México
VANGUARDIA DE SALTILLO

Una computadora y 9 hijos: Los malabares de Celina para darles educación en tiempos de COVID-19

18/10/2020 - 10:30 pm

Celina se volvió maestra de sus nueve hijos, con tan solo un ordenador y un celular para descargar y enviar tareas. Tiene horarios para los del preescolar, primaria, secundaria y preparatoria, fue lo que le dejo la pandemia.

Saltillo, Coahuila, 18 octubre (Vanguardia).- “Mira, esta es la escuela, la sala de estudio”, dice Celina y señala dos bancas con paleta y en la paleta unos cuadernos… los cuadernos son de los chicos.

Y Celina señala, tantito más allá, un módulo de esos como de oficina, donde hay una computadora de escritorio.

La computadora de los chicos, que les regaló a los chicos, el padrino de los chicos.

La escuela de los hijos de Celina Rembao Villa queda al fondo de la cocina-comedor, en un rincón de la casa como de dos metros por tres.

La escuelita de los 10 hijos de Celina.

Diez contando al pequeño Emilio que “está en el cielo”, dice Celina, cuidando de Celina, de Gustavo, el papá, y de sus otros nueve hermanos.

Celina y Gustavo tuvieron, tienen, 10 hijos.

Los 10 hijo de Celina son unos niños y jóvenes amados. Foto: Jesús Peña, Vanguardia

La mayoría de los hijos de Celina y Gustavo son de escuela: dos de kínder, cuatro de primaria, uno de secundaria y otra de bachillerato.

Cuesta trabajo imaginar cómo le hará Celina, que no es maestra de escuela, para ayudar a sus hijos con las tareas de esta era de clases virtuales que trajo la pandemia.

En la casa de Celina, Adonis 399, Ciudad Las Torres, hay solo un celular, un computador de escritorio, 9 chicos, todos de escuela.

Todos, menos Aquiles, el más nene de todos.

“Es un celular viejito, no puedo darme el lujo de comprarme uno grande porque tengo otras prioridades con ellos, pero tengo un celular. Conozco mamás que dicen ‘tengo dos niños y ya me ando fastidiando’, y yo les digo ‘no es que tengas dos, es que tienes que tener amor para ellos, tienes que dedicarte…’, es fácil”, dice Celina.

Y dice que al principio, cuando empezó todo este chisme de las clases en línea, ella y los niños se acostaban de madrugada imprimiendo las planeaciones, preparando tareas y mandando evidencias por el celular.

“La primera semana fue un caos. Si yo ya tenía mi horario de hacer la comida, los quehaceres del hogar, ya no podía. Ora soy maestra, no soy maestra, pero ya soy maestra de ellos.

Con hijos en los cuatro niveles de educación, Celina debe oficiar de maestra, desde lo más básico, hasta matemáticas complejas. Foto: Jesús Peña

Nada más teníamos la pantalla y luego a la del kínder que ponle los videos y luego que no teníamos la conexión esa de internet porque aquí en la casa no hay poste. Batallé tanto para que vinieran a poner el internet porque que no había de dónde, pero ya vieron el modo, hasta el del internet dijo: “no, déjeme veo la manera porque son muchos niños, no, para ayudarla porque cómo le va a hacer”.

Hasta que el padrino de los chicos les trajo un ordenador de escritorio con todo y su escritorio.

Ahora solo la sufren cuando las clases de los niños se empalman, que son al mismo tiempo.

“De hecho cuando fui al kínder a llevar una papelería de María Belén, la maestra me dijo: ‘¿por qué no se conecta?’, le dije ‘maestra, le mandé por escrito… No se ha conectado porque en la casa nomás se cuenta con un celular, pero ella está haciendo sus trabajitos en su cuaderno…’”.

En casa de Celina solo hay un celular para 10 nenes.

Y entonces los más críos, que son tan conformes, le dan prioridad a Tadeo, el de secundaria, y a Alondra, que estudia la preparatoria, los mayores de la familia, para que bajen sus tareas.

Mientras sus hermanos que asisten unos a la primaria y otros al jardín de infancia, se ponen a ver las clases por televisión.

Recién mientras se reporteaba y escribía esta nota, Celina logró comprar una laptop. Foto: Jesús Peña

UNA CARRERA TRUNCA QUE ESTÁ EN PLANES RETOMAR

A Celina, que se quedó como pasante de abogada, le faltaron pocas materias y dice que va ayudando, uno por uno, a sus hijos con sus quehaceres escolares.

Se mete al internet y consulta los temas para saber más y explicarles mejor a los niños.

“No pierdo la esperanza de un día terminar mis materias, mi carrera y… no, nunca es tarde”, comenta.

A veces Alondra y Tadeo se duermen a las tres de la mañana, Alondra enseñando matemáticas a Tadeo.

Cuesta trabajo imaginar cómo hará Celina para cumplir con la escuela de sus 10 hijos y mantener la casa al centavo.

—¿Y por qué fue que tuvo tantas criaturas?—

Quería tener muchos hijos, siempre fue mi sueño. Aunque la gente me critica… Cuando salimos a alguna parte y ven que se bajan (del carro) tantos niños… Hay gente que se ha burlado de nosotros, se ríen. Nos tocó una vez que mi esposo nos invitó a un restaurante a comer. Recuerdo muy bien. Pedimos que nos juntaran dos mesas porque no cabíamos todos. Estaba una pareja enfrente burlándose de nosotros… riéndose y mi esposo, “déjalos”. Ya con el tiempo te vas acostumbrando a ignorarlos. Luego llegaba a la escuela y los maestros “¿son suyos todos? Te voy a decir mi lema: ‘si mi abuelita pudo’ con 12-11 en el rancho y todos estudiaron, yo también voy a poder con todos….

Hijos de Celina. Foto: Jesús Peña

Dentro de unos 20 años te voy a hablar y te voy a decir, ‘vamos a la segunda entrevista’, y te voy a decir, ‘¿te acuerdas?, y mira ahora todos, ya grandes, gracias a Dios…

HACER TODO A LA DÉCIMA POTENCIA: COMER EN FAMILIA ES TODA UNA EXPERIENCIA

Además de los malabares para educarlos, Celine dedica enorme esfuerzo y recursos para alimentar y cuidar a sus hijos; Gustavo, su esposo trabaja duro y está siempre al pendiente

Mediodía de viernes.

En la sala de la casa de Celina con altar, un San Judas Tadeo monumental y varios cuadros de la Guadalupana, sus niños juegan en torno a un sofá verde soldado que les pasó la vecina de al lado: “la vecina de al lado que se cambió. Le dije ‘pos tráeselos, ái que se sienten’”, cuenta Celina.

Por encima del griterío que han armado los chicos, cuatro hembritas, seis varones, se oye la voz aguda de Celina, un vozarrón que Celina ha desarrollado, quizá por obra de la adaptación, para poder comunicarse, hacerse escuchar por encima del alboroto de sus críos.

Pero Celina no es de las madres que se hartan, que regañan, que propinan coscorrones, pellizcos, nalgadas, no…

“Ya no estén jugado así porque se pueden caer y se pueden pegar en la cabeza y ahorita no podemos ir a los hospitales”, les dice Celina a los chicos que andan echando carreras por toda la casa.

Camilo es el tremendo de la familia.

Foto: Jesús Peña, Vanguardia

A veces los nenes de Celina hacen tanto ruido que, dice Celina, un día una delicada vecina del barrio le mandó traer unas patrullas para que los silenciaran.

“’Es que tienen que correr’, les dije a los policías, ‘son niños, es alegría”, cuenta Celina.

Y les dijo a los patrulleros que si gustaban pasar a la casa para que le ayudasen a cuidarlos…

“Son mis niños, están viendo la tele y están jugando”, les digo.

Los patrulleros pegaron la vuelta y no volvieron más.

DE CÓMO NACIÓ UN AMOR

Celina se está acordando de cuando conoció a Gustavo Valdez Ortiz, su marido, un trailero.

Fue en la ruta 14.

A la sazón ella estudiaba en el Ateneo Fuente y él en el Tecnológico.

Gustavo la miraba mucho cuando iban en el camión, pero no le hablaba, la creía una chocante, le confesó después.

El pequeño hijo fallecido. Foto: Jesús Peña, vanguardia

Hasta una tarde de años más tarde que hubo un apagón en Ciudad las Torres y Celina, que ya estaba en Derecho, se quedó sin imprimir un trabajo de penal porque la electricidad se había ido también en el único ciber que había en el barrio.

Entonces Celina no tenía computadora ni impresora.

En ese tiempo, narra Celina, empezaba todo ese chisme de la tecnología.

Celina tenía que ir hasta el centro, al único ciber que había en la calle de Victoria, y tenía que pasar, de camino rumbo a la parada de la 14, por una plaza donde solían juntarse los plebes de la colonia a jugar fut.

Ahí estaba Gustavo, jugando fut, la ropa sucia, sudada.

Apenas miró a Celina ,Gustavo corrió a su Cougar y arrancó para alcanzarla.

Que si la llevaba, “Celina te llevo”, le dijo y ella que, ‘este…’, no sabía qué decir.

Por fin subió al carro.

De ahí en adelante fueron invitaciones, salidas, que una nieve, que una paleta Magnum de almendras.

Se pusieron de novios.

Ya luego se casaron.

Cuenta Celina y enseña una foto de ella y Gustavo el día de su boda: Celina de blanco, radiante; Gustavo de traje, la cara afeitada, los dos sonrientes.

Y ya luego vinieron los nenes: 10.

Celina, 36 años, se ahorra los detalles de los nacimientos.

Diez nacimientos para una nota, no alcanzaría, no da, son demasiados, una novela.

¿Y EL PAPÁ?, TRABAJA DURO PARA QUE NADA FALTE

Gustavo, 38 años, el patriarca, es trailero, Celina dice “chofer de tractocamión de quinta rueda”, y la mayor parte del tiempo se la vive en las carreteras. Solo unas semanas está con Celina y sus 10 nenes en la casa, pero casi nunca está, hoy tampoco está.

“Anda siempre de viaje, dura hasta seis meses sin venir, tres meses, y cada fin de semana depositando, depositando y depositando dinero, pos… para sus chamacos que tiene que sacar adelante. Casi por lo general estoy yo sola echándome el paquete con los chicos, con los 10”,

Pero cuando Gustavo está en casa, que regresa de sus viajes, hace hamburguesas, corta el menudo, arregla las tuberías, siembra arbolitos en la banqueta de la casa.

Más tarde Celina le pondrá el teléfono:

Que qué bueno que vino reportero, que cómo está y que “qué la parece mi numerosa familia. Ni modo, hay que echarle ganas”,

Celina está nombrando, por su nombre, uno por uno, a todos sus retoños.

EN EL REINO DE LOS GUSTAVOS

Es curioso, pero todos los hijos varones de Celina se llaman Gustavo, como el padre, y después otro patronímico: Gustavo Tadeo (14 años), Gustavo Miguel (10 años), Gustavo Camilo (siete años), el tremendo de la familia; Gustavo Javier (6 años), Gustavo Gustavo Emilio, (tres años) y Gustavo Aquiles (un año y medio).

Emilio es el hijo de Celina que “se fue al cielo” hace tres años.

“Siempre hablamos de Emilio como si estuviera con nosotros, o sea son 10, tenemos uno en el cielo, soy la mamá de un ángel que está en el cielo y él va a morir hasta el día que yo esté con él…”.

A Emilio le entró una bacteria en un hospital del IMSS mientras estaba internado y falleció.

Tenía un mes.

Celina llevó sus restos a un nicho de la Iglesia de la Luz, la iglesia a donde la familia asiste.

Relata Celina, pero no llora.

Las hijas de Celina, cuatro, se llaman Gabriela Alondra (17 años), María Victoria (4 años), María Belén, (5 años), y Gretel Celina (9 años).

Los hijos de Celina no son huraños, nada vergonzosos, nada mal educados.

Dan la bienvenida, acompañan en la sala, conversan, juegan con Lucky, la gata gris que hace unos días rescataron de la calle.

Alguien vino a tirar a unos gatitos en el baldío que queda frente a la casa y ellos adoptaron a la gata gris.

Avanza la tarde y Alondra, la mayor de todos, 17 años, viene hasta la sala y dispara a quemarropa que si hay que tomar alguna fotografía, la fotografía familiar donde no aparecerá Gustavo, el padre porque está trabajando; se haga ya, ella se tiene que ir a casa de su abuela para tomar clases y no regresará en un buen rato.

La Alondra quiere ser médico militar, dice Celina.

EN LA CASA DE CELINA TODO ES NUMEROSO.

Tan solo en un almuerzo los hijos de Celina se comen 2 kilos de huevo, un kilo y medio de papas.

En una comida con tostadas, unas 60 tostadas de pollo. Si se sirven gorditas, 80 gorditas rellenas con diferentes guisos. Si es pasta, un kilo de pasta.

Y en una cena, si son tacos, 70 tacos de frijoles con chorizo u otro guiso.

“Es muy bonito. A mí me encanta estar en mi casa, atenderlos, a pesar de que son muchos están bien atendidos, son niños felices. Dice una amiga ‘no, Celina, mis respetos’.

“Me dice la gente ‘y cómo le hace, son muchos para cambiarlos y vestirlos…’. Les digo ‘entre todos se ayudan’, no repelan ni pelean. Lo que sí pasa es que a veces como que no tengo un tiempito para mí… Pero no importa, yo sé que un día ellos van a responder…”.

Aquiles, el más pequeño, el de cabellos rubios y lacios, el regalo del 10 de Mayo de Celina, porque Aquiles nació un 10 de mayo, que ya camina y balbucea algunas palabras; pasa la mayor parte del tiempo en los brazos de la mamá.

En este momento está jugando a gatear sobre el pecho de Tadeo que está tumbado en otro sofá de la sala.

El Tadeo que quiere ser piloto de avión, también ya ha hecho su tarea y solo espera que den las tres para tomar una clase a distancia.

LA PANDEMIA LES CAMBIÓ TODO

Antes de la pandemia, relata Celina, la vida en esta casa era más sencilla: levantarse a las 05:00 de la mañana para preparar el desayuno de sus 10 hijos, contando a Emilio “que está en el cielo”, llevar a los nenes a la escuela, traer a los chicos de la escuela, luego la comida, las tareas, las cena, dormir.

Los fines de semana salir a pasear.

Hoy, aparte de ser mamá Celina tiene que ser maestra, sin ser maestra, de Preescolar, Primaria, Secundaria y Preparatoria.

Y así transcurre la vida de Celina Rembao Villa, la señora que tiene 10 hijos….

—¿Qué le pide a Dios Celina?—

Que me dé mucha salud y vida para ver al último de mis hijos, para salir adelante…

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