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Susan Crowley

17/08/2018 - 12:00 am

El Twombly que todos llevamos dentro

Entrar al moderno y majestuoso edificio de la colección Brandhorst, en Munich, Alemania y encontrarse con las doce obras gigantes tituladas La batalla deLepanto (2001) del autor, puede ofrecer algunas vías para entender por qué Cy Twombly es uno de los más significativos autores del cambio del arte en el siglo XX y lo que va del XXI.

En una noche de marzo de 1964, el galerista Leo Castelli se arriesgó a mostrar los garabatos y rozaduras, las capas y capas con tachones, palabras truncas, números desalineados. Foto: Especial

Record mundial alcanzado por una obra de arte contemporáneo. 55 millones de dólares; título, Leda y el Cisne; autor, el norteamericano Cy Twombly. Esto ocurrió en el año 2017. Aún muchos se preguntan cómo es posible que una obra saturada de tachones con lápiz, manchas, rayones con colores y corazones mal dibujados haya llegado a costar esta exorbitante cifra.

Entrar al moderno y majestuoso edificio de la colección Brandhorst, en Munich, Alemania y encontrarse con las doce obras gigantes tituladas La batalla deLepanto (2001) del autor, puede ofrecer algunas vías para entender por qué Cy Twombly es uno de los más significativos autores del cambio del arte en el siglo XX y lo que va del XXI.

Pero antes, tratemos de imaginar el estudio del artista. Un lienzo vacío se presenta como espacio dispuesto. Sobre la mesa, lápices con la punta bien afilada, óleos y acrílicos, grafitos y carbones, tintas chinas, acuarelas, pigmentos naturales, ceras. En latas y tubos, la textura a punto de ser mostrada; en el piso, botes que desbordan blanco y negro, colores líquidos que una vez unidos crearán armonías nunca imaginadas, imposibles de repetir, incalculables en su gesto. Cy Twombly, el artista frente a la página en blanco. En el lienzo todo puede suceder, el pensamiento ronda las imágenes: Leda y el cisne, Marte, Orfeo, los barcos de la famosa batalla de Lepanto. Las manos del artista no evocan, invocan; los dioses y personajes mitológicos revolotean esperando encontrar su espacio, no es una alegoría, es metáfora del inicio.

La obra de TW, como lo llamaban su amigos, pareciera no escapar a la vorágine del consumo, sus precios suben de forma desorbitada, con el solo golpe de un martillo. El mundo del arte, que hoy lo ha elevado al nivel de genio, alguna vez rechazó su obra. No la comprendía, ¿dónde colocar a un artista que abreva del expresionismo abstracto cuando la moda neoyorkina había empezado a olvidarse de aquel movimiento? Rothko, Pollock, De Kooning, ya eran historia. Una galería de prestigio en Nueva York hubiera considerado fuera de lugar exhibir drippings, rayones y manchas inexplicables. El mundo del arte que juzga, adquiere, hace y deshace a un artista y a su obra, se había volcado en el nuevo lenguaje “minimal”, nada más lejano a TW.

En una noche de marzo de 1964, el galerista Leo Castelli se arriesgó a mostrar los garabatos y rozaduras, las capas y capas con tachones, palabras truncas, números desalineados. El tema, los Idus de marzo; el resultado, un fracaso personal ante el mundo del arte; paradójicamente sería el inicio del triunfo de un lenguaje individual que trascendería por valor propio.

Twombly jamás aceptó ser parte de un movimiento artístico, su relación con Robert Rauschemberg y Jaspers Johns fue amistosa, pero cada uno en lo suyo. Las idas y venidas del Black Mountain College alimentaron y confirmaron su proyecto artístico, le permitieron alejarse del mainstream americano al que todos rendían pleitesía. Lejos de ser un castigo, se convertiría en la gran ventaja del artista.

Solo se postró ante sus dioses, ante la tragedia o la épica que revivió con lucidez en los paneles de la batalla de Lepanto, metáforas que entrelazan la lucha diaria de un héroe, encarnación de la existencia. La obra de Twombly no deja de ser un acto profundamente humano, personal, común a todos.

Por eso Roma. Ahí podía convivir con la decadencia, verdadera y eterna musa de los artistas. Ahí el eco del mito reverbera, cohabita con las obras de sus artistas amados, Tiziano, Tinttoreto, Veronese, con la melancolía de Burton que fue su obsesión, con los humores y fetiches enterrados en las ruinas del Foro, algún día centro del mundo. El mito se dejó seducir para entrar en cada uno de sus lienzos; el artista encontró una esencia y la mostró en un infinito de posibilidades. Nos dejó un lenguaje lleno de códigos que nos permite adentrarnos en sus relatos. Sin duda un nueva forma de contar la historia.

Es 1988. Sotheby´s, una de esas noches glamurosas de las que se tiene recuerdo, los bienes de Warhol se subastan. Entre ellos las obras de arte de su colección: Lichtenstein, Fontana, Basquiat, Hockney. Los precios suben vertiginosamente, un poco más allá una pizarra alargada con cinco filas de extrañas y muy desiguales “oes”, un ejercicio escolar que todos hicimos; en su desproporción nos recuerda a uno de los peores alumnos del salón. Es enorme, no parece hecho por un niño. Sin título, de la colección privada de Andy. Se anunció entre 300 y 400 mil dólares, se vendió por un poco menos de un millón. La obra de Cy Twombly se impuso como la “no pintura, no escritura”, posibilidad de que el inconsciente aflore con el uso de ambas manos, exploración de un estado que antecede a la razón. El paso anterior a la belleza, la fuerza de la naturaleza que utiliza al artista como vehículo. Hoy, es una de las más apreciadas obras del Museo de Arte Moderno de Nueva York.

¿Cómo podemos estar frente a una imagen austera, carente de armonías y color y suponer que reúne en sí todo el poder del arte, el miterio y además asegurar que es bella? Es tan difícil como concebir que Twombly en vida llegó a ser el artista de más alto valor en el mercado del arte contemporáneo. Cada cuadro, y el cuerpo de obra en su conjunto, nos muestran un nuevo camino en el que los elementos infinitos surgen, aparecen y se desvanecen, chocan unos contra otros para generar escenas hasta entonces inéditas en la pintura. La belleza que no se había contado aún, la que se oculta a cualquir definición y, sin embargo, nos atrapa y
seduce. Twombly habla de un arte nuevo desde la tradición y el rigor, de la armonía creada con la eficacia de cada trazo, hasta un concepto de totalidad. Voz y sonidos silenciosos, permiten que los dioses y héroes de los que nos habla en cada uno de sus cuadros existan aquí y ahora, en el espacio en el que Cy decide ganar la única inmortalidad posible, la de su trabajo. Frente a cada una de sus obras, nos enfrentamos a una belleza distinta, lo mismo con rayones, con grande tachones y firmas que parecen caligrafías, borrones violentos, cubiertas de color que simulan grandes flores o naves que surcan los mares. Crecendos que llegan al éxtasis, lo habitan y le permiten durar.

Ensayo y error, gesto que detona un lenguaje que se deconstruye, notas musicales inconexas imposibles de ser interpretadas. Ejecuciones que no pueden detenerse, la voz del artista se une a la de los personajes mitológicos y legendarios que son invitados a habitar en la tela. El relato vive desde la más absoluta contemporaneidad. Rompiendo la línea del tiempo, el artista avanza, retrocede, marca el ritmo. El pasado se actualiza. La obra de Twombly es refinada, sensible y exquisita, es elegante y exigente, no hace concesiones.

La verdadera belleza ha de ocultarse entre velos, nunca desnudarse del todo; un gesto, para que sea definitivo, tendrá que ser solo un esbozo en el horizonte; una palabra, en su poesía, será tan solo murmullo al oído; para que la escritura signifique debe solo inscribir la totalidad en un signo. Guardar el mistero, habitar el reino de la intuición, rapto que nos deja sin posibilidad de traducir y nos obliga a perseguir lo que se nos va de las manos, casi un soplo. Esa es la belleza que entra en cada uno de los cuadros del artista y debe ser atesorada por nosotros. Si es así, la inmortalidad se ha conseguido.

En el gran salón de la colección Brandshort descansan doce obras monumentales. Dejan pasar la eternidad mientras son observadas por los visitantes. Unas bancas de madera permiten sentarse y contemplar su inmensidad. En su conjunto llenan el alma con sus colores, con la locura de esos garabatos que pintan mares y naves. Personajes heróicos se debaten frente a nosotros creando un espectáculo al que no podemos ser ajenos. Ocurre dentro del cuadro, nos pasa a nosotros. Por un momento nos olvidamos de quienes somos y dejamos que el poder del artista nos someta. La experiencia se ha completado.

Hoy las obras de Twombly han alcanzado precios que antes era imposible imaginar, el velo del éxito y el escándalo de los mercados impide que el misterio sea revelado; el enigma sigue y no será esclarecido. Como dice Antonie e Saint-Exupéry; “Cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible desobedecer”. Twombly nos obliga a escudriñar la verdadera belleza, la que aún no se ha contado, la de los Twombly que cada uno llevamos dentro.

@suscrowley
www.susancrowley.com.mx

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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