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Alejandro De la Garza

17/09/2022 - 12:03 am

Breve relato de nuestro nacionalismo

“Se retorna cíclicamente al discurso de la identidad y del nacionalismo ante las emergencias”.

Se habla de la identidad y de lo nacional para atacar o desprestigiar a algunos. Foto: Gobierno de México.

El sino del escorpión no pudo escapar a las celebraciones de la Independencia. Observó el tradicional Grito e incluso el desfile militar, pero tampoco pudo evitar su inveterado escepticismo ante términos como “nacionalismo”, “identidad nacional”, “lo mexicano” y demás especiosos conceptos. El alacrán intenta sintetizar la maraña de ideas que lo asaltan siempre ante estas celebraciones y toda fiesta cívica o patriótica, y el por qué de sus persistentes dudas sobre estos simbolismos tan útiles a la manipulación.

Se retorna cíclicamente al discurso de la identidad y del nacionalismo ante las emergencias. Se recurre a las frases resonantes en víspera de elecciones y cuando se exigen nuevos sacrificios a la población en nombre de un esplendoroso futuro. Se habla de la identidad y de lo nacional para atacar o desprestigiar a algunos, para encumbrar a otros, para sustentar el ejercicio autoritario del poder en nombre de la Revolución, para oponer de alguna forma un límite a la penetración social, económica y cultural de la globalización; para enfrentar la fuerza expansiva del neocolonialismo y el imperialismo estadunidense, para exaltar ciertas manifestaciones artísticas, indígenas o populares; para articular enardecidos discursos y ponencias oportunistas, para delimitar un territorio donde sólo caben los buenos mexicanos que no se arredran ante la adversidad, y del cual quedan fuera quienes no son como el poder los quiere.

El venenoso no vislumbra si la identidad nacional, las formas de la mexicanidad y del nacionalismo tienen esencia, pero sí tienen historia. Son conceptos ajustables a la circunstancia de cada época y cada momento histórico, y aún más, al gusto y la necesidad de cada régimen posrevolucionario del país. Un recuento rápido y esquemático de cómo el poder ha diseñado y utilizado el nacionalismo y la identidad para sus fines específicos en el siglo XX, aunque sea arbitrario y parcial, es ilustrativo y además deja entrever la irrupción esporádica de las masas en la conformación de estos conceptos.

Para Porfirio Díaz, el nacionalismo fue francés y la conformación de una identidad positivista sólo disfrazó la racionalidad pragmática, eficiente y despiadada del capitalismo inglés y estadunidense. ¿Lo sospechaba Justo Sierra? El Ateneo de la Juventud inaugura culturalmente al México del siglo XX y de él surgirán el universalismo de Reyes, el mesianismo indostánico de Vasconcelos y cierto impulso nacionalista emergente de la convulsión de la revuelta popular. Se intensifica la lucha nacional: Huerta traiciona, asesina y abusa en nombre de la pacificación, y llama a los intelectuales “civilizados” a colaborar con su gobierno. Carranza enfrenta a la Convención y crea el ejército constitucionalista, se opone a Villa y a Zapata y cimenta las bases institucionales del Estado producto de la Revolución. Obregón cubre al país con su sombra y, al amparo de ella, en la Universidad y en la Secretaría de Educación Pública, Vasconcelos inaugura las concepciones ideológicas de “nacionalismo” e “identidad” con base en una metafísica, un misticismo redentor de profeta electrizado: la liberación por la educación y la cultura, más una suerte de destino cósmico para esa raza por la que hablará el espíritu.

La acción vasconcelista rebasa la ética y ahonda en la estética de lo propio, en un arte nacional: del muralismo, la plástica y la música al mito de la identidad y aun a lo panfletario sobre lo nacional. A Vasconcelos se sigue acudiendo para documentar nuestra identidad y nuestro nacionalismo. Calles y su Maximato utilizan el nacionalismo como arma para enfrentar la revuelta cristera, la rebelión escobarista y diseñar al Partido Nacional Revolucionario (PNR), poseedor legítimo, a fuerza de violencia y corrupción, de la nacionalidad, de la identidad y de lo auténticamente mexicano.

Acuñado el término “nacionalismo revolucionario” en el partido fundado por Calles, en 1938 Cárdenas lo transforma en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), y le da contenido combativo a la consigna para enfrentar al imperialismo. La nacionalización de la industria petrolera es el clímax de esa expresión nacionalista, así como el impulso a la Reforma Agraria y a las organizaciones obreras. El concepto alcanza ideas socialistas en el ámbito educativo, mientras en el discurso sirve de bandera para una reorganización nacional corporativa: la formación de las grandes centrales agraria, obrera y popular, así como la institucionalización de cámaras, asociaciones gremiales y cooperativas, y del ejército.

En contraste y ante la Guerra Mundial, el nacionalismo de Ávila Camacho frena la agitación, el activismo político, las demandas obreras y campesinas en nombre de la “unidad nacional” (otro de nuestros fantasmas preferidos, invoca el arácnido). Los nacionalistas entonces fueron quienes acataron el apaciguamiento, los demás atentaban contra la nación. La revolución se institucionaliza en el nuevo nombre del PRM, que en 1945 cambia a Partido Revolucionario Institucional, y cuya primera acción es la designación de Miguel Alemán como candidato.

Alemán transformó el nacionalismo en una muralla contra las ideas izquierdistas (“extranjerizantes”) de los sindicatos. La “pesadilla” cardenista había terminado, no más exaltaciones oratorias de lo mexicano y el nacionalismo, no más combate verbal ni pugnas “fratricidas”. El nacionalismo de la modernidad tenía nuevos dioses: la industrialización, el desarrollismo, la urbanización, la inversión extranjera y, ante todo, los negocios (legales e ilegales) impulsados por el primer presidente civil. La discusión sobre la nacional, la identidad y lo mexicano se esfumaba en una sociedad en transformación, mientras la lucha revolucionaria se recordó sólo como justificación de enriquecimiento: “la Revolución le ha hecho justicia”, o como motivo esplendoroso de la época de oro del cine mexicano.

El nacionalismo de Ruiz Cortines, luego de una elección teñida de violencia y de la rampante corrupción alemanista, fue, primero, el apaciguamiento, y luego la austeridad. Otros lemas resumirán esos años: “justicia para el desarrollo”, “el milagro mexicano”. Pero el nacionalismo contra las “ideas exóticas” resurge en voz de Díaz Ordaz y sus amenazas cumplidas contra el movimiento estudiantil. El último pataleo violento de esa idea tan priista del nacionalismo es la del régimen de Echeverría, su guerra sucia, su intolerancia a la crítica, su fracaso económico reiterado en el sexenio de López Portillo, cuya consigna ante la riqueza petrolera prometió “administrar la abundancia” y terminó en devaluación y saqueo. “El postnacionalismo de la crisis”, lo denominó Monsiváis.

Ante la pedacería resultante del discurso del nacionalismo y la identidad, a finales de los ochenta se inauguran los gobiernos neoliberales, cuyos nuevos dioses son la globalización y el enriquecimiento ilícito: la inversión extranjera, la venta de las empresas nacionales, del territorio, el subsuelo, de los bienes nacionales, todo en nombre de nuestra posmoderna integración al mercado global y la reorganización internacional del trabajo. El nacionalismo fue entonces mejor material para la televisión y las fiestas cívicas, y el concepto no deja de provocar escozor en las nuevas generaciones que ven cómo ha sido utilizado lo nacional, lo patriótico, la identidad, a conveniencia de gobernantes cínicos, autoritarios y ladrones.

Por todo ello, para la Cuarta Transformación representa un reto mayúsculo resignificar conceptos tan manipulados y siempre utilizados con fines aviesos. Ya se verá si es posible, aventura el alacrán.

Alejandro De la Garza
Alejandro de la Garza. Periodista cultural, crítico literario y escritor. Autor del libro Espejo de agua. Ensayos de literatura mexicana (Cal y Arena, 2011). Desde los años ochenta ha escrito ensayos de crítica literaria y cultural en revistas (La Cultura en México, Nexos, Replicante) y en los suplementos culturales de los principales diarios (La Jornada, El Nacional, El Universal, Milenio, La Razón). En el suplemento El Cultural de La Razón publicó durante seis años la columna semanal de crítica cultural “El sino del escorpión”. A partir de mayo de 2021 esta columna es publicada por Sinembargo.mx

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