SANDRA LORENZANO, TODA LA VIDA TIENE MÚSICA HOY

19/08/2012 - 12:00 am

Aunque de tanto citarla la frase de Friedrich Nietzsche ha adquirido cierto tufillo a lugar común, en la entrevista que nos ocupa, resulta asertivo recordar aquello de que “sin música, la vida sería un error”.

Para la escritora argentina Sandra Lorenzano, nacida en Buenos Aires 1960, otra frase menos conocida que describiría su estado natural de existencia es también la que acuñó el recientemente desaparecido compositor Luis Alberto Spinetta (1950-2012), quien hizo inolvidable su canción con Invisible “Toda la vida tiene música hoy”.

Claro que decirle argentina a la autora de la flamante novela de Tusquets Fuga en Mí menor, constituye cuanto menos un desliz geográfico que no sería de muy buen grado aceptado por alguien que con voz firme (eso sí, con un deje “canyengue” atribuible a una “piba” hecha y derecha) se define de nacionalidad “argenmex”.

Al fin y al cabo, era una adolescente de larga cabellera y encendidos ojos verdes cuando llegó a México huyendo de la larga noche de la dictadura argentina que iniciaba por el lejano 1976 en la blanca y celeste patria sudamericana. Sus padres la artista plástica Graciela Schifrin y su padre, el médico César Lorenzano, llegaron con sus cuatro hijos, de los cuales Sandra es la mayor.

Aquí, Sandra se doctoró en Letras por la UNAM, aquí aprendió amar a Los Pumas (tiene el gen futbolero en activo y sin remedio), aquí creció su única hija, Mariana y es aquí donde se convirtió en una escritora inquieta y prolífica, que lo mismo explora el intrincado territorio del ensayo (ganó Mención Especial en el Premio Nacional José Revueltas por su trabajo Escrituras de sobrevivencia. Narrativa argentina y dictadura, en 2001), el frondoso bosque de la novela (en 2007 dio a conocer Saudades) o el inasible lenguaje poético con Vestigios, su libro del 2010.

Ha sido elegida una de las 100 mujeres líderes de México en una lista confeccionada por el periódico El Universal, conduce su programa de radio en el IMER (En busca del cuento perdido), es vicerrectora del Claustro Sor Juana, no come carne y a menudo recorre la ciudad en bicicleta.

Su arrolladora personalidad, mezcla exacta de una onda expansiva y vivaz que mantiene a raya con los buenos momentos reflexivos que consigue robarle a una intensa actividad diaria como docente y promotora cultural, está exultante. La salida de la novela Fuga en Mí menor la ha puesto en el centro de una felicidad que comparte con sus múltiples lectores.

Una multitudinaria presentación llevada a cabo en la librería Rosario Castellanos demuestra hasta qué punto ha conmovido a los amantes de la buena literatura la singular historia de Leo, un músico que enmudece de pronto, absorbido por el dilema de un padre que pudo haber tenido destino de héroe o de traidor en una guerra pasada.

El amigo lutier que habla con voz de sabio y la omnipresente Nina, la madre fotógrafa y regidora espiritual que acaba de morir, confluyen para solventar una narración morosa y coloidal, entre música de Mahler, versos de Pavese y canciones de cuna que se vuelven una marcha fúnebre.

Todo eso para hablar de la música, una sustancia que no le es ajena, toda vez que, aunque pocas veces lo mencione, Sandra es prima hermana de Lalo Schifrin, el famoso autor de la melodía de Misión Imposible que ha recorrido el mundo y la historia.

Tema, entonces, de enorme interés para hablar con una mujer de estos tiempos, inteligente y amena, como la “argenmex” de primera cepa que es centro de esta nota.

ESCUCHAR ENTRE EL RUIDO

¿Qué la obsesiona más, la música o el silencio?
El silencio. Creo que lo que me gusta, es la definición clásica de la música: “el diálogo de los sonidos con los silencios en el tiempo”, que es otra de las obsesiones. La música en mi novela es un pretexto para profundizar en el silencio en el que cae Leo, el personaje. Me parece que hay dos tipos de silencio, el que te permite la creación, luminoso y cargado de posibilidades y el silencio del horror, de la mudez, de la imposibilidad, que es en el cae finalmente mi personaje.

El silencio en el que cae Leo es aterrador en cuanto que plantea la gran discapacidad que no se ve. ¿Cómo hace uno para gritar desde el horror?
Creo que ese es el gran fantasma de cualquiera que trabaje la cuestión creativa. El gran fantasma es no poder crear nada más, que existan palabras que no puedas pronunciar. Lo que Leo siente es algo físico, que se le cierra la tráquea y no puede emitir sonido alguno. Él habla de ese silencio como de una mudez, aunque no es mudo. En esa licencia poética creo que he puesto mi miedo a que se me cancele la posibilidad de hablar o de tener relación con las palabras.

Eso le pasa en un momento en el que se decide con todo a escribir una novela… (risas) Es que el mayor miedo aparece, precisamente, cuando estás escribiendo.

Creo que el daño de Leo es extra por todo lo que tiene un hombre de no poder expresar el dolor, las pérdidas, una mujer frente a todo eso siempre hace algo…
Además del reto de crear un personaje masculino, también estaba el desafío de explorar una cierta dimensión de la amistad entre hombres, basada en las complicidades que dan los silencios. Las mujeres basamos nuestras relaciones en las palabras, lo contamos todo, lo hablamos todo y los hombres no.

También la narradora es muy optimista con respecto al género femenino, a la narradora le caen muy bien las mujeres y las ve como a quienes atienden las cosas reales de la vida
Las mujeres son el cable a tierra. Salvo la profesora de música que es muy cruel y un modelo real, cualquiera que sabe un poquito de música sabe quién es, pero es cierto son mujeres fáciles para Leo, son mujeres que le han facilitado la vida.

Pero, ¿usted piensa eso?
Me parece que hay una mayor sabiduría de relación con lo real en las mujeres. También hay malas experiencias con las mujeres, es cierto, pero aquí no me interesaba demasiado explorar a los personajes femeninos.

Si en algo se parecen Bauer y Leo es que ninguno de los dos cambia
Los melancólicos no cambian, son unos melancólicos absolutos, cada uno con su marca.

¿Usted cómo se lleva con la melancolía? Dicen que la melancolía bien entendida es un buen motor para la creación.
Diría que tengo una cierta dosis de melancolía cotidiana, pero no demasiada. En la vida cotidiana, soy una optimista. Basta que me siente a escribir para que aparezcan todos los horrores, todas las ausencias, todos los fantasmas y me convierta en una melancólica nata; por eso también me daría pánico solamente encerrarme a escribir, tengo la sensación de que me hundo muy fácil cuando estoy escribiendo, pero me gusta escribir y me gusta esa parte, pero no podría estar sólo con eso. El mundo de la escritura, de la creación es un mundo que me fascina y me interesa sobre todo el proceso creativo, eso es algo que me encanta, pero claro, me doy cuenta cuando paso días y días encerrada escribiendo, que pierdo mucho el contacto con la realidad y que aflora mi lado más melancólico.

¿Eso la ha dejado en deuda frente a su obra?
No, no tiene que ver con la melancolía, tiene que ver con el súper yo, tiene que ver con el nivel de exigencia. Durante los años que me dediqué al trabajo académico, pensé que no tenía ningún sentido sumar un libro mío a la cantidad de libros que existen en el mundo. Aunque pudiera yo contar algo que me parecía importante e interesante, a los demás no tenía por qué parecerle. En un viaje a Portugal, que debe de haber sido uno de los más gozosos de mi vida, porque justamente estaba viviendo un gran proceso de cambio, leía una novela que me había enganchado mucho y de pronto dije: – ¿y por qué no escribo una novela si una de las cosas que me da más placer en la vida es encontrar un libro que me cuente una historia?

EL MITO DEL HÉROE

En Fuga en Mí Menor, Sandra Lorenzano plantea un dilema ético muy vigente en nuestros tiempos de supervivencia. Quien más, quien menos, ha atravesado por territorios donde guerras internas o externas dejaron sembradíos de personas muertas, desaparecidas, que modificaron el entorno íntimo de mucha gente y que no dejaron indemne el contexto social imperante.

El corte vertical de la historia demuestra que el dolor va dejando atrás las diferentes coyunturas y que el sufrimiento deja sedimentos imperecederos. Todos los seres humanos, sufrimos, al parecer, de la misma manera y por idénticas tragedias.

La novela de Lorenzano, aun cuando no tiene el propósito explícito de hablar de los desaparecidos de su país de origen o de las víctimas que recientemente ha dejado la Guerra del Narco, pero el drama de los que se no están atraviesa inevitablemente el río narrativo de su obra.

“Ese tema me fascina, lo no dicho, del famoso de esto no se habla. Aquí hay un tema que para mí es clave que es el libro de Césare Pavese, él lee lo que su padre leyó, intenta descifrar cuando era adolescente a través de la lectura cabalística, cosa que un adolescente no podría hacer jamás, aquello que no está dicho en la escritura”, dice Lorenzano.

¿Hay una clave ahí para leer lo no dicho en la novela?
Creo que sí hay una clave, pero no quise resolverlo así, la clave queda abierta. La escritura es un juego. Me da risa que nos tomemos tan en serio lo que escribimos, porque finalmente es jugar, es como cuando jugabas con las muñecas, esa cosa de formar munditos, hay una cosa como de pequeño dios que tiene el escritor que hubo un momento que me aterró y dije yo con qué impunidad estoy decidiendo que un tipo se mate, de dónde, por qué, creo que no quedó ese cuestionamiento en la novela.

¿Es una novela multigenérica como son las novelas ahora? Hay páginas que son muy poéticas…
Escribo narrativa igual que escribo poesía, es decir palabra por palabra, releyendo permanentemente las oraciones, los párrafos, los capítulos y releyendo en voz alta. Más allá de lo que cuente la historia tiene que haber una musicalidad. Para mí la poesía es un ejercicio de lectura en voz alta, si la poesía no aguanta la lectura en voz alta no me sirve y de hecho tengo poemas que releo periódicamente en voz alta y que me conectan con la vida, me hacen feliz, como escuchar un buen tema musical. Así fui escribiendo Fuga en mí menor.

¿Estudió música para poder escribir la novela?
Leí muchísimo sobre música y sobre filosofía de la música, la importancia de la música en la vida de los seres humanos, bueno, Stravinsky, pero también Oliver Sacks con Musicofilia, Anthony Storr que es un tipo que me fascina y que escribió La música y la mente. Leí la biografía de Mahler y charlé mucho con músicos.

¿Eligió el chelo porque es lo más parecido a la voz humana?
Tengo una devoción especial por el chelo, porque es el instrumento que tocaba mi abuelo, tiene que ver con eso, ya había un chelo en Saudades y hubo un chelo en Vestigios porque Gimena Jiménez Cacho musicalizó ese libro en la presentación. El chelo es porque hay una parte de mi vida que no tiene relación con la música, porque no me dedico a la música, no toco ningún instrumento, pero soy una amante de la música y admiro enormemente el trabajo de los músicos, porque me parece que trabajan con el más inasible de los elementos de la creación. Hay otra parte que tiene que ver con la familia Schifrin que es la familia materna, que llegaron a la Argentina a principios del siglo XX, mi abuelo tenía 13 años cuando llegó y su padre había sido director de coros en Europa, entonces, le enseñó a cada uno de sus hijos un instrumento para que pudiera ganarse la vida y todos ellos terminaron tocando en la orquesta del Colón. Mi madre que no se dedicaba a la música era una melómana absoluta y nos transmitió un poco esa pasión absoluta, pero sobre todo escribir sobre música era una forma de sentir que mi mamá estaba cerca mientras yo escribía la novela.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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