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PANTEONES-COVID

CRÓNICA | Llegan las carrozas. De lejos, ven llorar a familias. Ellos son la última línea de la batalla

18/06/2020 - 8:20 pm

Casi tres meses después de que en Wuhan, China, se registraran los primeros casos de COVID-19, autoridades reportaron la primera defunción por la enfermedad en México. Era casi la medianoche del 18 de marzo cuando la noticia se regó y alcanzó al personal del velatorio en el Panteón Civil San Nicolás Tolentino, ubicado en la Alcaldía Iztapalapa. Ya era inevitable: pronto ellos se convertirían en “la última línea de batalla” contra el SARS-CoV-2.

Ciudad de México, 18 de junio (SinEmbargo).– “¿Es COVID?”, pregunta el delgado “astronauta”. La respuesta de su compañero hornero se pierde entre la tela que usa para evitar un contagio. No son ni las 9 de la mañana de un martes cuando dos carrozas fúnebres aparcan frente a ellos. Se abren las cajuelas de los vehículos y dos bolsas ocupadas con cuerpos, custodiadas aún por flores blancas, son bajadas y trasladadas hacia el pasillo que va perdiendo luz al acercarse a los crematorios. Luego el silencio. Es aquí, dicen, la última línea de batalla contra el coronavirus.

El 18 de marzo de 2020, justo a las 23:46 horas, autoridades federales confirmaron la primera muerte por la COVID-19 en México. Se trataba de un hombre que presentó síntomas 9 días antes y cuyo caso se complicó por la diabetes que padecía. La noticia llegó hasta el Panteón Civil San Nicolás Tolentino, ubicado en la Alcaldía Iztapalapa de la Ciudad de México. Óscar Palacios, coordinador del velatorio de ese cementerio, dice que hubo “una pequeña histeria colectiva”. Ya estaban preparados, asegura, pero los tomó por sorpresa porque aún percibían a los casos lejanos. Luego el SARS-CoV-2 se presentó como una ola.

Óscar cuenta que el trabajo en los últimos meses fue agotador en el Nicolás Tolentino. Sus horarios y equipos de trabajo tuvieron que ampliarse para lograr darse a basto. Antes de la pandemia global, en el lugar se llevaban a cabo servicios hasta las 2 de la tarde, pero cuando llegaron los peores días sus puertas permanecieron abiertas hasta las 8 de la noche para seguir recibiendo difuntos. Las jornadas, ya en el crematorio, concluían de madrugada. Iztapalapa es la demarcación más afectada por la COVID-19. Casi 7 mil contagios y cientos de muertes la colocan en ese primer puesto.

“El trabajo fue exhaustivo, también las medidas de seguridad por el virus: el uso de cubrebocas, de mascarillas, de trajes, botas, etcétera, para evitar un posible contagio. Todo eso ha repercutido. Al inicio todos trabajamos con un poco de miedo, pero ya con el tiempo se va agarrando seguridad, afortunadamente nadie del área ha sido infectado, quiere decir que las precauciones han sido adecuadas. No nos queda de otra, es una responsabilidad civil”, relata Óscar, de 52 años de edad, a unos metros de la entrada del velatorio, donde miembros de su equipo deben manipular los cuerpos de las víctimas para finalmente poder entregar las cenizas a las familias.

Labores en el crematorio de San Nicolás Tolentino. Foto: Carlos Vargas, SinEmbargo.
Velatorio del Panteón Civil San Nicolás Tolentino. Foto: Carlos Vargas, SinEmbargo.
Trabajadores trasladan un cuerpo hacia el crematorio. Foto: Carlos Vargas, SinEmbargo.
En los panteones trabajan junto a la muerte. Foto: Carlos Vargas, SinEmbargo.

LA ÚLTIMA LÍNEA DE BATALLA 

Óscar cruza las puertas negras del Nicolás Tolentino cerca de las 7 de la mañana. Saluda a los porteros y comienza a recibir llamadas de las funerarias. Programa los servicios y luego camina sobre una avenida en la que se alcanzan a ver las cruces del panteón. Cuando él lo indica, los motores de las carrozas fúnebres se encienden y avanzan hacia la parte trasera del velatorio. Luego de una maniobra los vehículos se echan en reversa y los “astronautas” con sombrero se aproximan. En camillas con ruedas son colocados los cadáveres, y luego atraviesan la última línea, la que separa la aún tenue luz del sol del pálido calor de una veladora. Sin palabras, los choferes de las carrozas son los últimos que despiden a los difuntos.

“La llamo a esta la última línea de la batalla. La primera obviamente son los médicos y las enfermeras, a quienes les toca lidiar con el paciente en vida. Nosotros somos la última línea, los que tenemos que atender a los caídos”, dice Óscar, quien lleva ocho meses trabajando en el cementerio.

“¿Cuál es la problemática aquí? Ya no es tanto el cuerpo, ya no es el difunto, la problemática son los familiares, porque no podemos ser insensibles al dolor de los mismos, pero tenemos que ser muy rígidos con los protocolos de seguridad. Cuando llega un difunto de COVID-19, por protocolo sólo puede entrar una persona a hacer los trámites y el cuerpo entra directamente a los hornos, ya no tienen la oportunidad de despedirse, y la gente forzosamente quiere despedirse del familiar. Son cosas en las que debemos mantenernos firmes para evitarlo, precisamente por la seguridad de nuestro personal y de ellos mismos”, relata. Luego se acomoda el cubrebocas azul que lleva puesto.

Los cuerpos son colocados en bolsas sépticas antes de llegar al Panteón Civil San Nicolás Tolentino. Por ningún motivo deben ser abiertas, por eso es que las familias no pueden, en los días de COVID-19, dar un último adiós a madres, padres, hermanos, hijos. Parte del trabajo de Óscar es dialogar con los deudos. “Se ve en la puerta del panteón, pues es donde entra una frustración del doliente porque no se puede despedir. Es difícil esa situación, y ni modo, tenemos que mantenernos firmes”, dice.

El panteón San Nicolás Tolentino en Iztapalapa. Foto: Carlos Vargas, SinEmbargo.
Los panteones se convirtieron en zonas de alto contagio. Foto: Carlos Vargas, SinEmbargo.
Ataúdes destruidos. Foto: Carlos Vargas, SinEmbargo.

“VA A LA BAJA” 

Tac, tac, tac, tac… Las ruedas de las camillas avanzan hacia el horno. Ahí los hombres, quienes usan trajes especiales, levantan las bolsas selladas y comienza un proceso de horas para que las altas temperaturas conviertan a los cuerpos a cenizas. Luego una vida es colocada dentro de una pequeña caja de madera. Durante meses, autoridades mexicanas han insistido en que se deben llevar a cabo cremaciones como parte de los protocolos de bioseguridad y sanidad. Sólo en casos en los que las personas no han sido identificadas o reclamadas se debe aguardar con el proceso.

“Zona de alto contagio”, dice una lona amarilla a metros de la última línea. A un lado una pila de restos de madera y otros materiales demuestra que cada ataúd, sin excepción, es destruido para evitar que sean reutilizados. Cerca se recarga Óscar para afinar detalles. A él le toca programar y coordinar el ingreso de los cuerpos, además de revisar que todos los documentos que presentan las funerarias estén en orden. No ha podido convivir con su familia durante meses, dice, pero insiste en que es su responsabilidad.

 “A mi familia, en este tiempo, pues prácticamente no la veo. Desde el primer infectado que llegó al crematorio, el primer caso, no hemos descansado un solo día. Pero todo para poner una parte de nosotros para apoyar en esta pandemia”, cuenta Óscar. Él vio cómo llegaron poco a poco casos de COVID-19, presenció también los días más saturados, pero ahora asegura que todo “va a la baja”, dando a entender que los peores días ya pasaron. De cifras, sin embargo, prefiere no hablar.

México se aproximó a las 20 mil muertes por la COVID-19 durante la tarde de este jueves 18 de junio. Es el séptimo país con más decesos por la enfermedad a nivel mundial, superado por Estados Unidos, Brasil, Reino Unido, Italia, Francia y España. Y en el Panteón Civil San Nicolás Tolentino el proceso se repite.

Carlos Vargas Sepúlveda
Periodista hecho en Polakas. Autor del libro Rostros en la oscuridad: El caso Ayotzinapa. Hace crónica del México violento de hoy. Ya concluyó siete maratones.
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