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19/08/2019 - 3:00 pm

25 años de Tlachinollan: Lecciones desde el corazón de la Montaña

Mientras la realidad y la ficción se unían y chocaban en el 94, en la discreta y convulsa Tlapa de Comonfort, en el corazón de la Montaña, surgía un 6 de junio el Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan. Tlachi comenzaba su labor en una habitación de hotel, un día después de haberse presentado –y celebrado, como todos los credos mandan– ante autoridades y población de la Montaña. De lecciones que aprenderles, ahí estuvo la primera: presentarse, hacer vínculos locales y celebrar el inicio de un proyecto. Cosas que, desde una visión centrista y citadina, olvidamos, movidos por el frenesí de querer cambiar el mundo sin siempre comprenderlo.

“La lucha de Tlachinollan –que es a su vez la lucha de los pueblos de la Montaña, de Guerrero, y de las dignidades en rebeldía en el país– nos enseñan que en este camino no se está solo”. Foto: Twitter @Tlachinollan

Ángel Ruiz* (@ruizangelt)

1994 es quizá uno de los años que más han definido la vida política contemporánea de nuestro país. El alzamiento armado y salida pública del EZLN, la promesa que no fue tal de la entrada al “primer mundo” gracias al TLCAN, el asesinato de un candidato presidencial como antesala del ocaso de un régimen político… esa mezcla del futuro postergado por los fantasmas del pasado que podría ser una metáfora de nuestro sentido de esperanza como país.

En la novela de Daniel Saldaña Paris, El nervio principal, la narración comienza precisamente en un verano del 94. Cuando la madre deja a nuestro protagonista y a su hermana para ir a la Convención Nacional Democrática a Chiapas, el padre no atina a saber cómo demonios criar a dos hijos en el albor de los tiempos convulsos que ponen incómoda hasta a la clase media citadina del sur de la Ciudad de México. A través de los recuerdos de infancia de un treintañero desencantado por la monotonía de su vida, Saldaña Paris cuenta cómo la incomodidad burguesa y pretendidamente progresista del entonces Distrito Federal se enfrentaba a las narrativas guerrilleras, indígenas y revolucionarias que habían irrumpido en su sueño moderno; mediante la crueldad y el abandono, en el peor de los casos, o con lecciones de vanguardia revolucionaria, en el mejor de ellos.

Mientras la realidad y la ficción se unían y chocaban en el 94, en la discreta y convulsa Tlapa de Comonfort, en el corazón de la Montaña, surgía un 6 de junio el Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan. Tlachi comenzaba su labor en una habitación de hotel, un día después de haberse presentado –y celebrado, como todos los credos mandan– ante autoridades y población de la Montaña. De lecciones que aprenderles, ahí estuvo la primera: presentarse, hacer vínculos locales y celebrar el inicio de un proyecto. Cosas que, desde una visión centrista y citadina, olvidamos, movidos por el frenesí de querer cambiar el mundo sin siempre comprenderlo.

Los logros de Tlachinollan son, desde cualquier óptica, incuestionables. Han acompañado a víctimas en todo el estado: desde Acapulco hasta Atoyac, desde Tlapa hasta Tixtla. Por mencionar de los últimos: han logrado sentencias sumamente relevantes y necesarias en casos de tortura sexual por parte del Ejército, acompañando a Inés Fernández y a Valentina Rosendo; también han defendido la libertad de quienes han puesto freno a los proyectos extractivos que desplazan comunidades y destruyen biodiversidad, acompañando al CECOP. Logros relevantes y necesarios, y que parecieran poco a la luz del contexto de violaciones graves de derechos humanos y su aún terrible impunidad en el país, pero no lo son. No son poco porque el trabajo de Tlachi nos ha mostrado que los derechos humanos sí son el estándar de dignidad como personas, sin importar nuestra edad, género, adscripción étnica; también porque nos ha enseñado a nombrar a los daños por su nombre, en un contexto donde el Estado y los grupos hegemónicos se han encargado hasta de calificar las experiencias ajenas; y, no menos importante, porque nos han mostrado cómo lograr poner en el centro de la discusión de los derechos a nivel nacional e internacional a los pueblos de Guerrero.

En la novela de Saldaña Paris, una imagen nos sobrecoge: el intento de tocamientos sexuales por parte de un militar al protagonista –un niño que por una serie de irresponsabilidades de todas las figuras masculinas termina viajando solo en las carreteras del sur del país– mientras se ríe, recordando de manera extrañamente familiar a la risa del padre. El contexto del país pareciera tan familiar de pronto que podría naturalizarse, pensando que ante el abuso desde el poder solo se puede bajar el rostro mientras se ríen de nosotros. La lucha de Tlachinollan –que es a su vez la lucha de los pueblos de la Montaña, de Guerrero, y de las dignidades en rebeldía en el país– nos enseñan que en este camino no se está solo.

Así, las lecciones desde la Montaña se actualizan 25 años después: como los pasados 9 y 10 de agosto de 2019, cuando muchas personas formamos parte de las celebraciones de este –innumerables veces– heroico Centro. En esos dos días se hizo recuento de los agravios –los del terrorismo de Estado materializado en desapariciones forzadas y matanzas que han cimbrado al estado de Guerrero desde los años 60; las de las madres y padres de Ayotzinapa, de los presos de la CECOP– y se mostró la digna esperanza que da la lucha por la justicia en la cual ni han cejado las víctimas, ni tampoco Tlachi de acompañarlas.

Al final, como promesa de esperanza, siguió la fiesta.

*Ángel Ruiz es investigador del programa de Derechos Humanos y Lucha contra la Impunidad en Fundar.

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Centro de Análisis e Investigación, para la capacitación, difusión y acción en torno a la democracia en México.

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