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Julieta Cardona

18/08/2018 - 12:00 am

La verdad

También perdiste la expo esa. Entonces comenzaste a caminar hasta que te echaste en una banqueta cualquiera a mirar cómo pasaba la gente. Mordiendo una manzana, haciendo mofa de ti, preguntándote si todo era culpa de la luna que estaba creciendo. Y cuando volteaste para arriba, estaba esa mujer, imperturbable como un deseo primitivo.

A un lado del DanubioFoto: Julieta Cardona

Apenas comenzaste a caminar por el Danubio, sentiste la verdad. Esta es la verdad, así se siente, te decías. Y mientras más caminabas, más claro te quedaba que la verdad vive donde el alma: donde los pensamientos no la ensucian.

No fue, para nada, una cosa sencilla. Tenías, sabrá cuánto tiempo, preguntándote qué es la verdad. Y, bueno, antes de sentirla bien clarita, pregonabas a placer que tu verdad tenía que ver con las moras azules, la salvia caliente, el tanqueray, la comida mexicana en cualquier esquina, la danza de las flores, los puentes medievales y las mierdas artesanales que tanto te gustan. Lo que asumías como placeres y necesidades, decías, esenciales. De este mundo. Básicas. Orgánicas, mira, todas orgánicas. Naturalitas.

Pero la verdad era otra cosa: luz.

¿Recuerdas? Aquel día todo salió del carajo. Ibas rumbo a una exposición que te volaría los sesos, según tu madre. Se llamaba “De Monet a Picasso”, algo así. Mira, a mí Picasso me importa una mierda, pero Monet me hace llorar, dijiste y saltaste al tren. Había desvíos por toda la ciudad, y policías, y montones de luces y señalamientos. Entonces tu tren también se desvió. La gente bajó y se anduvo en todas direcciones, como si, ansiosos, atendieran el fin del mundo. Excepto tú. No porque no quisieras sino porque eras turista y además merodeabas perdida.

También perdiste la expo esa. Entonces comenzaste a caminar hasta que te echaste en una banqueta cualquiera a mirar cómo pasaba la gente. Mordiendo una manzana, haciendo mofa de ti, preguntándote si todo era culpa de la luna que estaba creciendo. Y cuando volteaste para arriba, estaba esa mujer, imperturbable como un deseo primitivo.

Tu verdad era ella. Ella que vivía entre tus pensamientos. Ella que no podía ser modificada ni por todos los miedos ni fractales ni alborotadores ni plagas ni cristales de cuarzo ni roca de lava ni sándalos ancestrales ni lenguas distintas. Ella, que ni por todos los vientos del mundo.

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