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Alejandro Páez Varela

16/10/2017 - 12:05 am

Zacate de democracia

Como digo: sentimos la democracia con sabor a zacate, pero pocos, realmente muy pocos, reclaman transparencia y rendición de cuentas a los gobernantes. Nos dejamos vencer por la apatía. Creemos que nuestro trabajo como ciudadanos termina cuando vamos a votar, y allí está el error: somos patriotas de 15 de septiembre en la madrugada, y ciudadanos cada muy de vez en cuando.

¿Qué saben los niños del fraude detrás del logotipo? Foto: Cuartoscuro

“No me disculpo. Al final, no me importa si me aman o me odian en tanto yo gane. La baraja está alterada, las normas manipuladas: bienvenidos a la muerte de la Era de la Razón” –Frank Underwood

En los últimos años, diecisiete (muy pocos) para ser exacto, la incipiente democracia mexicana entró de lleno a un prematuro desencanto. Yo diría que incluso más que eso: nos ha sabido a zacate lo que se había vendido y se había pagado como un banquete. Creo que gran parte del reclamo es por la corrupción, madre de muchos otros males. Nos da rabia llevar al poder a gente que roba y no se queda allí: se vende a los narcotraficantes, impone los intereses de los más poderosos por encima de los más desprotegidos. Usan nuestro dinero y disponen de nuestras vidas con el permiso amplio de la “democracia”. Nos sentimos, básicamente, engañados, decepcionados, hartos.

¿Dejamos de votar? No. De hecho, el sistema relincha de gusto cuando escucha a los promotores del voto nulo o la abstención: el votante educado que decide no votar (por educado toma la decisión) es música para sus oídos. Así se apodera de las variables de la elección y no se lleva sorpresas. El sistema decide con tarjetas sin saldo, con despensas, con promesas y con ilusión; decide con anuncios en la tele, campañas pegadoras y ya. No, no, no: hay que votar y moverle el tapete al sistema.

¿Convertimos el sistema político en uno sin partidos, sólo de independientes? Tampoco creo en esa solución: brincan los “Layín”, los “El Bronco” o, en el peor de los casos, le abrimos las puertas al crimen organizado (narcos, grandes corporativos, grupos políticos empoderados): son ellos los que llegarán.

Creo que la única solución es la que no nos gusta. Es, como ciudadanos, trabajar los seis años consecutivos y no nada más en cada elección. Volteamos (todos: comentadores, académicos, periodistas, politólogos, ciudadanos) al Estado de México (por poner un ejemplo) sólo cada seis años y luego abandonamos a los mexiquenses a su suerte. Pocos le reclamarán a Alfredo del Mazo Maza para que cumpla sus promesas de campaña, como hacemos ahora con Enrique Peña Nieto. No se lo reclamamos, no decimos nada, nos tragamos lo que nos dé.

Y allí está el resultado. Y, pues sí, luego viene el desencanto.

Cito íntegro un párrafo de la persistente periodista Linaloe R. Flores, quien lleva todo el sexenio sin soltar a su presa: “A 13 meses de que concluya su mandato, el Presidente Enrique Peña Nieto tiene pendientes 106 de los 266 compromisos que firmó ante Notario Público en la campaña de 2012 […]”.

Continúo con el texto de Linaloe R. Flores, publicado el 6 de octubre pasado: “Los pendientes van desde la creación de una comisión de combate a la corrupción, la construcción de carreteras, hospitales, sistemas de transporte local hasta garantizar la paz en ciudades donde en los últimos años el índice de delitos se incrementó como Guerrero y Veracruz. En Yucatán está pendiente la construcción y equipamiento de 10 centros integrales de seguridad en las principales ciudades del estado como Tizimín, Tekax, Mazcanú y Mérida. En los meses que le quedan al peñanietismo, la SCT deberá concluir más de treinta proyectos. Por su parte, la SEP, otra decena. Salud debe 16 promesas que se distribuyen en los estados. La Transparencia cuesta y el intento de acceso al cumplimiento de los compromisos del Primer Mandatario lo muestra. Eje de su discurso durante la campaña, las promesas notariadas jamás estuvieron disponibles en la página oficial de datos abiertos del Gobierno federal [http://www.gob.mx/presidencia], por lo que los ciudadanos no tuvieron acceso al grado de su cumplimiento”.

Como digo: sentimos la democracia con sabor a zacate, pero pocos, realmente muy pocos, reclaman transparencia y rendición de cuentas a los gobernantes. Nos dejamos vencer por la apatía. Creemos que nuestro trabajo como ciudadanos termina cuando vamos a votar, y allí está el error: somos patriotas de 15 de septiembre en la madrugada, y ciudadanos cada muy de vez en cuando.

Y los políticos lo saben.

No queremos enterarnos que Eruviel Ávila y Peña Nieto dejaron el Edomex hecho una verdadera lástima; que el crimen organizado se apoderó de las ciudades y que desde un agente de tránsito hasta el más encumbrado de los servidores públicos participan en redes menores y mayores de corrupción.

Nos da güeva recordar que el Presidente prometió regular la publicidad oficial, pero gritamos al cielo cuando el Gobierno no tiene dinero para responder a las emergencias, como el sismo: resulta que el gasto en publicidad oficial del Gobierno federal de 2013 hasta el primer semestre de 2017 asciende a 37 mil 725; pagar todos los daños del sismo costará 38 mil millones de pesos. Con todo lo que Peña le ha dado a la prensa, los daños materiales del sismo nos saldrían “gratis”.

Hay gente, hoy, que duerme en la calle; tenemos 53 millones de pobres en el país pero Vicente Fox, Felipe Calderón y el resto de los ex presidentes y las viudas de los fallecidos cobran millones de pesos anuales de pensión. No decimos ni pío.

En fin. Ni le sigo que los ejemplos sobran.

Nos sabe a zacate la democracia y nos quejamos porque nunca llegó el bufete, pero optamos, siempre, por ser ciudadanos acobardados, o flojos.

O será que octubre me cansa; lo atribuyo a los tantos mariachis de septiembre.

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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