ESAS LETRAS TEÑIDAS DE ROJO: 50 AÑOS DE ALARMA!

18/01/2013 - 12:00 am

La legendaria publicación cumplirá medio siglo este año. Apelar a la capacidad de saciedad del morbo y un lenguaje crudo han sido sus ingredientes. Barómetro del progreso de la violencia en México, la define su director.

A David Alvarado Hernández, reportero gráfico de la revista El nuevo Alarma, una de las tragedias que más le ha impactado ni siquiera fue aquel decapitado sobre una avenida, en verdad grande, de la que no alcanza a recordar su nombre.

Debió haber sido entre 1994 y 1995: un accidente en el que un automóvil se impactó contra un árbol y ocasionó que la lámina del techo se desprendiera de tal forma que cercenó al pasajero que iba sentado en la parte trasera. Eso no fue lo impactante. Cuando David llegó al sitio donde estaba el cadáver, dispuesto a disparar la primera foto con su cámara Yashica, se dio cuenta que el resto del cuerpo, ya con la cabeza mutilada, había quedado perfectamente sentado, con la espalda erguida, como diría cualquier manual de elegancia y buenos comportamientos debe sostenerse la columna vertebral. En las manos, los dedos entrelazados sostenían una rosa. La precisión geométrica con la flor en medio de un cuerpo cuya cabeza había caído 10 metros a la redonda fue lo que motivó a David a esforzarse por tomar una foto con el mejor encuadre posible, casi como si estuviera pintando sobre un lienzo. Fue portada de una edición de El nuevo Alarma!

Pero no, aquello no fue lo más impresionante en los quince años que lleva David Alvarado como reportero gráfico de la nota roja.

David estuvo al borde del paro cardiaco aquella noche en la que sobre Avenida Baja California casi esquina con Avenida de los Insurgentes, en la ciudad de México, un automóvil se estampó con otro vehículo. El piloto y copiloto bufaban aliento alcohólico. Para cuando David y sus compañeros recibieron la clave 11, una especie de código inventado por los mismos periodistas que agiliza traslados y prioriza información, ya reportaban dos cadáveres. David recuerda que en aquel entonces sostenían contacto mediante un sistema de radio cuya frecuencia estaba en sintonía con la radio de comunicación de las ambulancias, entre ellas la Cruz Roja y el Escuadrón de Rescate y Urgencias Médicas (ERUM).

David llegó al lugar de los hechos (como se le denomina legalmente en México a la escena del crimen). Se apeó del auto y se dirigió al frente del vehículo desmembrado por el choque. Sacó su cámara, empezando a tirar flashazos sobre el piloto, un cuerpo casi irreconocible de tanta sangre y cristales y moretones. Pero entonces, al enfocar el lente sobre el copiloto reportado como fallecido, justo antes de oprimir el botón disparador, el cadáver le abrió los ojos, mirando fijamente a la lente de la cámara, atravesándolo hasta clavarse en su propio vistazo, crispado por el inesperado y sangriento parpadeo. David tuvo un sobresalto electrizante, trastabilló hacia atrás unos cuantos pasos controlando la respiración. Se tranquilizó como pudo y gritó a los paramédicos “¡Este güey está vivo!”. El cuerpo de paramédicos corrió puesto que ya lo habían declarado muerto. De eso hace aproximadamente seis años.

Anécdotas como esta son gajes del oficio en la cotidianidad de los reporteros que cubren la fuente policiaca, también conocida como nota roja. Pero en México, esas noticias manchadas de sangre y encabezados irresistiblemente morbosos, han tenido y tienen un origen indiscutible, y éste le pertenece al Alarma! (El Nuevo Alarma! para las  generaciones nacidas después de los 90), revista semanal que desde hace 50 años ha conseguido llevar la nota policiaca al límite, tanto en lo periodístico como en lo visual, poniendo a prueba la capacidad de saciedad del morbo de los lectores, y quizás también, creando nuevos y quizás crudos lenguajes para entender y por qué no, confrontar a la muerte.

De hecho, arrebatos lingüísticos que hoy pueden sonar a lugares comunes como violola o matola por ser infiel, fueron creados desde la redacción del Alarma!

ÚNICAMENTE LA VERDAD

Una de las  primeras postales que se aprecia al atravesar el gran portón rojo sobre la avenida Ceylán en la colonia Industrial Vallejo, al norte de la Ciudad de México, es ese inconfundible logo amarillo canario en forma de rectángulo irregular con la palabra “Alarma” y un signo de admiración al final, escrito con una tipografía perturbadora y tambaleante, que tiene el poderoso efecto de sacudir a quien ve sus letras, como si sus letras poseyeran en sus misma morfología el significado de la palabra que forman: alarma.

“Pareciera que es un logo con mucha ingeniería publicitaria atrás, pero no es así. Cuando empezó la revista, había un equipo de formadores en el taller. Y a uno de ellos, don Carlitos, se le ocurrió que dado el nombre de la futura publicación, el título tuviera la estructura de unas letras pintadas como por un dedo índice, que tuviera una cortada y le estuviera escurriendo sangre. Por eso las letras se ven como deformadas, porque se trata de una palabra escrita con la sangre de un dedo. Ya el color amarillo y el contorno se fue desarrollando con la misma gente del taller de la imprenta”, cuenta Miguel Ángel Rodríguez Vázquez, actual editor general del El Nuevo Alarma!

Y es que el logo de Alarma! ya forma parte del registro iconográfico nacional, posee el mismo nivel de reconocimiento que el sello del equipo de futbol América, el símbolo de un refresco o una cerveza, un cartel que anuncia un encuentro de lucha libre, las cejas pegadas de Frida Kahlo y toda su parafernalia. Casi todos los mexicanos, cuando se encuentran con el logo del Alarma! saben de qué se trata, si quieren echarle un vistazo a lo que hay debajo, ya es cuestión de cada quién.

Contrario a lo que se pudiera predecir o imaginar, las oficinas editoriales del Alarma! se encuentran dentro de un amplio e impecable edificio de inconfundible arquitectura retro, el esplendor del futurismo como se entendía en los 70. En el vestíbulo, la bienvenida la dan dos grandes letreros que flanquean el espacio cubierto de cristales y pisos de mármol, del lado derecho, con letras blancas y fondo rojo, se lee Impacto, del lado derecho, Alarma!, ambos sostenidos por un poste de aluminio sobre una superficie cubierta con rocas.

Rumbo al primer piso, todo es un espacio de maderas e iluminación en monturas de acrílico bien distribuida. Una vez ahí, se despliega un vestíbulo con cubículos y computadoras y escáners e impresoras y pantallas de plasma que suelen estar sintonizadas en algún canal de noticias. En el extremo derecho del vestíbulo, opuesto a los amplios ventanales cuya vista da a la Avenida Ceylán, replegadas a un muro desfilan una serie de oficinas, entre las que se encuentra el despacho que pertenece a Miguel Ángel Rodríguez.

“Carlos Samayoa Lizárraga es quien crea toda la idea de Alarma! y empieza aquí, en lo que era publicaciones Yergo, empresa editorial que había fundado el periodista Regino Hernández Yergo. La primera revista fue Impacto, que empezó su publicación en 1949 y era de política. Luego vinieron otras como Venus de espectáculos con rumberas que enseñaban las piernas en las portadas. Pero a don Regino lo que le gustaba era la política. Sin embargo, las finanzas de Impacto se desmoronaron. Ante eso, el director editorial de aquel entonces, Carlos Samayoa, se le ocurrió algo para atraer al público, algo que gustara y vendiera. Lo primero que pensó fue en la nota roja. Y es él quien creó todo el concepto de la revista”, recuerda Miguel Ángel Rodríguez.

Su oficina está recubierta de madera, en la pared principal cuelga el clásico logo en amarillo de la revista que dirige, ese mismo logo pero labrado en dorado también puede verse en el muro perpendicular izquierdo, junto a un reloj de pared con los colores y el logo del equipo de futbol Atlas, del cual Miguel Ángel es su seguidor. Atiborrada de ejemplares viejos del Alarma!, en su oficina también se apilan otras revistas, textos (muchos de ellos escritos con la tipografía de una máquina de escribir, quizás una Olivetti) e interesantes libros de literatura policiaca y otros más impresos en ediciones de lujo con pasta dura, cuyos títulos tienen que ver con metodologías para resolver crímenes por el método científico, o una historia sobre asesinatos cometidos dentro del cine negro. Sobresalen el nombre de algunos escritores como James Elroy o Chester Himes.

En su escritorio trabaja con una iMac de 21.5 pulgadas, alrededor del teclado inalámbrico hay un portalápices con el logo de la PGR correspondiente al sexenio del último presidente de México, Felipe Calderón; más textos y más expedientes, copias impresas en papel tamaño doble carta sobre denuncias tecleadas desde un Ministerio Público, fotos impresas en aquel típico papel tamaño postal que cayeron en desuso desde la popularización de las cámaras digitales, una de ellas es la de un tipo extendido sobre el pavimento, boca arriba, con el torso desnudo y el brazo izquierdo estirado en su totalidad. También hay sobres con sellos postales provenientes de diversas ciudades de los Estados Unidos, Puerto Rico, Irlanda, Inglaterra, Canadá y hasta la India y Japón. A lo largo de 50 años, Alarma! ha cosechado cientos de seguidores, o mejor dicho, fanáticos alrededor del mundo.

Miguel Ángel regresa con compendios de revistas encuadernadas en pesadas pastas tapizadas en color crema, la cual abre para mostrar el primer número de Alarma! editado el 17 de abril de 1963 y que se había armado en sus primeras oficinas ubicadas en la calle de Manuel María Contreras número 43 en la Colonia San Rafael. La nota principal lleva por encabezado: “ASESINÉ A EDILBERTA PORQUE LA AMABA: cínica confesión del padrastro que pasará cuarenta años en prisión”, al lado derecho de una foto que muestra a un sujeto de bigote finamente recortado, encañonando un revólver frente a la cámara. Por aquel entonces, el Alarma! era casi del tamaño de un tabloide impreso en dos colores básicos que terminarían por definir su identidad para siempre: negro y amarillo, relacionado con el término de amarillismo periodístico.

“Siempre va haber muertos y si lees La Biblia es mucho más sangrienta que el Alarma!, pero sí hay que reconocer que en sus inicios, Alarma! mostraba más a drogadictos que fumaban hierba; detenidos, era mucho más policiaca que una revista de muertitos. Lo que es un hecho que la violencia en México no sólo ha aumentado, sino que ha cambiado sus formas”, explica Miguel Ángel Rodríguez.

“En los 60, nuestros textos iban más bien de gente que vendía mariguana y crímenes pasionales;  los 70 fueron más hippies: el famoso caso de los mujercitos (hombres que se vestían de mujeres) y muchas notas de homosexuales. Ya en los 80 empiezan las ejecuciones entre narcos, tiroteos de carro a carro. Los 90 fueron muy característicos por la llegada del cuerno de chivo y las masacres. Y a partir del 2000, ha ocurrido una terrible constante: decapitaciones por montones. De alguna manera, el Alarma! ha fungido, quizás involuntariamente, como un barómetro visual del progreso de la violencia en México”, dice el periodista a cargo de la revista.

Si bien para cuando el primer número de Alarma! salió a la venta en puestos de revistas, no había ninguna publicación de su tipo; su éxito no fue inmediato. El verdadero trancazo se dio más o menos un año después, cuando el 25 de enero de 1964 Alarma! publica la nota sobre el descubrimiento de dos cadáveres femeninos en los alrededores de San Francisco del Rincón y León, en el estado de Guanajuato. La revista decidió darle seguimiento a su propia nota, descubriendo que los cuerpos correspondían a la identidad de unas hermanas que ejercían el oficio de prostitución. La investigación arrojó que habían sido asesinadas bajo las órdenes de las hermanas Chuy, Delfa y Eva González, “lenonas” de un burdel en San Francisco del Rincón, mejor conocidas como “Las Poquianchis”.

Si este caso sacudió a todo México, literalmente, se debió en gran medida a que Alarma! fue el único medio en cubrir los sucesos en su totalidad, desde el hallazgo de los cadáveres, hasta el proceso de investigación (en el que se revelaron las fuertes redes de corrupción con las que se conducían las dueñas del burdel, puesto que altos funcionarios del estado eran clientes asiduos del mismo), proceso legal y finalmente el arresto de las hermanas González, que alcanzaron una condena de 40 años de prisión. Los encabezados de las notas que rezaban frases del tipo “Cómo aprendieron a matar Las Poquianchis”, provocaron que muchos mexicanos se volcaran ansiosos por saber más del caso, lo que requirió de un imperioso aumento en su tiraje que alcanzó los 300 mil ejemplares por semana para satisfacer la demanda de los lectores.

El suceso de “Las Poquianchis” tuvo tal impacto en el acontecer nacional, que en 1977 se convirtió en una de las novelas más definitivas de Jorge Ibargüengoitia, bajo el título de Las Muertas. Un año antes, había llegado a la pantalla grande con un guión del mismo autor, bajo la dirección de Felipe Cazals y las actrices Diana Bracho, María Rubio y Tina Romero.

Desde entonces, Alarma! se ganó un lugar dentro del periodismo policiaco, de la nota roja, por publicar, como dice su lema, únicamente la verdad. Después de la sentencia a “Las Poquianchis”, había que mantener a los nuevos lectores, cautivos de nuevos números, y para ello, la fórmula tenía que ver con aumentar los niveles de amarillismo y morbo, lo que se fue traduciendo en portadas más rojas y crudas.

Sin embargo, en 1986 la Comisión Calificadora de Publicaciones de la Secretaría de Gobernación, bajo el argumento de fallas editoriales y faltas a la moral, decretó una ley que obligaba a sacar de circulación a revistas policiacas, de desnudos y hasta de chistes. Entre los títulos que se vieron obligados a suspender sus publicaciones estuvo el Alarma! junto a su más reciente clon, el Alerta. Para ese entonces, tal era el éxito, que otras editoriales intentaron tomar su puesto. Salieron múltiples revistas que emulaban su fórmula como Enlace, Custodia, Peligro, y todas ellas copiaban incluso el logo de Alarma!, quién regresó a los puestos de revistas en 1990 con el nombre de El nuevo Alarma!

LA VIDA TRANSCURRE SIN SOBRESALTOS

Jornadas de sangre y golpes.

Suena el tono de un teléfono celular:

– ¿Rojas Madrid?

– Hola, Tomás soy M…

– M… tanto gusto a tus órdenes

– Oye, me acabo de enterar de dos boletines

– A ver… ¿Algún interesante?

– El primero es la detención de dos personas con droga en Ciudad Juárez, ayer

– Pregunta si tiene foto

– Y el otro es un aseguramiento de más de 20 kilos de heroína en Sonora

– ¿Llevan foto?

– Sí, si llevan…

– Ok, enterado, que tu guardia sea linda y tómate un cafecito…

– Bueno, muchas gracias, hasta luego…

Lo anterior es uno de los tantos contactos, inmiscuido en oficinas gubernamentales que ha establecido la redacción de Alarma! para obtener notas exclusivas.

Tomás Rojas Madrid es el protagonista del diálogo. Empezó su carrera como periodista de la nota roja hace casi 25 años en La Prensa. Después iniciaría un largo recorrido por otros diarios e incluso llegó a ser reportero para los noticiarios de las dos cadenas de televisión, pero se ha dado cuenta que lo suyo es la prensa escrita. En Alarma! lleva siete años: “La nota roja es la desgracia de la gente, pero además, como uno está en contacto con las autoridades, tú puedes ayudar a la gente, mandándoles ambulancias, llevándoles un buen médico, orientándoles en el Ministerio Público, a veces hasta haces servicio social. Eso me hace sentir bien”, cuenta Tomás.

“Un día en esta redacción no es tan complicado como se cree o se pudiera fantasear, o será que yo ya lo veo como una costumbre. Y la verdad es que Internet ha facilitado mucho las cosas. Tenemos alrededor de 40 colaboradores en todo el país y ellos me mandan fotos e información, o a veces sólo las fotos y aquí yo corroboro los datos con agencias de noticias. Hay unos que son, digamos, los oficiales, pero diario hay gente que manda cosas y que no necesariamente son periodistas oficiales. El corresponsal manda foto y nota, algunos cabecean, otros no” cuenta Miguel Ángel, el director.

¿Y ESAS CABEZAS DEL ALARMA!?

El cabeceo o los títulos son parte indispensable en los textos. Ideados desde sus orígenes por Gilberto Samayoa y su hijo Carlos, Miguel Ángel los recuerda como personajes muy serios y sobrios en la forma de vestir. El padre, de profesión médico pero con vocación periodística; el hijo, reportero egresado de la licenciatura en comunicación, que cubrió por mucho tiempo la fuente de Deportes. “Si los vieras, nunca imaginarías que ellos fueran los inventores de esas frases como matola, violola… Pero sabían del negocio de la nota roja. Me queda claro que uno de los tantos motivos por los que la revista tiene éxito, es porque la gente lee lo que quisiera saber”, explica Miguel Ángel.

Pero aunque la revista cuenta con su planilla de colaboradores en toda la República mexicana, de momento, Miguel Ángel saca adelante las ediciones con dos foto reporteros que cubren los acontecimientos del Distrito Federal, uno de ellos es David Alvarado Hernández, periodista con una especialización de dos años en reporteo policiaco. Está casado y tuvo tres hijos, uno de los cuales falleció no hace mucho de un infarto.

“Cuando tenía quince años, siempre me gustaron las películas de policías y lo que más recuerdo es que cuando me tocaba ver accidentes, siempre quería acercarme y ver lo que había ocurrido”, cuenta David.

David, y otros colegas reporteros que cubren la nota roja provenientes de distintos medios (cadenas de televisión, varias estaciones de radio, otras revistas y periódicos), empiezan su jornada laboral aproximadamente a las 10 de la noche dividiéndose en dos grupos.

Un grupo de reporteros se reúne en un camellón en la orilla del Monumento a la Revolución que bordea con la Avenida de los Insurgentes. Esto tiene una razón estratégica, ya que toda vez que sepan de algún hecho trágico, Insurgentes resulta una vía práctica para llegar a cualquier sitio donde se haya dado el lugar de los hechos en un lapso de 15 minutos.

Otro grupo de reporteros hace guardia afuera de las oficinas principales de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, en la colonia Doctores.

Entre estos colegas la “nota exclusiva” no existe, cuando alguien se entera de un suceso, lo comunica con el resto de sus compañeros, entre todos comparten autos y se organizan para llegar cuanto antes al lugar de los hechos.

“Aquí todo es rápido, tenemos que ganarle al Ministerio Público, porque luego te acordonan y ya no te dejan trabajar como se debe. Hay algunos polis que ya son tus cuates y te dan chance de cruzar los cordones amarillos antes de que llegue el MP. De lo contrario, tienes que utilizar el lente del telefoto para obtener el mejor ángulo del muertito”, cuenta David.

Los días más activos son los fines de semana por la combinación de autos, fiesta y alcohol, aunque desde la implantación de los alcoholímetros en la capital los accidentes han disminuido considerablemente. Hasta no hace mucho, David recuerda que las noches de los domingos y las madrugadas de los lunes había mucha acción, y que por alguna extraña razón, la gente solía escoger los domingos para suicidarse. La delegación que nunca falla en dar material de nota roja es Iztapalapa, seguida de la Gustavo A. Madero “eso sí, todos los días hay nota y nunca regreso a la redacción con las manos vacías”, cuenta David.

No es un trabajo fácil, además de las guardias nocturnas que rigurosamente tienen que hacerse todos los días bajo cualquier inclemencia climatológica (las empapadas en épocas de aguaceros son sinónimo también de rachas de gripas y en los inviernos tampoco es fácil andar por las calles de madrugada), los fotoreporteros una vez que superan el impacto de la muerte con sus respectivos charcos de sangre y vísceras (dice David Alvarado que le tomó tres años en “acostumbrarse”, antes le pesaban algunos fantasmas como el dolor de sus allegados por ejemplo), tienen que lidiar con la ira de algunos familiares.

“Es un trabajo muy fuerte, en muchas ocasiones los reporteros han sido golpeados por los familiares de los heridos, o policías a los que no les gusta la prensa. Los MP siempre son los más huevones, todo interrumpen y no te dejan trabajar como se debe”, explica Miguel Ángel Rodríguez.

David recuerda ya con algo de humor, aquella vez que cubrió a un muchacho que fue ejecutado en el barrio bravo de Tepito, y después de tomar algunas fotos, la hermana del fallecido se le abalanzó para abofetearlo con una furia incontrolable.

AQUÍ VEO AL MUERTO QUE NO SOY YO

Alarma! ha sido motivo de estudio tanto de fanáticos (muchos de ellos son seguidores acérrimos de cine gore, un género del que Miguel Ángel no es entusiasta) como sociólogos y estudiosos de la comunicación. ¿Cuál es el ingrediente principal de este fenómeno? Su actual editor cuenta: “Una vez vino Carlos Monsiváis a entrevistarme, y platicando, llegamos a una conclusión: la principal razón del éxito del Alarma!, es que tenemos la oportunidad de ver a un muerto que no somos nosotros”.

Actualmente, Alarma! imprime un tiraje de 80 mil ejemplares que se distribuyen en la Ciudad de México, la República Mexicana, sur de los Estados Unidos e incluso Canadá. El editor general Miguel Ángel Rodríguez Vázquez recuerda que durante el terremoto que sacudió al Distrito Federal la mañana del 19 de septiembre de 1985 se llegaron a imprimir dos millones y medio de ejemplares. Y en 1990, después de haber resuelto recovecos legales impuestos por la Secretaría de Gobernación y después de tres años de ausencia, apareció El Nuevo Alarma! con un tiraje de 800 mil ejemplares a la semana. La aparición de Internet ha influido en la reducción en su tiraje.

A excepción de los puestos de revistas que se ubican a lo largo del Eje Central Lázaro Cárdenas, encontrar un ejemplar del Alarma! en la misma Ciudad de México es complicado, en parte porque ha surgido una competencia con mucha más capacidad de distribución, como lo son El Gráfico de El Universal, El Metro de Reforma o La Prensa. Este último existía mucho antes de Alarma! y ya empezaba a darle importancia a la nota roja, aunque siempre relegada a un suplemento. Hoy en día, sus ingresos más fuertes provienen de la ventas generadas en provincia.

DESPUÉS DE LA NOTA ROJA

Ser reportero de la nota roja tiene que ver con una cuestión de vocación. Hace seis meses, David Alvarado fue removido a Impacto, el diario. Se acabaron las noches de guardia y sangre. Cuenta que no duerme muy bien, sobre todo en las madrugadas. No termina por acostumbrarse a su nueva jornada de nueve de la mañana a las seis de la tarde. Su esposa, Mónica Martínez, es la más contenta con el cambio. Dice que cuando David trabajaba de noche; ella, después de darle la bendición, se quedaba un tanto preocupada. Pero David confiesa que extraña la adrenalina y sus “muertitos por ello, los jueves sigue saliendo de noche para hacer fotos y notas para el Alarma!

“El hecho de que hagamos este tipo de notas y que estemos en contacto con sangre y sesos de fuera, no nos hace unos monstruos. A veces pienso que nos hace más conscientes de la muerte y lo absurdo que esta puede ser. Te hace tomar conciencia de los excesos que pueden pasar; por ejemplo, cuando un tipo te dice: qué le ves a mi chica. Me ha pasado, y yo me retiro de la forma más pacífica posible. No nos desensibilizamos, seguimos sintiendo y siendo humanos. Y nunca, nunca debemos acostumbrarnos a que un crimen sea normal. Si nos acostumbramos a eso, ya sea como editor, como lector, como espectador, ya valimos madre”, expresa Miguel Ángel quien de acuerdo con su experiencia, en 50 años, nunca han recibido una demanda judicial, ni siquiera una recomendación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos.

Y es que desde luego, Alarma! es una publicación con muchos detractores, o que al menos cuestionan su estilo editorial.

Por ejemplo, para Luis Muñoz, experto en temas de ética ciudadana, autor del libro

La razonabilidad: virtud de la democracia, editada por Porrúa, “uno de los problemas del Alarma! es escudarse en la libertad de expresión para, desde ahí, invadir la privacidad de las víctimas. Publicar ciertas fotos daña a las personas involucradas y tendríamos que preguntarnos, ¿cómo se justifica dicho daño? No me parece que la libertad de expresión proteja ese tipo de conducta”.

Mientras tanto, Miguel Ángel se encuentra indeciso para su foto de portada. No sabe si poner la aparición de cinco policías muertos en Ixtapaluca, o unos decapitados en Zitácuaro, Michoacán.

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