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Ernesto Hernández Norzagaray

18/07/2020 - 12:05 am

La derecha BMW

Es la historia de los rupturistas que utilizan las instituciones democráticas para avanzar en sus propósitos desestabilizadores. Afortunadamente su resonancia no corresponde con su influencia social.

Una persona sostiene una pancarta en protesta contra el Presidente de México Andrés Manuel López Obrador el pasado 8 de julio. Foto: Fernando Carranza, Cuartoscuro.

La oposición de derecha sube el volumen, agita banderas de clasismo, agria la conversación pública, sea desde la tribuna o los titulares de prensa, la columna periodística ad hoc, se acompaña de una franja pequeña de la academia, intentan romper el juego democrático en aras de la verdad, su verdad, sus fobias e intereses, no hay espacio para la confluencia democrática ni aún en la emergencia sanitaria porque todo es juego suma cero donde, lo que pierde uno, busca ganarlo el otro.

Imponer su visión por la fuerza. A esa mayoría silenciosa que se encuentra hoy en lo suyo. Preocupada por sus familias, las noticias alarmantes, el futuro incierto, y quizá, hasta su particular vuelta al individualismo. Aquella que al alejarse a lo suyo deja la política a sus profesionales y eso, sabemos, significa correr riesgos como sociedad.

Sean estos los que vienen de los partidos o los que se han montado a la ola del tufo criminal del coronavirus o, peor, nuestro singular “Deep State” (Estado profundo) que mueven hilos desde la trastienda, los sótanos de estos movimientos contestarios y con sello ciudadano. Y los hacen, con nuevos bríos y enojos exacerbados, luego de la visita exitosa de AMLO a la Casa Blanca sí, con quien consideraban su aliado ideológico y potencialmente político, pero que se hizo polvo cuando Trump hablo de su amigo, su buen amigo, Andrés Manuel.

Y ahora lo repudian en silencio porque sienten que los ha traicionado o esperan pacientemente que en caso de ganar la reelección estadounidense vuelva a las posturas más radicales o la venganza de los demócratas, o sea van a todas que alguna podría beneficiarles en contra del Gobierno de la 4T.

Y es que la derecha ante su fracaso electoral en 2018 y las señales adversas que mandan las encuestas para el 2021, incluso en la revocación de mandato en 2022, adoptan un discurso, una narrativa antisistema y antidemocrática, golpista sin precedente en el México contemporáneo que enturbia el ambiente político.

Y se lo facilita las instituciones democráticas, que para ellos están siendo capturadas por el “comunismo”, por lo que sus expresiones suben de color negro y adoptan un tono ríspido de odio, con el autoritario: “¡vete ya!”.

Es la historia de los rupturistas que utilizan las instituciones democráticas para avanzar en sus propósitos desestabilizadores. Afortunadamente su resonancia no corresponde con su influencia social. Su discurso antidemocrático y las columnas de autos de alta gama son su gran diferencia con el mundo de a pie.  Ese que les gritan en las calles y los califican de elitistas, de traidores a la patria.

Sin embargo, hay que reconocerles perseverancia, tesón y voluntad incansable para imponer su visión, sea a través de una narrativa más o menos elaborada, sea con artículos sesudos y gritos, pitidos o cacerolazos.

Quizá, lo que más les favorece, es que desde el Gobierno se les minimiza, se les considera irrelevantes, sin capacidad de influencia, cuando este debería apostarse por el debate de las ideas. Confrontar más allá de la seguridad de que no hay mejor plataforma para hacerlo que la conferencia mañanera. La voz de un solo hombre, un solo relato, una sola verdad. AMLO frecuentemente está solo, no se ve partido y aliados que lo acompañen, quizá porque él así lo desea, lo domina la idea de que el ganó la elección de todos los que hoy gozan de una representación política y es su derecho de defender lo “suyo”.

Pero, en política democrática, son los personajes de las instituciones quienes deben estar en el debate público. Son ellos los articuladores de los discursos colectivos. El personalismo debe ser la excepción, no la regla en el espacio público. Y, más, cuando son tiempos borrascosos que crispan los ánimos y llaman a la duda. A la incertidumbre. Que se vuelve una oportunidad grandiosa para las oposiciones menos sistémicas. Y, entre más altisonantes, mejor. El ruido mediático puede dilatar las lealtades ideológicas, partidarias, sufragantes y al mismísimo líder.

Y en eso está la columna de la derecha, en una suerte de acumulación de fuerzas, y en un país o un mundo que les ofrece oportunidades inesperadas. Por eso está en el dale y dale del fracaso de la estrategia en la lucha contra la pandemia, sin consideración, ni matiz alguno. Contra AMLO y López-Gatell todo. Ven en el manejo de la pandemia el precipicio del Gobierno. Y al que solo basta un empujón para que caiga en 2021.

Así, cuando decimos que los tiempos son difíciles, no estamos hablando de mañana. El futuro ya nos alcanzó con un cargamento de sorpresas. Viene con desempleo, pobreza, menos dinero fiscal en un entorno inédito, de crispación, desesperanzador, intemporal. Y, eso, a la larga, blandece cualquier opción de Gobierno. La socava. Pero lo que viene no necesariamente es mejor en una circunstancia de recursos públicos escasos. Con un Gobierno legítimo, pero sin duda que puede llegar a ser frágil, por su escaso margen de maniobra. De sostenimiento de políticas distributivas que aminoren desigualdades.

La historia nos enseña que las grandes crisis económica terminan abriendo la puerta a opciones duras. De intolerancia, la persecución, la exclusión de izquierda o derecha.  Y, en México, estamos siendo testigos ya de una avanzada con el discurso de intimidación, miedo, desconfianza que busca ir ganando puntos en un hipotético descalabro de la opción surgida de las urnas. La de los 30 millones de votantes y su 53 por ciento de la votación emitida -qué hoy el grupo de intelectuales que encabeza Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín afirma inexplicablemente que es minoría en la votación emitida y cuestiona las alianzas legislativas propias de sistemas presidencialista o parlamentarios democráticos-.

Sin embargo, su camino no tiene futuro mientras este pautado por la ley y sus elecciones, podrán refrendar o convencer a nuevos para su causa, pero ganar elecciones es otra cosa, es ofrecer un programa, unos candidatos moderados, menos envenenados por el rencor social, y sujetos a presupuestos y reglas de transparencia, a un electorado que sigue sosteniendo en las encuestas su voluntad de cambio, de apoyo al Presidente.

Entonces, las fuerzas democráticas deben atajar a esta oposición golpista a través del debate de las ideas, mostrar la debilidad e insolidaridad de su discurso envenenado, y mostrar que, si bien en el espacio democrático cabemos todos, este tipo de fuerzas siguen siendo minoría. Irrelevantes social y electoralmente. Sólo así estaremos hablando de una democracia que se sirve a sí misma. Que ordene la competencia y los actores políticos se manejen con respeto a sus reglas. Que no son otras que las salen de la chistera del voto y la representación.

Sólo así, con una democracia fuerte, podemos aspirar hacer lo que están haciendo otros países para atender mejor los problemas ingentes del presente pandémico y eso vale para todos, sean los ultras de derecha, pero también los de izquierda. Una lógica de polos, de discursos exaltados, de lenguaje maniqueo, no le sirve a la nación, a las instituciones, a la vida difícil de los ciudadanos.

¡Al tiempo!

Ernesto Hernández Norzagaray
Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Ex Presidente del Consejo Directivo de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales A. C., ex miembro del Consejo Directivo de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política y del Consejo Directivo de la Asociación Mexicana de Ciencia Política A.C. Colaborador del diario Noroeste, Riodoce, 15Diario, Datamex. Ha recibido premios de periodismo y autor de múltiples artículos y varios libros sobre temas político electorales.

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