Ocho comunidades integraron un comité que se encarga de acopiar la producción y sale a venderla a quien ofrezca mejor precio. En otras zonas de la sierra de Guerrero, en campos de 100 metros se cultiva la flor de la que sale la goma de opio, y por tres meses de trabajo un campesino obtiene 12 mil pesos. Las ganancias buenas se las llevan los cárteles, se queja un productor de la parte baja de la sierra. El novedoso mecanismo terminó con la violencia en un año en esos pueblos.
Por Zacarías Cervantes
Ciudad de México, 17 de mayo (SinEmbargo/El Sur).- En menos en un año, ocho comunidades de la sierra, abatieron la violencia que les provocaba la siembra de amapola y convirtieron la producción del enervante en un negocio que les reditúa ganancias para el desarrollo de sus pueblos.
Al margen del Gobierno y de los cárteles de la droga, los ocho pueblos del Filo Mayor de la sierra, organizaron un esquema que funciona como proyecto piloto y que están por adoptar otros pueblos de la región debido a los “buenos resultados”, informaron los comisarios de Campo de Aviación, Crescencio Pacheco González, y el de Filo de Caballos, Arturo López Torres.
El sistema consiste en la integración de un comité que se encarga del acopio de la producción de goma de amapola y la vende al comprador que ofrece un mejor precio, e impide que entren a los pueblos personas ajenas a las comunidades que antes eran campos de batalla de quienes se disputaban la mercancía y el territorio.
El novedoso mecanismo no sólo terminó con la violencia en un año en esos pueblos, sino que obtiene ganancias extras que son repartidas equitativamente entre los pueblos que integran el comité para obras como apertura y mantenimiento de caminos, “o para lo que haga falta en las escuelas, casas de salud y comisarías”, según explicó uno de los comisarios.
López Torres dijo que ese ejemplo muestra que la violencia no la provoca la siembra del estupefaciente, sino los intermediarios que la compran y se disputan el producto, además del gobierno que pretende combatirlos.
Los comisarios no mencionaron, por seguridad, los nombres de los pueblos, pero explicaron que se trata de localidades que hasta hace un año venían padeciendo altos índices de violencia “y los habitantes se cansaron y decidieron organizarse”, dijo Pacheco González.
“No son una policía comunitaria, no son grupos de autodefensa, ni nada de eso, la fuerza de ellos radica en su organización. Es un lugar donde sacan buen producto, allá son madrazos buenos, porque trabaja toda la familia, desde los morritos y las mujeres, todos se van a la chinga”, explicó el comisario de Campo de Aviación.
El novedoso sistema impide la entrada a los pueblos de los cárteles de la droga o de grupos criminales a comprar directamente a los productores, con ello también evaden a los intermediarios que pagan lo que quieren a los campesinos. Es el comité integrado por ocho personas, un representante por pueblo, quien trata directamente con los interesados en la producción de los pueblos y realiza la operación de compra-venta.
“Como todos utilizan radios, se comunican cuando ya llegó el dinero, entonces los cultivadores llevan su producto al comité y éste se encarga del acopio y lo entrega todo junto, es también el único que recibe el dinero. Explicaron que como se trata de un acuerdo de buena fe, los integrantes del comité garantizan la salida del comprador hasta donde termina su territorio de influencia, “y le dicen de aquí en adelante es tu responsabilidad”,
“Es un esquema piloto, que está dando muy buenos resultados, han disminuido la delincuencia en un año, porque no les interesa que pinche cartel les compre o de qué línea venga, allí lo que les interesa y lo que quieren es que alguien les lleve el dinero y que se lleve la chingadera esa, porque es un medio de sobrevivir para las poblaciones”, dijo en alusión a la producción.
A su vez, el comisario de Filo de Caballos, López Torres, explicó que se trata de una especie de cooperativa con la que se están beneficiando no solamente los productores, sino los pueblos en su conjunto, porque además de que terminaron con la violencia, después de pagarle a los productores, hay un excedente de las ganancias que se distribuye equitativamente entre los pueblos que participan en el comité que es utilizado para la reparación de caminos, para detalles que hacen falta en las escuelas o centros de salud, “o para lo que quieran utilizarlo.
López Torres añadió que el ejemplo de esos pueblos evidencia que la siembra de la amapola no es la causa de la violencia, sino la delincuencia organizada que se diputa la droga y el territorio, y que para resolver el problema solamente se requiere de voluntad de parte de las autoridades.
Explicó que el problema es que los productores “pelean con tres enemigos y un traidor”. Los tres enemigos son el gobierno, las plagas y el mal tiempo, mientras que el traidor son las organizaciones criminales que llegan a comprar la droga, a dividirlos y a enfrentarlos.
Dijo que no es posible que México ocupe el segundo lugar a nivel internacional en la producción de amapola y Guerrero el primer lugar a nivel nacional en la exportación de goma de opio y que la sierra, que es la zona que más produce, sigua sumida en la pobreza.
“A pesar de que somos una región productora de goma de opio, la gente está muy jodida y no tienen el dinero suficiente para poder subsistir, si preguntas a la gente que a dónde se va de vacaciones cada año, te dicen que a la planta de amapola”.
Siguió: “hay 50 mil habitantes, de mil 280 comunidades que se dedican al cultivo de amapola y la mitad ni siquiera conoce Acapulco, ni el mar”.
Explicó que un campesino que se alquila con los productores de amapola apenas gana mil pesos a la semana, mientras que el productor siempre vive endeudado con la esperanza de que para la próxima cosecha le irá mejor, “y todo porque al gobierno no le interesa la producción y vender al estilo del primer mundo, como España, por ejemplo, sin riesgos y con ganancias para todos”.
Dijo que la regularización de la producción y venta de la amapola implica salir de los problemas del mercado negro, “que nos lleva a la inseguridad, violencia, a los asesinatos y a la pobreza de los productores”.
López Torres destacó que si el gobierno no cambia el esquema, los productores ya vieron que lo pueden hacer sólo con organización, y que asumirán el ejemplo de los ocho pueblos, que integraron el comité para el acopio y la venta del producto, sin intermediarios.
SE SIEMBRA AMAPOLA, COMO MAÍZ O AGUACATE
Daniel es un hombre de campo de 35 años, lo único que sabe es hacer producir la tierra, no importa qué: aguacate, durazno, maíz y, por supuesto, amapola.
Para él, la única diferencia entre uno y otro cultivo es la dificultad que tiene para vender la cosecha. El aguacate y el durazno tiene que llevarlos personalmente hasta Acapulco, Chilpancingo o Iguala en donde los vende a precios que, a veces no le alcanzan ni para el transporte. En cuanto el maíz sólo lo siembra para el autoconsumo.
En cambio, por la amapola, los representantes de los cárteles van hasta su tierra y hasta se pelean por comprársela.
Igual que Daniel, 50 mil campesinos de mil 280 comunidades de 13 municipios se dedican a lo mismo, según datos de organizaciones y comisarios de la zona. Sin embargo, todos ellos, por el cultivo de la amapola luchan contra “tres enemigos y un traidor”, dice el comisario de Filo de Caballos, Arturo López Torres. Los enemigos son el gobierno, el mal tiempo y las plagas. El traidor son los intermediarios que llagan a comprarles la goma de opio, a dividirlos y a provocar violencia.
Llegar a la huerta de aguacate, durazno y a los cultivos de maíz y amapola de Daniel no es sencillo. Se tiene que andar por un camino accidentado de más de un kilómetro que comienza en la carretera Casa Verde-Tlacotepec y baja por la falda de un cerro tan empinado que cualquier paso en falso significa caer y rodar 50 o 100 metros hasta la barranca.
“Para mí esto ya no es problema, bajo y subo tres veces al día. Vengo a cambiar las mangueras que riegan la planta”, dice burlón el campirano cuando ve que los reporteros que lo acompañan bajan arrastrándose de nalgas para evitar una caída que sería mortal.
Su terreno con la plantación está escondido hasta el fondo del cerro, donde se unen dos barrancas. Allí, los árboles de aguacate ya están cargados de bolas y las matas de duraznos comienzan a florear.
La milpa verde aún no espiguea y su color contrasta con el de la amapola seca que creció en medio, las bellotas ya han sido ralladas para extraerle la goma de opio. “La cosecha ha sido más o menos regular”, comenta satisfecho Daniel deshojando una mata de cilantro, que también hay en medio de la milpa, para llevársela a la boca y masticar la aromática verdura.
El plantío es de apenas unos 100 metros cuadrados, porque en las partes bajas de la sierra los cultivos grandes son fácilmente ubicados y de inmediato son destruidos por los militares.
En este plantío, Daniel destinó tres meses desde que comenzó a preparar la tierra. Primero desmontó, luego quemó la basura, después ablandó la tierra a golpe de pico para regar la semilla en la tierra floreada. En seguida vino el cuidado de la planta, por ejemplo estar pendiente que no le faltara el agua que llega desde lo alto del cerro por medio de mangueras que Daniel tiene que cambiar tres veces al día para que el regado sea parejo.
El resultado de los tres meses de cuidado en un plantío de aproximadamente 100 metros cuadrados como el de Daniel, es de, máximo, kilo y medio de goma de opio. Un kilo cuesta 6 mil pesos si es de temporal (de tiempo de lluvias) y hasta 8 mil si es de tiempo de secas, como ahora.
Es decir, Daniel habrá obtenido aproximadamente 12 mil pesos por los tres meses de arduas jornadas para la siembra y el cuidado de su planta. “Está deveras retecabrón, de la chingada, no crea que nos llevamos la millonada como piensan, esto que ganamos es nomás para irla pasando, las ganancias buenas se las llevan otros, los cabrones de los cárteles grandes, por eso se pelean, y luego nos quieren echar la culpa a nosotros”, se queja el campesino con el característico acento sierreño.
Cuenta que más allá arriba, en lo alto de la sierra, los productores ganan un poquito más porque pueden sembrar hasta más de una hectárea y la tierra está más virgen, la planta produce más, “a una hectárea le llegan a sacar de 12 hasta 15 kilos, imagínese usted sus ganancias en tiempo de secas son de 90 a 120 mil pesos”.
Sin embargo, como son extensiones más grandes, los productores tienen que pagar peones, y un peón cobra 150 pesos diarios, “a veces (los productores) se llegan a quedar con la mitad de lo que cuesta la cosecha, pero siempre ya es algo más”, dice.
“Pero por aquí, en las partes bajas, los plantíos tienen que ser chiquitos porque entre más grande sea, más es el riesgo de su destrucción, insiste Daniel ya en el camino de regreso, atrás de los reporteros que, jadeantes, se aferran de los matorrales para no resbalar y caer.
DESTRUYEN EL INGRESO DE 5 MESES DE UNA FAMILIA
Por un camino menos accidentado, pero más retirado que el que lleva al sembradío de Daniel, estaba el plantío de Gabriel.
Aquí, orillas de una barranca, en un descampado rodeado por altos ocotes y cedros, la matas de amapola que Gabriel había sembrado entre árboles de aguacates, duraznos, peras y tejocotes, lucen totalmente secas.
Ocho días antes al 12 de mayo, dos helicópteros sobrevolaron la zona y fumigaron el plantío con herbicida para destruirlo.
La extensión del plantío era más o menos similar al de Daniel, pero Gabriel apenas comenzaría a rallar la bellota para recolectar la goma, no le dio tiempo. Se la destruyeron toda antes “los verdes”, como le dicen por aquí a los soldados.
El rostro de Gabriel es de abatimiento. “mire nomás, yo estoy de acuerdo, si la van a fumigar, está bien, pero que no lo hagan así, le vienen a dar en la madre a todo”, se queja mientras muestra las frutas tiernas de una mata de durazno, que ya no van a alcanzar a sazonar ni a madurar porque el herbicida las tumba antes.
Cuenta que antes los militares llegaban a pie hasta los sembradíos y a golpe de machete cortaban la planta que amontonaban a orillas del sembradío en donde la quemaban, “pero ahora ya les entró la flojera a los cabrones y en helicóptero le vienen a dar en la madre a todo”.
De este sembradío, Gabriel pensaba sacar una ganancia no menor a 10 mil pesos que le alcanzarían para alimentar a su familia –dos hijos y su esposa– en los próximos cinco meses, “aquí no se necesita más que azúcar y sal, la ropa y el calzado para los niños, todo lo demás, para comer lo tenemos si sabemos trabajar la tierra y criar los animalitos”, reconoce, pero se queja que ahora el gobierno ni para eso les deja tener.
–¿Y la cosecha del aguacate, el durazno y el tejocote, no les da para comer don Gabriel? , –pregunta el reportero.
–Sí, nos daría si tuviéramos el apoyo para vender, pero por aquí el gobierno ni nos deja sembrar la amapola ni nos ayuda para producir ni vender los otros productos. Aquí yo saco aguacate y durazno, sobre todo, pero ¿a dónde lo voy a vender?, tengo que llevarlo a Chilpancingo, Acapulco o Iguala, y, cabrón, gasto más en el transporte que lo que me pagan por mi fruta. En cambio la amapola hasta aquí vienen a comprarla.
–¿Y ahora que le destruyeron su cultivo de amapola, qué va a hacer, de qué va a vivir?.
–Esa es la cosa, a ver dígame usted, o que me diga el gobierno, de qué chingaos va a vivir mi familia, no yo.
Ocho días después de que policías federales y estatales desalojaron el 28 de abril a cientos de pobladores de la sierra que bloqueaban la Autopista del Sol, y encarcelaron a 71 manifestantes de la sierra, unos 10 helicópteros de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), destruyeron plantíos de enervantes en los municipios de Leonardo Bravo, Eduardo Neri, Heliodoro Castillo y Chilpancingo, y como la de don Gabriel, cientos o tal vez miles de familias de unos 30 pueblos de esos municipios se quedaron sin el sustento.
Parado a la orilla de su plantío, Gabriel ha dejado de tumbar las frutitas tiernas de los duraznos que caen al suelo con apenas rozarlos con los dedos, por el efecto que les produjo el Dicloruro de Paraquat el herbicida que rociaron los militares para destruir el plantío de amapola, y, ahora, acaricia una bellotita de amapola de las miles que no alcanzó a rallar, “le dan en la madre a todo, quieren que vivamos de puro aire, porque hasta el agua nos contaminan en toda la sierra”, protesta, hablando como para él mismo, concentrado en la bolita del tamaño de una canica que acaricia entre los dedos.
LA SIERRA DONDE ABUNDA EL "ORO VERDE"
En la sierra, los productores de amapola se van abriendo de capa y exigen al gobierno comenzar a explotar el “oro verde” de manera ordenada, sin riesgos y sin dañar el medio amiente, como sí lo dañan las empresas extranjeras que vienen a explotar el oro, el metal dorado.
Argumentan que aquí los campesinos se han dedicado al cultivo de la amapola desde hace 40 años, y, sin embargo, siguen igual de pobres, a pesar de que habitan la zona que ocupa el primer lugar en el cultivo de esa planta.
Incluso, los campesinos presumen que han mejorado la producción cultivándola en tres tipos de suelo; aguado, húmedo y seco.
En uno de los pueblos, asentado a orillas de la carretera que bordea el cerro desde Casa Verde hasta Filo de Caballos, un productor presume: “de aquí exportamos la mejor goma al extranjero”, comenta orgulloso mientras prueba su dicho mostrando una bolsita con algunos gramos de china white, una especie de heroína blanca que se procesa con la goma de amapola y que se exporta principalmente a Estados Unidos. Allá es considerada uno de los narcóticos de mayor demanda y cuyo costo debe andar entre los 28 mil dólares el kilo.
“El problema es que esas ganancias no son para nosotros los productores y que somos dueños de la tierra donde se produce la materia prima, son para los intermediarios, los que la procesan y los que la venden procesada”, dice el hombre que muestra satisfecho la china white.
“No sé a qué le teme el gobierno, si hubiera una producción ordenada no sólo se acabaría con la violencia, sino con el acelerado deterioro del medio ambiente, pues habría un mayor control para la siembra, se cuidaría el bosque no desmontando áreas nuevas para la siembra. Total, aquí en donde quiera abunda el oro verde, sólo es cuestión de no escondernos para explotarlo”, dice provocando sonrisas pícaras de quienes lo acompañan.