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Susan Crowley

17/01/2020 - 12:03 am

Dos perdedores por un Oscar

“Los Óscares nunca han sido sinónimo de calidad artística, sabemos que aman premiar a las películas según sus ‘buenas intenciones'”.

Imagen difundida por Neon, Woo-sik Choi, Kang-ho Song, Hye-jin Jang y So-dam Park, de izquierda a derecha, en una escena de Parasite. Foto: Neon via AP

La última vez que Corea irrumpió con bombos y platillos en el showbussines mundial, fue con el famoso Gangnam style, equivalente al Despacito de la década pasada. Un ritmo extremadamente comercial que contagió a las masas del mundo. Como todos los ritmos fabricados al vapor, pasó sin gloria y hoy ni siquiera merecería la pena mencionarlo de no ser porque Corea, una vez más, centra la atención del mundo entero. Por suerte este año el país asiático brilla con una aportación de gran nivel, se trata de la película Parásitos del director Joon-ho, ganadora por decisión unánime de la Palma de Oro de Cannes y fuerte competidora extranjera al Oscar contra otra gran obra cinematográfica, Jocker.

¿Qué ofrecen estas películas que han arrasado con los premios y con las taquillas del mundo? A pesar de pertenecer a un cine que podría clasificarse entre la comedia y la acción, ambas películas constituyen una épica. En el caso de Jocker, se trata de una épica individual, una eterna caída que escena por escena presagia el final atroz. En Parásitos, en cambio, se abordan las hazañas de un grupo social que jamás podrá salir del submundo al que pertenece; si por una casualidad tienen la suerte de atisbar una vida mejor, la fatalidad estará anunciada desde un principio y caminarán hacia ella en una especie de voluntad autodestructiva. Cosa poco común cuando se trata de géneros de acción y comedia, en este caso el espectador se involucra de inmediato con los personajes profundamente existenciales, sufre con ellos, los acompaña en sus sueños y fallidos planes, padece con ellos la tragedia para la que han sido destinados inexorablemente.

Son dos historias que nos hacen desear el bien de los desesperanzados. En seguida nos caen bien, empatizamos rápidamente y sin más nos sumamos a su causa obligados a tomar partido. Y cómo no, si el vía crucis de nuestros entrañables protagonistas no es más que una suma de elementos que terminan por arrastrarlos al desastre; y a nosotros con ellos. Sufrimos cuando golpean a Arthur Fleck ( Joaquin Phoenix), nos torturamos cuando el departamento de los Kim se inunda y por todos lados brotan heces fecales. Su tragedia es nuestra, nos compadecemos y odiamos a quienes cancelan su único boleto a la felicidad.

Jocker es, sin duda, una de las más soberbias actuaciones en la historia del cine. La plasticidad de Phoenix transmite una mezcla irracional de rabia, ternura, sensualidad, humor negro, en un manifiesto en contra de la injusticia social. Antes de ser Joker, Arthur sueña con pertenecer al grupo de los elegidos (las estrellas admiradas por todos), encabezados por el cínico, talentoso y deshumanizado Murray Franklin (Robert De Niro). Un contraste que humilla, denuesta y cancela cualquier posibilidad de felicidad de montones de personas que se contentan con ver desde sus pocilgas el esplendor exhibicionista de los famosos. Arthur Fleck atraviesa un calvario que lo martiriza; es la pasión según Phoneix coprotagonizada por los verdugos que lo condenan, es un camino a la desgracia que, desde nuestras butacas, no podemos impedir. Jocker es la cinta de los alienados, de los perdedores dentro de cualquier sociedad capitalista. Es el espacio de la penuria, del desasosiego y de la injusta selección natural de las sociedades globalizantes. Escena tras escena Jocker teje una atmósfera en la que lejos de desear que el “mal” sea vencido, nos volvemos cómplices del sufrimiento del anti héroe que, para mí, desde Taxi Driver, Scarface o Fight Club, no había sido plasmado con tanta inteligencia. Arthur Fleck es el emblema de los sueños rotos, de los caídos, de la maldición que es nacer en una sociedad en la que el dinero lo compra todo.

Con una narrativa vertiginosa, llena de humor ácido, de inteligencia, de intriga y violencia, Parásitos nos deja asistir al recorrido ascendente de la familia Kim hacia una vida ideal. Oportunistas, bestialmente inteligentes y talentosos, en busca de salir del submundo en el que habitan, descubren que la familia Park se ajusta a sus necesidades y serán los perfectos “benefactores” de su talento. A lo largo de la trama iremos de su mano para adentrarnos en el espacio que anhelan, una mansión ultramoderna en la que todo son detalles exquisitos y sofisticación. La cinta de Joon -ho destaca en todo: la ambientación, el vestuario, las actuaciones de ricos y pobres; los momentos en los que pareciera que dos universos equidistantes e imposibles de reconciliar se unen en una comunión de sueños. Ternura, humor, expectativas parecen unirlos, todo puede ser un factor de encuentro, ¡menos el olor! Y aquí es donde la cinta se convierte en una parábola que puede compararse a un cuento ruso o a la estridencia del expresionismo alemán de un Wossek. El olor es una emanación que distingue a los personajes y a su nivel social, es intrínseco, la nota que desata la cruel realidad de unos y otros. Los jodidos, siempre serán los jodidos.

Un evidente homenaje a Chabrol en aquella película La Ceremonia, en la que Sandrine Bonnaire e Isabel Hupert, dos sirvientas ignorantes y ordinarias, penetran y violentan la vida de la refinada familia cuya protagonista Jaqueline Bisset se convierte en su víctima. O la obra maestra de Harold Pinter El Sirviente en la que los roles del criado y el dueño de la casa se ven alterados de una manera perversa.

En Parásitos, lo que empieza como un plan fraudulento en el que por fin se hará justicia, se convierte en un resumen de todos los males de nuestra sociedad de consumo o como diría el clásico, el universo fifí. A lo largo de 132 minutos nos reímos y angustiamos sin saber muy bien por qué. Lo mejor de esta cinta es lo poco previsible que resulta. Son dos películas en una, y podríamos decir que en ambas versiones la comedia y algo que podemos llamar entre cine violento y hasta gore oriental, destacan los perfiles de cada uno de los personajes, entrañables, deliciosos, llenos de vida y de sueños, de planes y de frustraciones. Al final solo podemos preguntarnos ¿quiénes son realmente los parásitos?

Todos nosotros fungimos como usadores de alguien más en algún momento.

Los Óscares nunca han sido sinónimo de calidad artística, sabemos que aman premiar a las películas según sus “buenas intenciones”. En atención al morbo que generan esperemos esa noche de glamour para ver tan buenas cintas enfrentadas. Ambas compiten a la estatuilla a la mejor película. Habrá que ver si en el ánimo de los miembros de la Academia gana la versión de la desesperanza occidental o la oriental. Haga su quiniela.

www.susancrowley.com.mx
@Suscrowley.com

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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