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Antonio Salgado Borge

17/02/2017 - 12:05 am

Seguridad interior y totalitarismo

Los paralelos entre el contexto previo a la Segunda Guerra Mundial y el surgimiento de fenómenos cómo Donald Trump o el Brexit, han provocado que muchos recurran al pensamiento de Hannah Arendt buscando entender mejor nuestro tiempo. No es ninguna casualidad que en los últimos meses la venta de libros de Arendt se haya disparado […]

La ley de seguridad interior “sólo” garantizaría la perpetuación de la violencia y el fortalecimiento de los criminales. Foto: Cuartoscuro

Los paralelos entre el contexto previo a la Segunda Guerra Mundial y el surgimiento de fenómenos cómo Donald Trump o el Brexit, han provocado que muchos recurran al pensamiento de Hannah Arendt buscando entender mejor nuestro tiempo. No es ninguna casualidad que en los últimos meses la venta de libros de Arendt se haya disparado a niveles récord.

Para esta intelectual alemana de origen judío, el totalitarismo priva al individuo de su humanidad y está cimentado sobre el miedo y sobre el terror por el terror; el terror que a la vez es un medio y un fin. A diferencia de los regímenes tiránicos o autoritarios, los regímenes totalitarios no buscan exclusivamente la monopolización del poder. El sueño totalitario sólo se completa cuando se ha eliminado la capacidad de los individuos de actuar con independencia; cuando la pluralidad y las diferencias han sido erradicadas por de raíz.

Pero sería una traición al pensamiento de Hannah Arendt suponer que su obra se limita a analizar cómo funcionan los regímenes totalitarios: la ex profesora de la universidad progresista The New School buscó, como pocos, entender el recorrido histórico y las condiciones implicadas en este fenómeno, que, para bien o para mal, no se ganan o se pierden con un interruptor de encendido/apagado. Y es en este espejo que podemos ver reflejados no sólo a figuras como Donald Trump, sino a eventos nacionales, como la impresentable ley de seguridad Interior a la que se han opuesto reconocidos académicos, intelectuales y organizaciones de la sociedad civil.

En su libro Los orígenes del totalitarismo (1978, Harvest Books), Arendt delinea magistralmente una serie de escalas en la ruta seguida por el surgimiento del totalitarismo a mediados del siglo pasado. Uno de los aspectos abordados en este texto, es la aparición de un grupo de personas sin Estado a las que denomina la “escoria de la tierra”. Se trata de una minoría de seres humanos que, debido a circunstancias históricas específicas y en buena medida debido su condición de minoría, fueron dejados sin Estado y en total desamparo por las naciones que conforman el orden mundial. Ni las impactantes lecciones dejadas por el fin de la guerra modificaron la condición o la suerte de la “escoria de la tierra”; los actuales campos de refugiados son un crudo recuerdo de ello.

La “escoria de la tierra” no perdió su “derecho a tener derechos” gracias al desorden mundial o a Estados retrógradas, sino en un mundo unido cada vez más integrado y civilizado: “es con una humanidad completamente organizada que la pérdida de hogar o estatus político se volvió idéntica a la expulsión de la humanidad”. Es por ello que Arendt postula que la concepción liberal de derechos civiles es necesaria pero insuficiente para entender del desamparo de seres humanos que han sido privados de algo mucho más fundamental que el derecho a la libertad o la justicia.

La “escoria de la tierra”, cuya existencia es siempre un llamado a la acción impostergable, ilustra en extremo el estado de individuos que han sido despojados de las condiciones necesarias para actuar y de opinar. Pero la destrucción de estas condiciones puede presentarse en formas mucho más sutiles: la alienación, el desapego al mundo –y a otros- parte del mismo movimiento negativo que ayuda siempre a aplanar el terreno que requiere el surgimiento del totalitarismo.

Para Arendt, las condiciones necesarias para actuar y opinar son fundamentales para el ser humano principalmente por dos motivos. El primero es porque esta filósofa suscribe una concepción de lo político basada en lo público: el “mundo común” es el espacio dónde los individuos nos encontramos y dónde la presencia de otros nos garantiza la realidad, tanto la de éstos cómo la nuestra. La existencia absolutamente solitaria no sería humana, porque, como la duda radical de Descartes anticipó, no podríamos estar seguros de la confiabilidad de nuestros sentidos ni de nuestra razón. Además, el espacio privado no puede reemplazar al público porque, tal cómo no pude haber más de un objeto en el mismo espacio y por ende cada objeto se encuentra una posición exclusiva, “ser visto y escuchado por otros, deriva su significado del hecho de que todo mundo ve y oye desde una perspectiva distinta” (La Condición Humana, 1958, The University of Chicago Press).

El segundo motivo por el que las condiciones necesarias para actuar y opinar son fundamentales para el ser humano es porque la acción no es entendida por Arendt como la instrumental relación fin-medio- transformación material derivada de la tradición occidental -y entronada por el capitalismo-, sino como algo espontáneo, incierto e inserto en una “red de asuntos humanos”. En la acción política, que es siempre pública, el individuo no sólo genera significado, sino que crea su identidad y realiza su humanidad. Claramente esta visión implica que la acción política requiere libertad positiva; la libertad negativa de los derechos civiles es necesaria pero no fue suficiente. Es fácil ver por qué cuando se considera que; este enfoque no fue capaz de detener el flujo de masas “sin raíz” a los movimientos fascistas. Y es que para Arendt el totalitarismo se materializa cuando se rompe con el orden de cosas presente, sino el orden de cosas presente es llevado al extremo.

Los mexicanos estamos justificadamente preocupados por nuestra seguridad. Resulta difícil de entender que, a estas alturas, ante el fracaso del actual modelo, expuesto con contundencia por Jorge Javier Romero en este mismo espacio, haya quien siga pensando que pisar el acelerador del mismo vehículo en el mismo camino es buena idea. Sin embargo, en caso de aprobarse la ley de seguridad interior, el empoderamiento sin contrapesos de las fuerzas militares propuesto en ésta, en el mejor de los casos, “sólo” garantizaría la perpetuación de la violencia y el fortalecimiento de los criminales.

Pero la lectura de Arendt nos puede servir como un recordatorio de que, contrario a lo que con frecuencia suponemos, la violencia no es el último de los males; todavía nos queda mucho más por perder. En este sentido, los legisladores que voten a favor de empoderar la militarización estarían abriendo, en plena “era Trump”, la puerta a la entronización de formas que son, por naturaleza, radicalmente contrarias a la pluralidad, la espontaneidad de la acción verdaderamente libre; es decir, a condiciones óptimas para el florecimiento del totalitarismo mexicano.

@asalgadoborge
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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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