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Tomás Calvillo Unna

19/09/2018 - 12:04 am

Relato 3. La densidad del ser

Me levanté como si el ejército rojo, aquel de Stalin, hubiera ocupado la habitación donde dormí.

La estación de la infancia. Pintura Tomás Calvillo Unna.

Me levanté como si el ejército rojo, aquel de Stalin, hubiera ocupado la habitación donde dormí. Me quedé sin nada, únicamente el peso de ese desgano existencial de ver cadáveres por todos lados. Y a esto se le llama: ¡Siesta o “un coyotito”!, cuando los treinta minutos quedan reducidos a una sensación de alivio al saberse despierto y ajeno al sueño denso impregnado de la cruda existencia.

Qué fastidio hablar de esta escena sin sentido que se repite con frecuencia adherida a los domingos en la tarde. La vida y su propio instinto desaparecen; ella y el instinto alienados en un cuerpo que divaga y cumple con las funciones mínimas de la sobrevivencia.

Un buen amigo me dijo que él todavía va más allá, y ha logrado involucrarse afectivamente con los personajes de Walt Disney. Es verdad, me aseguró, su único deseo es coleccionar vasos, tazas, camisas y demás objetos que lleven las imágenes de Mickey,  Dumbo, Pluto y por supuesto la Sirenita. Sólo su experiencia se me hace más dramática y miserable que la mía.

Lo inverosímil en su caso, como su ilusión, es un asunto consumado en lo desdicha de una infancia que se pretende perenne en su caída, tal vez en ello esté el vínculo con sus lecturas y admiración por la obra de Albert Camus, vínculos que ignoran su propia desmesura, y expresan los tiempos; estos de tabla rasa.

Mi indiferencia interpretada como comprensión hizo que me enseñara con orgullo sincero su credencial del club de Mickey Mouse: “¡Sí que está dura la batalla!”, pensé para mis adentros, queriendo irme a cualquier sitio.

Y aquí estoy tomando una coca y una taza de café en el bolerama, como le gustaba a mi maestro de filosofía hacerlo en su pequeña oficina donde vendía muebles finlandeses.
En el desván de su tienda me recibió algunas tardes para conversar sobre los primeros pensadores a orillas del Mediterráneo, que buscaron darle sentido a las cosas del mundo. Los azules de aquellos paisajes que imaginaba al escucharlo contrastaban con los negros y rojos sillones que vendía; muebles futuristas, así los anunciaba.

Él platicaba entre sorbo y sorbo del asombro de los griegos que dio origen al pensamiento como una disciplina del ser, lo recuerdo ahora; al oír esos continuos estruendos de las bolas negras al derribar los pinos…. -¡Chuuuza!-, gritan; y con el pino rojo que precedía, lo que otorga otra línea gratis, es decir una media hora más de entretenimiento para disipar ese abismo que se aproxima y roza nuestro talones.

Mucho de esto no lo platicamos, pero sabemos que es cierto, las cosas no andan bien desde hace rato y a pesar de todos los distractores posibles tenemos que corregir la página de esta escritura que nos pretende condicionar nuestros y días y noches; sabemos que es una narración irremediablemente trágica.
Es mi turno, los tres dedos bien colocados en las perforaciones para poder lanzar un buen tiro que no se vaya al canal; y la genuflexión, sabiduría pura y resorte del cuerpo, la única manera de continuar el juego.

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