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Sandra Lorenzano

19/05/2019 - 12:03 am

Un hacha que en la selva rompe el mar helado

“Pienso que sólo debemos leer libros de los que muerden y pinchan. Si el libro que estamos leyendo no nos obliga a despertarnos como un puñetazo en la cara, ¿para qué molestarnos en leerlo? (…) Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros. Eso es lo que creo.”* Esta frase de […]

Migrantes esperan la salida de un tren. Foto: Cuartoscuro

“Pienso que sólo debemos leer libros de los que muerden y pinchan. Si el libro que estamos leyendo no nos obliga a despertarnos como un puñetazo en la cara, ¿para qué molestarnos en leerlo? (…) Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros. Eso es lo que creo.”*

Esta frase de Kafka vuelve a mí cada vez que abro el Libro centroamericano de los muertos** de Balam Rodrigo (Villa de Comaltitlán, Chiapas, 1974); páginas que trenzan un trabajo poético profundo con una búsqueda ética irrenunciable hoy en nuestro país.

…y a todos los migrantes de Centroamérica: mi lengua y mi corazón trashumante, dice una de las dedicatorias del poeta chiapaneco. Las otras son a sus padres y hermanos. Y ahí está el inicio de la migración que como eje marca todo el texto: de la experiencia individual y familiar al drama social de migrar hacia Estados Unidos atravesando un país –México- cuya frontera sur está teñida de violencia y muerte. Canto que recrea las voces de hombres, mujeres y niños asesinados allí, en una suerte de Antología de Spoon River de la pobreza. En la cual esa entrañable polifonía de los muertos que escribió Edgar Lee Masters y que marcó tanto a Rulfo, se vuelve desgarrado testimonio de la realidad de un territorio que pareciera expulsar, por caminos de sangre, a propios y a extraños.

El Libro centroamericano es testimonio del horror: la Bestia, un nuevo tren de la muerte como aquellos que atravesaban Europa rumbo a los campos de concentración, los “polleros” y sus traiciones, los secuestros, las violaciones… un infierno del que surgen de pronto las palabras del poeta.

Y Dios también estaba en exilio, migrando sin término;
viajaba montado en La Bestia y no había sufrido crucifixión
sino mutilación de piernas, brazos, mudo y cenizo todo Él
mientras caía en cruz desde lo alto de los cielos…

Libro centroamericano de los muertos. Foto: Especial

Entre la Biblia (“Considero que mi primer contacto con la poesía es por medio de la Biblia —básicamente un libro de poesía, al margen de la cuestión religiosa—“) y unos versos del poema “Ajedrez” de Borges (“¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza / de polvo y tiempo y sueño y agonías?”)***, avanza el viaje de Balam Rodrigo por la poesía. Los libros se cruzan con la riquísima tradición oral de Chiapas, y en ese cruce el poeta comienza a encontrar su propia voz.

Y eso que parece azar en la vida de alguien que hizo un posgrado en ciencias biológicas, se dedicó profesionalmente al futbol, y estudió Teología Pastoral, quizás no sea sino la intuición profunda de un hogar menos provisorio que el de Villa Comaltitlán; un hogar –la poesía- que roza las fronteras de los sagrado.

En ese hogar la palabra individual es al mismo tiempo historia colectiva. El poeta vuelve a ser, como en el principio de los tiempos, la voz de la tribu; aquel que cuenta para que nada sea borrado por el tiempo: ni los dolores, ni los amores, ni los sueños de aquellos que arriesgan la vida cotidianamente, de aquellos que llevan tatuada una mezcla de desolación y esperanza en la mirada. El mapa es tierra de paso; unas horas, unos días, no mucho más. “Nada es para siempre en la tierra: Sólo un poco aquí”, como escribiera el príncipe poeta. Después hay que seguir. Largo caminar en busca de una vida mejor, dicen. Pero no todos llegan. Hay cuerpos que quedan apenas comenzado el viaje y se vuelven versos en las páginas de Balam. Se vuelven apenas huella en el aire.

La ubicación exacta para historias intuidas, imaginadas. Latitud y longitud son a veces los únicos datos verdaderamente conocido. Y la muerte.

“25º 54’ 14.4’’N 99º 53’ 44.9’’W – (Sabinas, Coahuila)
“La indígena guatemalteca María ‘N’, de 19 años, murió en el río Bravo, del lado mexicano, y perdió la lucha por alcanzar un mejor futuro…”
México soltó sobre mí todos sus perros de presa,
Su virgen de las amputaciones, su violación masiva y patriarcal… (p.38)

14º 54’ 18.8’’ N 92º 21’ 14.1’’ W – (Huehuetán, Chiapas)
Se hunde el sol en el azul agua del Archipiélago de Solentiname,
en el Gran Lago de Nicaragua. Pero aquí donde estoy,
La Bestia deambula una y otra vez sobre mi cuerpo tendido (…)
Árbol sin ramas, a mi cuerpo le han talado hasta la sombra. (p.95)

Las ausencias vuelven a estar presentes en este listado que es plegaria, réquiem, kadish de los migrantes.

En un par de fotos aparecen Balam, su padre, sus hermanos y dos o tres migrantes de los muchos que pasaron por su casa, por sus vidas. Dos o tres, de paso por Chiapas hacia el norte. Los más chicos sonríen. Los mayores un poco menos. Como en todo álbum de familia, conviven los que están con los que ya no están. Y si muchos de ellos no tuvieron sepultura, si de muchos no se recuerda siquiera el nombre, estarán los versos para dejar constancia de que hubo nombres, vidas, deseos, cuerpos; estarán los versos para tejer un manto que piadosamente los cubra.

De un pasado infernal a un presente infernal. No hay mucho más. Libro centroamericano de los muertos dialoga con la brutal Brevísima relación de la destrucción de las Indias, colegida por el obispo don Fray Bartolomé de las Casas o Casaus, de la orden de Santo Domingo, año 1552, “Sin embargo, realicé intervenciones, actualizaciones, incorporaciones y reapropiaciones en dichos epígrafes a manera de palimpsesto…”, explica el poeta. ¿Cuándo empezó el horror? ¿Bajo qué ceiba? ¿Frente a qué mar?

Documentos oficiales, fragmentos de noticias de periódicos, testimonios, se cruzan con el relato del fraile dominico.

A quinientos años de la llegada de Hernán Cortés a México, la intertextualidad elegida parece señalar un presente perpetuo. Aquí el eterno retorno es pesadilla sin fin.

Pero las aguas de los ríos siguen su rumbo hacia el mar;
cruzan esteros y meandros en los que descansan
cuerpos hinchados, troncos incompletos de cadáveres,
reses perdidas y migrantes, hijos clandestinos
de países sin pájaros que viajan con los sueños enjaulados
y son arrojados a las fosas comunes, y mueren sin nombre,
sin eco, como una paletada más de una tierra que sella su destino
y hace callar esa palabra de amor que nadie más
podrá escribir ni pronunciar en sus labios. (p. 134)

Balam Rodrigo ha llegado a ser el poeta que deseaba (“Al terminar la maestría en 2004, me dije ‘Quiero dedicarme a esto, quiero escribir poesía’.”****), ha publicado veinticinco poemarios y ha recibido, entre otros, el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta en 2011, el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines en 2014 y el Premio Nacional de Poesía José Emilio Pacheco en 2016, pero sobre todo ha creado ese hacha que rompe el mar helado que hay dentro de cada uno de nosotros. Lo celebro y agradezco.

 

* Carta a Oskar Pollak, 1907.
** Balam Rodrigo, Libro centroamericano de los muertos, México, Fondo de Cultura Económica / INBA, 2018. Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2018. Jurados: Mariana Bernárdez, Jorge Fernández Granados, Óscar Oliva.
***“El poeta es un ángel que atraviesa el corazón con la lengua desenvainada. Entrevista con Balam Rodrigo”, Hamlet Ayala, en Tierra adentro https://www.tierraadentro.cultura.gob.mx/el-poeta-es-un-angel-que-atraviesa-el-corazon-con-la-lengua-desenvainada-entrevista-con-balam-rodrigo/
**** “El poeta es un ángel…”, cit.

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, su novela más reciente es "El día que no fue" (Alfaguara). Investigadora de la UNAM, se desempeña allí como Directora de Cultura y Comunicación de la Coordinación para la Igualdad de Género. Presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación).

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