Artes de México

El Hospicio Cabañas: lo que una ciudad merece

19/06/2022 - 12:01 am

El lenguaje arquitectónico del Hospicio correspondió al espíritu de la entonces cercana Ilustración. Manuel Tolsa fue uno de los primeros practicantes del neoclásico en un reino que, casi sin saberlo, bebía de esas mismas aspiraciones para, en pocos años, constituirse en nación soberana.

Por Juan Palomar

Ciudad de México, 19 de junio (SinEmbargo).- Cuatro naves tiene la capilla: cuatro naves abiertas a la misericordia tapatía. El viejo Hospicio Cabañas sigue siendo una marca de fuego, un sello de recia compasión sobre el trazo de una ciudad cada vez más inabarcable. Veintitrés patios abiertos al cielo protector: dos siglos pasados que vieron caer en ellos la lluvia de los temporales generosos.

Quizá ahora, dentro de la enorme mancha urbana de Guadalajara, pueda quedar nublada la empresa que el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo comenzó al despuntar el siglo xix. Basta hacer un ejercicio muy sencillo: consultar el plano de la ciudad de entonces y comprobar así la proporción y magnitud de la operación humanitaria que el Hospicio significó respecto de su modesto entorno construido.

Artes de México. Hospicio Cabañas, número 124. Foto: Artes de México

Don Manuel Tolsa hizo el proyecto, y correspondió a su colaborador y discípulo don José Gutiérrez dar forma a la extensa fábrica. Se podría decir que el Hospicio Cabañas, la Casa de la Misericordia, con todos sus componentes genéticos, es una de las matrices esenciales de los haceres edificatorios de la región.

El lenguaje arquitectónico del Hospicio correspondió al espíritu de la entonces cercana Ilustración. Manuel Tolsa fue uno de los primeros practicantes del neoclásico en un reino que, casi sin saberlo, bebía de esas mismas aspiraciones para, en pocos años, constituirse en nación soberana. Más que un mero estilo, era un intento por traducir a la mediad de la razón y el número los espacio de la vida, con sus limitaciones, sus pretensiones fallidas, su tan costoso menosprecio por los esplendores de un barroco muy caro a las gentes. Cabría, una vez más, recordar los versos de Octavio Paz: El bien, quisimos el bien: / enderezar el mundo. /Nos faltó entereza: / nos faltó humildad/.

Artes de México. Hospicio Cabañas, número 124. Foto: Artes de México

La crucial enseñanza de la Casa de Misericordia es que se edificó a pesar de su grandeza (o gracias a ella), a la justa medida de su ciudad. Ninguna simulación en su factura ni ornamento extraordinario ni alarde en sus materiales ni desmesura. La edificación fue adecuada, provista de una reciedumbre que la ha hecho perdurar. Su expresión es sobria sin ser severa; amable dentro de su ceñida gramática formal. Es sobre todo espacialidad, como la de los proporcionados patios pareados, separados por un corredor, la que vuelve propicia su arquitectura. Gestos amplios, una parvedad casi arcaica en sus recursos, nobleza en la contenida escala, y un único lujo señalado, el dorado de sus canteras nativas.

Volvamos a la capilla de las cuatro naves. La excepcional cúpula de Manuel Gómez Ibarra imprime el acento preciso e ilumina con singular eficacia sus muro, su preeminencia. Como sin quererlo, la intervención de Clemente Orozco amplificó e ilustró el espíritu de todo el Hospicio Cabañas. No el de la fácil ejemplificación de la piedad, sino algo mucho más hondo: el vendaval pictórico de Orozco arrastra consigo iluminaciones, hallazgos y vestigios de un trabajosos y con frecuencia cruel proceso que, por lo pronto, allí terminó siendo materializado en un hospicio, un venturoso lugar para lo más desprotegidos.

Artes de México. Hospicio Cabañas, número 124. Foto: Artes de México

La versión completa de este texto se reproduce en la revista Artes de México. Hospicio Cabañas, número 124.
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