizada por Carys Boughton (Todos los derechos reservados). El nombre del orador también ha sido modificado.

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