Juan José Arreola, la centuria de un orfebre ilustrado

18/08/2018 - 12:03 am

El 21 de septiembre Juan José Arreola cumple 100 años. Muchos escritos y muchos homenajes se llevan a cabo para recordar lo que Leopoldo Lezama llama “uno de los mejores narradores que ha dado México”. Amigo de Juan Rulfo y autor de dos obras esenciales: Varia invención (1949) y Confabulario (1952), es recordado aquí como “el orfebre ilustrado”.

Por Leopoldo Lezama

Ciudad de México, 18 de agosto (SinEmbargo).- Uno de los mejores narradores que ha dado México jamás se consideró escritor profesional sino un “amante de la literatura”; como pionero de los talleres literarios, tampoco se vislumbró como un maestro de escritores, y en cambio pensaba que su única virtud consistía en saber observar “la grandeza ajena”. No obstante, Juan José Arreola es uno de los más altos orfebres de la lengua castellana, cosa que con humildad, el narrador adjudicó a sus antepasados: “Procedo en línea recta de dos antiquísimos linajes: soy herrero por parte de madre y carpintero a título paterno. De allí mi pasión personal por el lenguaje”, dice en un texto autobiográfico. Audodidacta, “impresor, comediante y panadero”, aprendiz de encuadernador y de tipógrafo, actor y vendedor de enciclopedias, Arreola fue también miembro del Departamento Técnico del Fondo de Cultura Económica, casa editorial que publicó sus dos obras esenciales: Varia invención (1949) y Confabulario (1952). Estos libros, a criterio del crítico Emmanuel Carballo, abrieron un cauce en la literatura mexicana del siglo XX: “Arreola nació adulto para las letras, salvando así los primeros titubeos. Poseedor de oficio y malicia, dueño de los mecanismos del cuento, rápidamente se situó en primera línea”. Es Carballo precisamente quien mejor captó la impresión que dejó Arreola en los jóvenes escritores de entonces: “A mí me dejó fascinado Arreola porque hablaba y hacía pirotecnias con el lenguaje. Y lo más hermoso es que esas pirotecnias no se quemaban en el aire, estaban tan cargadas de sentido que al caer sabían a cosas que tú estabas necesitando para ser mejor escritor”.

Juan José Arreola, “transido de amoroso desvelo, bajo el peso de su cítara inaudita”, se alza como un alto ejemplo de la prosa exquisita. “Enamorado sacrílego y demente”, ha alcanzado el “paraíso de su locura”: una poderosa capacidad de hacer símbolos a partir de los movimientos del espíritu; una escritura que ha dejado en el curso de la narrativa mexicana piezas de magnífica arquitectura verbal, “adornos y pétalos marchitos, restos de vino y esencias derramadas”. El de Arreola es un lenguaje pulido hasta el relumbramiento; sus cuentos depurados al extremo hacen visible ese “arduo y triunfante proceso de sublimación”. Quizás porque el ser humano es complejo “y los abismos atraen”, Arreola vivió a la orilla de sí mismo, en un lugar donde pudo observarse a plenitud: “Narciso repulsivo, me contemplo el alma en el fondo de un pozo”. Arreola es el lenguaje fulgiendo en su esplendor perdurable; es la metáfora del vertiginoso mundo interior como el bello texto “Libertad”, magistral descripción de su andamiaje profundo: “Leves e insidiosos pensamientos de rebeldía vuelan como mariposas nocturnas en torno de la lámpara, mientras sobre los escombros de mi prosa jurídica, pasa de vez en cuando un tenue soplo de marsellesa”.

Desde su primer texto, “Hizo el bien mientras vivió”, Arreola trazó la ruta que persiguió en buena parte de su literatura: la creación de fábulas donde se hicieran evidentes las contradicciones del espíritu; una literatura “con una abrumadora cualidad de espejo”, como el sapo de su Bestiario. Arreola es una rareza en la narrativa mexica; en sus textos se entrecruza el ensayo, la reflexión filosófica y la poesía como la piedra de un volcán de incontenible poder imaginativo. Y en el fondo hierve como una lava latente el tema del bien y del mal, como la gran disyuntiva que marca el devenir del ser humano: un hombre caído en desgracia se encuentra al diablo quien le ofrece riqueza a cambio de su alma; Giovanni Papini quiere descubrir el gran secreto de la humanidad entrevistando a Adán y Eva en el infierno; en algún momento, los niños no quieren nacer pues “tal vez no sea este en que vivimos, el mejor de los mundos posibles”. ¿Cuál es entonces el mejor de los mundos para Juan José Arreola? El de la ficción, espacio donde ejerció como muy pocos en nuestras letras; en Arreola la literatura es un arma letal que le otorga un poderoso sentido a la existencia: ”En el rápido viaje de su puñal, como en un relámpago, veré iluminarse mi alma sombría”, escribió en “El asesino”.

Visionario, Arreola sabía que, empujada por el comercio, la literatura se encaminaría por derroteros menos hondos: “Viejo a más no poder como representante de una literatura a punto de extinguirse, me anima el afán de renovarme en jóvenes nostálgicos de una vida más bella: cosa que no ha sido, pero que puede ser y que será”. Juan José Arreola, portentoso registro de una imaginación privilegiada, “sabio demente cuyo nombre no ha sido revelado”, sigue alumbrando a un siglo de su nacimiento.

II Arreola y Rulfo, el espejo roto

No es extraño que por décadas se haya relacionado a Juan Rulfo con Juan José Arreola. Ambos comparten nombre, nacieron en pueblos conectados por un valle de montañas al sur de Jalisco y casi en la misma fecha: Arreola en 1918, año que se creyó por mucho tiempo correspondía también al de Rulfo, hasta que, gracias a documentos diversos, se supo que el sayulense era de 1917. Además, con sus respectivas obras publicadas en el Fondo de Cultura Económica, dieron nuevos bríos a la literatura mexicana. Pero son más los canales que los entrelazan casi como en una suerte de binomio milagroso: ambos tuvieron una estrecha amistad durante los periodos en que redactaron sus obras capitales: 1943- 1945 y 1953-1955. De niños, cuenta Arreola, fueron vecinos en Zapotlán cuando la familia de Rulfo andaba a salto de mata a consecuencia de la revuelta cristera. Su encuentro definitivo ocurrió a finales de 1943 en Guadalajara, cuando Arreola publicó su primer cuento en la revista Eos, “Hizo el bien mientras vivió”. En 1945 colaboraron en la revista Pan de Guadalajara, en la cual Juan José Arreola y Antonio Alatorre eran editores y Rulfo vio impresos algunos de sus primeros cuentos. Hay un momento esencial en que las vidas de Arreola y Rulfo se entrecruzan: la tercera promoción de las becas Rockefeller del Centro Mexicano de Escritores (1953-1954) donde Rulfo escribe Pedro Páramo y Arreola batalla con los primeros borradores de La feria (es el año en que los dos grandes cuentistas dan el salto a la novela). Además, llama la atención que los dos hicieron una única novela con características formales semejantes: la fragmentariedad, la multiplicidad de voces, la simultaneidad de planos. Y aunque Juan José Arreola publicó La feria en 1963, su concepción ocurre al mismo tiempo en que su colega está redactando la novela mexicana más reconocida mundialmente hasta nuestros días.

Juan José Arreola y Juan Rulfo, dos grandes amigos. Foto: Especial

Arreola afirmó que diez años antes de su publicación en 1955, Rulfo le habría leído el inicio de Pedro Páramo en Guadalajara y que la novela no comenzaba con la escena de Juan Preciado en su camino a Comala sino con un monólogo de Susana San Juan desde la sepultura. Más célebre aún es la afirmación del tallerista sobre la supuesta ayuda que ofreció a su amigo en el ordenamiento final de su novela, pues Rulfo, agobiado por la prisa de entregar el original al Fondo de Cultura, tenía problemas con la estructura y pensaba aún en establecer una cronología: “quería hacer todavía una sucesión”, declaró Arreola: “Porque un sábado en la tarde decidí a Juan y el domingo se terminó el asunto de acomodar las secciones de Pedro Páramo y el lunes se fue a la imprenta”. De lo primero, hay declaraciones de Rulfo en torno a que en efecto la novela estuvo en su cabeza “por diez años”, lo cual coincide con la fecha que propone Arreola como el origen de Pedro Páramo. De la supuesta ayuda en el ordenamiento de la novela, es algo improbable si tomamos en cuenta los primeros informes de Rulfo al Centro Mexicano de Escritores donde refiere que ha encontrado en la fragmentariedad “el tratamiento con que se irá realizando el trabajo”, lo cual anula esa supuesta intención de organizar una “cronología” (por demás está decir que la naturaleza de la escritura rulfeana es fragmentaria). Más allá de leyendas, Arreola ha mencionado influencias importantes del jaliscience: Jean Giono, Marcel Aymé, Gerhart Hauptmann, Hans Carossa. Además, sus juicios sobre la la obra de Rulfo son muy acertados: “Juan Rulfo hereda y consuma los procedimientos mejores de los hombres que han hablado de la tierra de México, de los hombres que han hablado de las mujeres, de los hombres y también de los niños de México”.

Otras extravagantes situaciones los unieron: colaboraron con Emilio el Indio Fernández en la elaboración del guión de la malograda cinta Paloma herida (meses en los que, según el autor de Palindroma, Rulfo se halló de frente con la espiral del alcohol). La última vez que se encontraron fue en Buenos Aires, en un encuentro con Jorge Luis Borges, Mario Benedetti y Augusto Roa Bastos y donde Rulfo comentó a Arreola ante el público argentino: “Oye, ¿ya te diste cuenta que en tu pueblo están desenterrando a los muertos?”. Juan Antonio Ascencio ha contado a detalle el funeral de Juan Rulfo el 7 de enero de 1986 en la funeraria de Gayosso, a donde llegó Juan José Arreola a robarse la noche: “¿Cómo fue? ¡Qué barbaridad! Mejor me muriera yo. Éramos del mismo pueblo. Del mismo año. Siempre fuimos amigos. Éramos hermanos desde jóvenes”.

III Apostilla

Amigos en común han guardado valiosas anécdotas de los grandes prosistas mexicanos: Alí Chumacero recuerda que el día que Rulfo llegó a las oficinas del Fondo de Cultura a entregar el original de Pedro Páramo, iba acompañado de Juan José Arreola y juntos hablaron de la promoción de la novela; “Les quedó muy bien”, sentenció el poeta. Ana Mari Gomís, amiga y alumna de Rulfo en el CME, recuerda que una ocasión llegó el narrador a las sesiones con sus alumnos y dijo haberse encontrado a Juan José Arreola a pocas calles; contó que el de Zapotlán quiso demostrar su condición física (frente al exiguo talante de Rulfo) y entonces se trepó a lo alto de un árbol: “¡para que veas que todavía puedo!”.

Hace apenas unos días, al comentar con un grupo de veteranos del Sindicato de la Universidad Nacional que escribiría un texto sobre Juan José Arreola para la revista de la UAM, un hombre se acercó para contarme una anécdota. Me apartó unas mesas adelante y comenzó su relato. Omitiendo el lugar y la fecha (infiero que sería a principio de los años ochenta), recordó una reunión de intelectuales donde Juan Rulfo estaba presente. Dijo que Rulfo platicaba con Juan de la Cabada cuestiones familiares y de trabajo, cuando en el correr de la charla salió el nombre de Juan José Arreola. Entonces Rulfo, poniendo un gesto de disgusto, dijo: “No me hables de ese cabrón porque se ha convertido en un clown”. Sin advertir el nerviosismo de su interlocutor, Rulfo siguió soltando calificativos de su viejo amigo, cuando de pronto sintió una palmada en el hombro.

-Qiúbule Juan, tanto tiempo sin vernos.

-Qué hay Juan, pues aquí nomás, nos acordábamos de ti.

-¿Oye y qué ha sido de ese Pedro Páramo y esa Susana San Juan?

Pues se fueron de Comala para hacernos un espacio a nosotros.

Leopoldo Lezama, columnista invitado. Foto: Especial

Leopoldo Lezama es editor y ensayista. Ha colaborado en antologías, revistas y suplementos culturales como Confabulario, Expresiones, Variopinto, La gaceta del Fondo de Cultura Económica, Revista mexicana de literatura, Casa del tiempo, Inundación Castálida, entre otras. Ha trabajado en Penguin Random Hose Mondadori y el Fondo de Cultura Económica. Actualmente dirige la revista electrónica Máquina. Este artículo fue publicado por primera vez en la revista Casa del tiempo de la UAM.

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