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Gustavo De la Rosa

18/06/2019 - 12:05 am

EMMA, primera generación

Entre los meses de otoño y hasta llegar al día en que saldrían de vacaciones de navidad, que celebramos con una buena posada, se consolidó el grupo y todos se veían entusiasmados por las dinámicas utilizadas por Mario, el psicólogo y por Dora, la directora del programa; pero cuando ella nos informó que el periodo vacacional abarcaría hasta el día 6 de enero, caímos en una especie de depresión colectiva, convencidos de que todo lo que se había trabajado para estimularlos y agruparlos se iba a perder con un periodo vacacional tan largo. Nos parecía imposible que se hubiera sembrado en tan poco tiempo el entusiasmo por estudiar y salir adelante, y dudábamos que regresaran.

“Ciudad Juárez está dividida en dos grandes zonas, según la riqueza de los moradores; en el poniente viven los trabajadores y las personas más pobres de la ciudad, y en el nororiente las personas más ricas; Anapra está ubicada en el extremo poniente de la mancha urbana”. Foto: Nacho Ruiz, Cuartoscuro

QUINTA ENTREGA

En octubre de 2011 iniciamos el grupo piloto de EMMA y pronto advertimos que el centro comunitario del DIF en Anapra se convirtió en un polo de atracción para jóvenes que salían de las sombras y buscaban una nueva oportunidad en la vida. Empezamos con 17 jóvenes y la integración del grupo fue el primer reto; todos venían de diferentes sitios y eran muy desconfiados, pues estábamos en el momento de mayor violencia criminal en la ciudad.

Un joven, Gustavo, al participar en las pláticas de integración (que estaban diseñadas como una especie de juego para que los jóvenes se presentaran al pasarse entre sí una bola de estambre) nos sorprendió a todos al declarar que “sólo espero no ser asesinado la próxima semana”, que no veía otro futuro y esperaba que no sucediera, sólo eso. Así fue el primer mes, prácticamente integrándolos como un grupo, y forjando lealtad y confianza entre ellos.

Cuando platicamos los posibles resultados del programa con el profesor de Secundaria abierta, nos impactó que estimara que 40  por ciento de los participantes lo concluirían, ya que esas eran las tasas de certificación de secundaria, al contrastar los inscritos con los certificados. El psicólogo se llenó de terapias individuales, presentadas como “charlas en confianza” para quitarles la carga negativa de la palabra terapia, y fuimos confirmando que primero debíamos abordar la individualidad de los jóvenes y apoyarlos en la construcción de su identidad al mismo tiempo que arrancaba la capacitación en Derechos Humanos y lo académico.

Entre los meses de otoño y hasta llegar al día en que saldrían de vacaciones de navidad, que celebramos con una buena posada, se consolidó el grupo y todos se veían entusiasmados por las dinámicas utilizadas por Mario, el psicólogo y por Dora, la directora del programa; pero cuando ella nos informó que el periodo vacacional abarcaría hasta el día 6 de enero, caímos en una especie de depresión colectiva, convencidos de que todo lo que se había trabajado para estimularlos y agruparlos se iba a perder con un periodo vacacional tan largo. Nos parecía imposible que se hubiera sembrado en tan poco tiempo el entusiasmo por estudiar y salir adelante, y dudábamos que regresaran.

Llegó el primer día de clases y Dora se reportó, al filo de las tres de la tarde, a la oficina de Derechos Humanos que teníamos instalada en el interior del edificio de la Fiscalía Norte de Chihuahua, eufórica; no sólo habían regresado todos los inscritos, sino que trajeron nuevos alumnos. Así fue que, para el 15 de enero de 2012, ya teníamos los primeros 28 usuarios del programa.

Los patrocinadores también se animaron y empezamos una serie de pláticas semanales en las que algunos de ellos contaban a los jóvenes cómo habían superado los obstáculos de su vida; aunque era claro que el contexto en el que crecieron los patrocinadores era el polo opuesto del de los jóvenes, los obstáculos a esa edad, entre los 12 y 17 años, se ven enormes y se debe tomar valor para superarlos. Aunque no se puede simplificar, en el nivel de pérdida personal era tan dolorosa la separación de los padres entre los ciudadanos con gran patrimonio, como lo era la dificultad económica de los jóvenes del poniente.

Ciudad Juárez está dividida en dos grandes zonas, según la riqueza de los moradores; en el poniente viven los trabajadores y las personas más pobres de la ciudad, y en el nororiente las personas más ricas; Anapra está ubicada en el extremo poniente de la mancha urbana. Cuando hicimos un censo participativo en la zona encontramos que casi 20  por ciento de las familias que vivían allí estaban dentro de los índices de pobreza extrema, con menos de un salario mínimo de ingresos, y algunos de nuestros discípulos venían de ellas; estos eran jóvenes que llegaban, sin haber cenado la noche anterior y sin haber desayunado ese día, a la escuela que entonces designábamos como Escuela de Derechos Humanos. Ellos se identificaban a sí mismos como “miembros activos”.

Considerando que era de importancia que cada uno tuviera objetivos claros, pedimos que cada uno escribiera, de la manera más amplia posible, su nuevo proyecto de vida, y para marzo sus aspiraciones no sólo eran terminar la Secundaria, sino que al menos 20 de ellos se planteaban estudiar la Preparatoria o una carrera técnica.

En aquellas fechas, la oficina de la Alta Comisión de los Derechos Humanos en México, lanzó la iniciativa Declárate Defensor de los Derechos Humanos, y preparamos una ceremonia especial para que los jóvenes hicieran su declaración formal. Nos impactó el sentido que le dio a su vida esta ceremonia, que se celebró en abril y con mucha formalidad en un gran salón de recepciones del oriente, el más importante de la ciudad sólo usado para las ceremonias sociales más relevantes: el salón Cibeles. Algunos jóvenes ni siquiera conocían esta parte de la ciudad, menos el salón, y verse ahí les inyectó más ánimo y entusiasmo por salir de su pobreza y de los límites del barrio.

Este programa era muy cercano a la Mesa de Seguridad, que entonces jugaba un papel fundamental en la contención de la violencia en la ciudad y estaba actuando de manera conjunta con las instituciones de Seguridad Publica; esa cercanía permitió que los jóvenes, después de que superaran la etapa de maduración comunitaria y fuera momento de conocer la vida institucional, circularan por las oficinas de la Policía Federal, trabajaran comunitariamente junto con el Ejército, visitaran la Fiscalía y la PGR, y que fueran atendidos por los titulares de estas mismas dependencias. Todavía celebran entre ellos las peleas de box entre jóvenes y policías que realizaron en una de las visitas.

Cuando llegó el fin del año lectivo revisamos con el maestro el grado de avance de los alumnos en relación con los módulos de Secundaria Abierta y fue impresionante encontrar que, para finales de junio, el 100  por ciento de los jóvenes habían aprobado y tenía la capacidad para certificarse; no habíamos tenido una sola deserción.

La graduación se celebró por todo lo alto, con representación de las dependencias estatales y federales establecidas en Ciudad Juárez; la administradora de Cibeles nos volvió a facilitar las instalaciones y los jóvenes recibieron su diploma con orgullo y sus mejores galas, en algunos casos fue hasta entonces que conocimos a algunos de sus padres; este era un síntoma frecuente entre los estudiantes, sus padres estaban tan ocupados en las tareas de sobrevivencia familiar, que no le daban importancia los esfuerzos que hacia su hijo para terminar secundaria.

Después de esto tuvimos que prepararnos para la inscripción de los jóvenes en Preparatoria o en educación técnica que instrumentó el Cecati, y para septiembre de 2012 ya teníamos inscritos en preparatoria a 12 alumnos y 10 en su carrera técnica. Habíamos logrado terminar con el programa piloto y la primera generación de EMMA.

Gustavo De la Rosa
Es director del Despacho Obrero y Derechos Humanos desde 1974 y profesor investigador en educacion, de la UACJ en Ciudad Juárez.

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