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Jorge Zepeda Patterson

18/02/2018 - 12:05 am

Stigmata o el beso de la maestra

No resulta fácil para los votantes de la izquierda, y en general para los mexicanos que aspiran a un cambio, observar los coqueteos de Andrés Manuel López Obrador, el principal candidato de oposición, con el grupo que encabeza Elba Esther Gordillo. Tanto de palabra como en el acercamiento del yerno de la maestra, Fernando González […]

La Elba Esther que hoy busca poner sus activos al servicio de Morena no es un personaje redimido o transformado pese a sus cinco años de encarcelamiento. Foto: Cuartoscuro.

No resulta fácil para los votantes de la izquierda, y en general para los mexicanos que aspiran a un cambio, observar los coqueteos de Andrés Manuel López Obrador, el principal candidato de oposición, con el grupo que encabeza Elba Esther Gordillo. Tanto de palabra como en el acercamiento del yerno de la maestra, Fernando González Sánchez, el Peje no ha dicho que no a los requiebros de una mafia política desprendida del PRI que tuvo la astucia de subirse al barco ganador con Felipe Calderón en 2006 y ahora intenta regresar al poder trepándose en el proyecto de Morena.

El propio González fue subsecretario en la SEP durante el segundo sexenio panista (lo que fue considerado como la entrega de las llaves del bar al borracho) y la maestra recibió carteras relevantes en el gabinete de Calderón como el ISSSTE y la Lotería Nacional, entre otras.

La alianza tácita o explícita que parecería haberse fraguado entre el tabasqueño y la maestra es incómoda, por decir lo menos. Hasta antes de su encarcelamiento hace cinco años Elba Esther Gordillo era considerada por los mexicanos como epíteto de la corrupción. Sus desplantes políticos, las violentas prácticas sindicales, sus bolsos millonarios y sus gastos dispendiosos ejemplificaban lo más siniestro del sindicalismo charro. Cayó en desgracia no porque el sistema hubiese querido hacer un acto de justicia o limpieza sino por una estricta operación de venganza política. Al PRI de Peña Nieto le urgía castigar la traición de uno de sus generales y enviar el mensaje al resto de los capos del corporativismo. En otras palabras, Elba Esther perdió la inmunidad y cayó del poder no porque hubiera cambiado o como resultado de un acto de contrición, sino porque no encontró la manera de compensar el pecado y regresar al redil para subsanar la traición cometida en contra del PRI. Ahora, con su peculiar oportunismo, el PANAL, en teoría el partido del magisterio, ha apoyado formalmente al candidato oficial José Antonio Meade, pero Gordillo ha enviado al yerno a echarle porras a López Obrador.

En otras palabras, la Elba Esther que hoy busca poner sus activos al servicio de Morena no es un personaje redimido o transformado pese a sus cinco años de encarcelamiento. Aunque eso no parece importarle mayor cosa a Andrés Manuel. Como ha dicho Ricardo Raphael, el Peje se percibe a sí mismo como la pila de agua bendita capaz de exonerar de sus pecados al propio diablo.

Hay un costo, desde luego, y no es menor. Los besos del diablo dejan estigmas, aunque cicatricen. La alianza, aun cuando no se formalice, le ha generado todo tipo de críticas entre los detractores del puntero en las encuestas. Un pragmático sin convicciones es lo menos que se ha dicho en contra del candidato. Lo de Gordillo viene a sumarse a otros compañeros de viaje incómodos como el PES (el partido vinculado a movimientos cristianos), Cuauhtémoc Blanco y una multitud de tránsfugas del PRI, muchos de ellos de oscura reputación.

Pero la lógica de López Obrador es otra. En su calculadora política asume que el daño que estas acciones pueden provocarle entre los círculos intelectuales, en el código postal 11000 (Lomas y Polanco) y en las charlas de sobremesa de la clase alta y media-alta es poca cosa frente a la posibilidad de movilizar el voto popular. Reyes Heroles y Silva Herzog de cualquier manera no iban a sufragar por él. Sumar a decenas o centenas de miles de maestros a su causa, en cambio, podría hacer la diferencia. El grueso de la población no lee periódicos pero sí tiene un maestro de escuela al lado, una iglesia pastoral cerca o gusta del futbol. Tan sencillo como eso.

López Obrador busca denodadamente no solo los votos que lo hagan presidente sino también la fuerza de campo que permita vigilar miles de casilla en 300 distritos electorales. Su primer objetivo es ganar, el segundo que no le arrebaten el triunfo; y para ello necesita contar con un ejército de aliados que vigile palmo a palmo todo el territorio nacional. Algo que falló en 2006.

Y por lo demás, él da por descontado que sus alianzas son inofensivas y que sus convicciones no están en juego. En principio su gabinete ya fue anunciado al margen de estos compañeros de viaje, aunque ciertamente quedan muchas carteras de la estructura del poder a repartir. En todo caso frente el “haiga sido como haiga sido” de Calderón y lo que se vio por parte del PRI en Edomex, es evidente que AMLO asume que la batalla será ruda y no es el momento de ponerse purista. Lo dicho, un combate entre la pila de agua bendita y los besos del diablo. El yerno ha dicho que los maestros votarán por López Obrador. ¿Será?

@jorgezepedap

www.jorgezepeda.net

Jorge Zepeda Patterson
Es periodista y escritor.

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